Si pudiera enumerar todas las
contradicciones que hemos presenciado como sociedad en las últimas semanas,
terminaría haciendo una disertación de maestría. Sin embargo, ante la necesidad
de puntualizar, me remito a los temas de mayor incomodidad que han surgido a
raíz del mal llamado “Paro Nacional” que irrumpió en la psiquis colectiva hace
más de una semana. Habrá que evaluar el verdadero impacto de las movilizaciones
en términos económicos, sociales y políticos. Ese análisis vendrá con calma y
hay que esperar que las aguas se aquieten para iniciarlo. No obstante, y
todavía en caliente, ya existen indicios contundentes que nos llevan a la
conclusión de que la movilización no fue precisamente exitosa. Si el objetivo
de la protesta fue doblegar al Gobierno para que ceda ante las demandas de la
dirigencia indígena, el fracaso es evidente. Si su objetivo fue posicionar en el
discurso político las reivindicaciones de la población indígena, también estamos
ante un revés para quienes protagonizaron la medida. La ciudadanía, en mayoría mestiza,
nunca logró enterarse de cuál era la bandera de lucha que enarboló el paro.
Es innegable que existe malestar en
ciertos sectores con respecto al gobierno de la Revolución Ciudadana, pero de
ahí a ver a dirigentes sociales repetir como disco rayado exactamente el mismo
discurso que pronuncian actores de la derecha retardataria, más allá de ser
espeluznante, desnuda un vergonzoso nivel de desconocimiento sobre los
pormenores jurídicos de lo que demandan. Ya dependerá de cada lector evaluar si
eso se debe a una ignorancia profunda, o a la mala fe de ciertos dirigentes que
han visto en la actual coyuntura efervescente una oportunidad para cosechar protagonismo
y elevar su perfil político. Pese a ese escenario, mantengo y mantendré mi
posición de que ningún malestar justifica la ruptura el orden constitucional.
Queda en evidencia un elemento que
muchos analistas han preferido obviar cuando se refieren a los procesos organizativos
indígenas. Este tema escamoso se refiere a la relación perversa que existe
entre la dirigencia y las bases de las organizaciones indígenas. Desde el
concertaje, que duró hasta mediados del siglo XX, hasta el 2015, la lógica
“comunitaria” ha impedido la ciudadanización de la población indígena con todo
lo que eso implica. Es momento de aceptar que la exigencia de la “distinción” sustentada
en las particularidades étnicas ha sido una fabricación conceptual que ha
perpetuado e institucionalizado dinámicas
infames de poder y de representación, en lugar de eliminarlas. La dicotomía
está en exigir equidad y justicia social colectiva y omitir los principios escenciales
de esta, como las obligaciones y el derecho individual de la ciudadanía.
La plurinacionalidad, en el ámbito institucional,
se limita a lograr exenciones de la ley. ¿En qué queda entonces el principio
constitucional de la igualdad de todos los ciudadanos? El efecto de ello es que las bases sociales
de las organizaciones indígenas permanezcan sometidas a lógicas de dominación perniciosas
que terminan alimentando una relación de co-dependencia. Estamos ante un grupo
de sub-ciudadanos que son objeto de manipulación y chantaje de su dirigencia con
el único fin de movilizarlos, pero como esto ocurre al interior de una
“jurisdicción cultural”, en cierta forma “externa” al Estado, ni la justica
ordinaria ni el rechazo moral y ético de la sociedad han podido romper esta
práctica so pretexto del respeto a las particularidades culturales.
Durante las confrontaciones entre
comuneros y las fuerzas del orden, poco a poco se pudo vislumbrar el por qué de
la violencia. Al consultar a dirigentes locales sobre sus demandas, las
respuestas eran solicitudes muy puntuales referentes a la obra pública local,
el reemplazo de un gobernador, una licencia ambiental y el archivo de las
enmiendas constitucionales. Es decir, al margen de las demandas que tuviera la
dirigencia indígena de la CONAIE, las organizaciones de segundo grado asumieron
que la coyuntura de movilización se presentaba como una oportunidad para
exigir, de forma excesivamente violenta, acciones en materia de política
pública por parte del Estado en beneficio
de sus localidades. En un desconocimiento absoluto del orden constitucional
y democrático y de las funciones del Estado, asumieron que seguimos en la
lógica del estado de bienestar clientelar de hace 100 años. Me pregunto cuán
poco ha cambiado el escenario para que la población más vulnerable mantenga esa
visión. Si ese es el caso, el concepto de la democracia, de la
institucionalidad, de la ciudadanía con sus obligaciones y sus derechos siguen
siendo completamente extraños para este sector de la población e, incluso, para
su dirigencia. Si las cosas son así, ahí yace un gran fracaso para la Revolución
Ciudadana, pues se ha quedado únicamente en el mejoramiento de la calidad de
vida de la población más vulnerable, pero no ha sido capaz de generar una conciencia
social sobre la necesidad de la equidad como la única forma de vencer la
ignorancia, la pobreza y la explotación.
La semana de convulsión que vivió el
Ecuador fue eso únicamente: convulsión social. Los motivos son múltiples, cada
grupo de oposición tiene su argumento justo. Igualmente, cada grupo tiene
objetivos propios que en ningún momento convergen. En lo único que coinciden es
en la creencia que de la desestabilización podrán cosechar mejores condiciones
de las que viven hoy. Sin hacer un análisis de posibles escenarios, la
oposición, sea esta de derecha o de izquierda radical, cree que del caos que
generen podrán retomar la gobernabilidad con un trozo más grande del reparto. Esos
grupos no se han detenido a medir que sus intereses jamás coincidirán con
modelos de desarrollo, inclusión social y o garantía de derechos. A esta
telenovelesca secuencia no le faltó su historia de amor en tiempos de la
globalización, elemento que fue oportunamente utilizado para ocultar el fracaso
del posicionamiento de ideas que, supuestamente, fueron los motivos de la
caotización. Sin darse cuenta, la oposición evidenció el nivel de injerencia
del activismo pachamamista internacional en la cúpula de la organización
indígena. No deja de asombrarme que uno de los símbolos más relevantes de la
lucha social de hoy sea una activista extranjera que bajo cualquier lógica o
definición, está en el Ecuador haciendo proselitismo político. De igual forma,
no deja de asombrar el deseo de ciertos dirigentes de la (neo) burocracia
indígena por convertirse en politiqueros comunes, antes que en los líderes
comunitarios que, se supone, deberían ser.
El Paro Nacional vino y se fue sin
afectar el estatus quo o incidir
favorablemente en la opinión pública. Causó desorden y tráfico, además de un
poco de preocupación en cuanto al nivel de violencia suscitada, cosa que los
medios privados están prestos a sobredimensionar. Sin embargo, si de algo
sirvió la movilización indígena, fue para evidenciar la completa
desarticulación de los grupos de oposición al momento de generar propuestas
constructivas y promover una transición ordenada del poder.
Por Mateo Izquierdo
Sign up here with your email
1 comentarios:
Write comentarios#DefensoresRC
ReplySintámonos orgullosos de nuestra bandera, de nuestro país,
#Ecuador.
Y repudiar la bandera negra de la oposición de los #Golpistas
ConversionConversion EmoticonEmoticon