Revisando los
archivos de Atento Ecuador, encontré una crónica que tuve el honor de elaborar
hace un par de años acerca de la razón de ser del espíritu conmemorativo que
reviste el 1 de Mayo (http://bit.ly/1GC9bZA).
En ella se establecen referencias del contexto histórico, sus protagonistas y
una breve descripción de cuál era el momento que atravesaba el eterno conflicto
entre patronos y obreros, en aquella Chicago de 1886.
Creo
necesario hacer esta alusión (y le invito, querido lector, a ojear la crónica
antes mencionada) para ubicar en perspectiva ciertos elementos que hoy por hoy
son pertinentes analizar frente al 1 de Mayo que se nos avecina. Uno de esos elementos
es justamente el conflicto, pero no abordado con el espíritu alarmista de
aquellos que pregonan y disfrutan con el discurso de la división sino más bien
como una constante histórica que, innegablemente, existió, existe y
(aparentemente) existirá durante varios siglos más.
Ese conflicto
surge, obviamente, con el aparecimiento de grupos antagónicos cuyos intereses
son irreconciliables. En el ámbito laboral y en el contexto histórico de aquel
1 de Mayo de 1886 la eclosión conflictual se produjo ante la explotación
inmisericorde que ejercían los empresarios norteamericanos sobre sus
trabajadores. Aquel enfrentamiento produjo miles de muertos y giros dramáticos
e irreversibles en el marco de las relaciones laborales que hasta la actualidad
disfrutamos como, por ejemplo, la jornada de 8 horas. Esa es la razón por la
que el 1 de Mayo no es de ningún modo un día festivo ni de jolgorio sino, más
bien, un recordatorio de lo dolorosos y costosos que resultan los procesos de
cambio pero también de cuán valiosa es la valentía, la convicción y la unidad
para lograrlos.
En el caso
del Ecuador la fecha debería servir, además, para que las organizaciones
sindicales y obreras hicieran un sincero ejercicio de autocrítica y determinar,
en blanco y negro, por qué no logran superar el proceso de decadencia y de
crisis de representatividad que llevan a cuestas desde hace ya tres décadas.
En líneas
anteriores hice referencia a los elementos conflicto y antagonistas. El 1 de Mayo
es eso: la recordación de un conflicto provocado por el choque de dos actores
en franca contradicción, cuyo desenlace fue el avance colectivo. Esta
pequeñísima referencia bien podría servirle a los gremios de trabajadores para
contrastarla con las últimas actuaciones de su obsoleta dirigencia que, al
igual que en años anteriores, hoy llama a reivindicar los derechos de sus
dirigidos. No hay nada de malo en esa reivindicación que, además, es justa y
necesaria. Sin embargo cuando el discurso cae en boca de figuras cuestionadas
se devalúa y pierde absolutamente su esencia.
¿Cómo creer
el discurso de la reivindicación de clase si proviene de dirigentes como Mesías
Tatamuez o Nelson Erazo? ¿Cuál es la noción de conciencia de clase que tienen
si hace poquísimas semanas respaldaron abierta y públicamente al derechista
candidato de la banca a la Presidencia de la República, Guillermo Lasso? ¿Cuál
es su noción de dignidad ahora que su candidato salió derrotado y, para salvar
los muebles (los personales suyos, obviamente), se desdicen y, cínicamente,
afirman que no apoyaban al candidato como tal sino al “cambio”?
¿Cómo creer en el discurso de la lucha de
clases pronunciado por los dirigentes de Unidad Popular (antes MPD y que
continúa apoderada de la cúpula dirigente de la clase trabajadora) que, se
supone, son de izquierda radical cuando en la última elección no solo que
apoyaron públicamente a Lasso (representante del ala más dura de la derecha bancaria
ecuatoriana) sino que además hicieron campaña por él?
No con esto
quiero decir que el movimiento obrero debía necesariamente aliarse a la opción electoral
de PAIS. Una interpretación de ese tipo sería ridículamente miope. El decurso
de la lectura va por analizar las gravísimas debilidades y males que muestra
desde sus entrañas el gremio de los trabajadores. Tan graves que para conseguir
unos cuantos mililitros más de oxígeno que sostengan su agónica y lastimera
vida deban apelar al recurso de anclarse a cualquier aventura coyuntural y a
cualquier protagonista momentáneo, así este se encuentre en las antípodas del
pensamiento progresista que siempre ha caracterizado a la clase trabajadora y pese
a que forme parte de la clase bancaria-empresarial explotadora a la que dice
combatir.
Ésos son los
temas que debe analizar el movimiento sindical y obrero ecuatoriano, a
propósito del 1 de mayo: ¿A dónde va? ¿Cuáles son sus objetivos? ¿Cuán
consolidada está su base? ¿Qué se está haciendo para consolidar sus estructuras
identitarias? ¿Qué clase de dirigentes tienen? ¿Los evalúan? ¿Hay sindéresis
entre los ideales y reivindicaciones de clase, frente a los intereses
personales de una cúpula que se niega a ceder sus espacios de poder,
hipotecando a todo el movimiento mediante pactos vergonzosos como los acordados
con Guillermo Lasso?
Si no son
capaces de responder a estas interrogantes, el movimiento obrero continuará de
espaldas a los retos históricos que siguen allí, intactos, y seguirá agobiado
por una crisis de tres décadas que ha marginado del protagonismo nacional a un
segmento vital y preponderante del desarrollo como lo es la clase obrera.
Por Tomás Ojeda
Por Tomás Ojeda
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