Corrupción, un mal que involucra a todos




Hace algunos días salieron a la luz pública varias acciones que la Fiscalía General del Estado inició con la finalidad de determinar responsables directos de los casos de corrupción relacionados a la empresa brasileña Odebrecht.  Esta ha sido una demanda constante de la sociedad, que desde el 2016 presenció el inicio del escándalo de corrupción a nivel mundial más alarmante de los últimos tiempos.

Hoy las tecnologías de la información nos permiten acercarnos más rápidamente a los acontecimientos coyunturales que suceden en el mundo, de ahí que la mediatización de los hechos de corrupción de Odebrecht y su involucramiento con altos líderes políticos y empresariales ha desatado una ola de usos y abusos  en redes, cuya finalidad no está únicamente en descubrir y sancionar a los implicados, sino generar zozobra y desinformación con fines políticos y partidistas.

Pero ¿qué implica detener al fantasma de la corrupción? ¿cuáles son los indicadores que miden los niveles de corrupción en una sociedad? A medida que los escándalos en torno a este tema se mediatizan, podemos ver que muy pocos países se encuentran exentos de este problema. Sin embargo, hay que analizar cuáles son las redes por las que este mal se fortalece y se inserta en las fibras más profundas del poder.

Varios factores explican el fenómeno, el primero es el anquilosamiento de las estructuras de poder en grupos políticos o económicos, y esto recae no solamente a un nivel político sino a un status quo del mismo proceso democrático latinoamericano. Con esto quiero decir que América Latina no ha logrado remover las antiguas bases políticas sobre las que descarga su accionar en escenarios locales y nacionales. En el caso colombiano no más de tres corrientes políticas [familiares] se disputan cargos de toma de decisión desde hace más de 30 años. Similar situación ocurre en México donde el PRIAN es una estructura cerrada donde el quehacer político se ha detenido en acciones paliativas que únicamente aseguran el  sostenimiento del sistema partidista bajo el interés particular.

Similar situación puede observarse en Venezuela, el país más golpeado de Latinoamérica debido a una democracia debilitada y altamente deslegitimada, pero con una oposición fraccionada que solo puede irrumpir en el escenario político a través de la violencia sistémica. La historia de Latinoamérica es la de la corrupción y el manejo clientelar de los recursos de los Estados, que han sido objeto de graves daños a la institucionalidad estatal y han limitado la creación de una conciencia política transparente.

Si bien es cierto, en Ecuador las estructuras políticas tradicionales perdieron fuerza con la llegada de Rafael Correa, en los últimos 5 años muchos actores se mantuvieron a la sombra de nuevas máscaras políticas con las que han incrementado un protagonismo paulatino en los espacios de poder (Tibán, Bucaram, Zamora, Quishpe, Viteri, Nebot, Pozo, Gutiérrez, Páez, Dahik, etc.) Es decir, no ha existido una transformación integral de los actores políticos, especialmente aquellos vinculados a la derecha.

Un segundo factor que se refiere al problema de la corrupción recae en la rotación de funcionarios ‘técnicos’ mediadores en procesos de contratación de proyectos estratégicos, una burocracia enquistada en las instituciones públicas encargadas de interactuar de manera directa con funcionarios de alto nivel para seguir  influyendo en la toma de decisiones que favorecen a élites corruptas. Esto se ha visto en personajes como Capaya, Capaco, Calvopiña, Bravo, entre otros.  Ese estancamiento burocrático contribuye a la conformación de mafias y redes ilícitas que se mantienen intocables en las instituciones por años.

Finalmente un tercer factor tiene que ver con el rol de los medios de comunicación, cuya relación con los actores políticos tradicionales y con empresarios corruptores y corruptos, pone límites al derecho que tiene la ciudadanía a ser informada de manera imparcial. No es extraño encontrar en nuestros países medios que se vinculan al empresariado y que defienden los intereses de grandes grupos económicos. Pero el problema va de ida y vuelta, también presenciamos la acción de medios públicos que únicamente ponen en relevancia acciones positivas del gobierno sin establecer una línea informativa autocrítica, o denunciar actos irregulares por parte del mismo gobierno. 

La corrupción no es una novedad, ni en Ecuador, ni en América Latina, que como bien lo dice el expresidente Correa, es la región más desigual del mundo. Y esas desigualdades se dan por las relaciones de poder y el sostenimiento de prácticas cotidianas basadas en ejercicios de corrupción.  ¿Quién es más corrupto, el que coima o el que acepta la transacción? ¿El que observa y calla o el que miente y manipula? Llegamos a un momento en que hacer frente a una enfermedad tan grave e invasiva resulta una hazaña que pocos se atreven a ejecutar.

Hoy con el nuevo gobierno del presidente Lenín Moreno, es momento de revertir este oscuro capítulo que involucra a individuos de toda ideología política (gobiernistas y opositores) y de todo nivel de autoridad (ministros, alcaldes, asesores, gerentes, periodistas), es momento de aprovechar la institucionalidad pública fortalecida para aplicar leyes y normas que identifiquen y sancionen a todos los responsables de actos de corrupción. Estos días se han dado muestras importantes del trabajo de la Fiscalía y la Policía Nacional para iniciar investigaciones inmediatas sobre los involucrados en la famosa lista de Odebrecht, pero existe también una corresponsabilidad de la sociedad civil y los medios de comunicación, tema del que ya ha hablado el presidente Moreno en diversas ocasiones. Este es un barco en el que todos navegamos, y por lo tanto está en nosotros construir el escenario más apropiado para enfrentar el futuro de la mejor manera.

Este vergonzoso capítulo trazado por Odebrecht, nos ha dado la oportunidad de reconocer de qué lado del espejo se ubica el interés de los líderes políticos y el empresariado en nuestro país. Nos enseña además a no perder la perspectiva del cambio que necesitamos, un cambio que favorezca el bien común en todos los niveles de acción. Solo atacando la corrupción nuestro país podrá restituir la legitimidad y la confianza en la institucionalidad estatal. El presidente Moreno tiene una tarea fundamental en arrancar la corrupción estatal de raíz, pero la ciudadanía tiene la corresponsabilidad de exigir que la cirugía que se propone para eliminar este cáncer tenga asidero a todo nivel.  

Por: Victoria Flores
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