Lejos
de parecer una frase de tono sexista quiero iniciar esta reflexión haciendo hincapié
a las acciones emprendidas por el gobierno local de Quito previo el inicio de
la Cumbre Mundial de Desarrollo Urbano Hábitat III, que se llevó a cabo en esta
capital entre el 17 y 20 de octubre.
Ese
es uno de los eventos más importantes del mundo, en el que se discuten temas
importantes para las ciudades y sus complejos entramados sociales, económicos y
culturales. De hecho, el que este evento que se convoca cada 20 años se haya
dado en esta ciudad, da cuenta de un enorme esfuerzo de negociación y promoción
por parte del gobierno central.
De
todos modos, más allá de los elogios que puede significar reproducir un acontecimiento
de tales magnitudes en el Ecuador, quiero establecer una analogía entre los
temas fundamentales que se debatieron durante los días de la Cumbre y la
realidad de una ciudad que intenta integrarse dentro de un esquema de
sostenibilidad, desarrollo sustentable, inclusión social, movilidad, calidad de
vida, equilibrio ambiental, gobernanza y participación ciudadana, entre otros
temas.
Fueron
aproximadamente 30 mil expertos nacionales e internacionales en diversos
ámbitos quienes se dieron cita durante los cuatro días de la Cumbre Mundial; no
solamente se concentraron en la Casa de la Cultura Ecuatoriana sino en la
Asamblea Nacional, parque El Arbolito, universidades, Centro Histórico, entre
otros. Prácticamente la zona centro
norte de la ciudad fue cooptada por el Hábitat III.
¿Pero
qué pasó con los ciudadanos? Muchos de nosotros vimos cómo en tiempo record se
pavimentaron calles, se arreglaron veredas, se improvisaron ciclovías, se
pintaron casas y se cubrieron todas las señales de indiferencia que el gobierno
local ha manifestado durante lo que va de su gestión a todas las demandas
ciudadanas. Sin duda estas señales de alto
nivel de ejecución municipal y agilidad de respuesta se han dado únicamente en
las zonas aledañas a la Cumbre Mundial y cabe preguntarse ¿cuándo nos incluyen
al hablar de inclusión?
Lastimosamente
Quito ha sido el semillero político que catapulta las preferencias electorales
presidenciales, es una especie de termómetro de popularidad que mide el nivel
de aceptación de un potencial candidato y es un paso casi obligado de cualquier
joven candidato para apuntalar su futuro político. Por un lado este factor ha
sido interesante para la ciudad puesto que se ha convertido en la fase experimental
de la política nacional. Si Quito marcha bien, es probable que quien la lidera
sea un buen presidente.
Pero
esto no se cumple en la realidad, hay que recordar el caso de Sixto Durán-Ballén
o Jamil Mahuad, ambos alcaldes de Quito y gestores de las más desfavorables e
impopulares políticas durante sus mandatos presidenciales. El primero
profundizó el modelo neoliberal que determinó los niveles más alarmantes de
presión fiscal, endeudamiento e incremento de costo de servicios públicos; el
segundo fue el artífice de la peor crisis económica de fin de siglo y la
pérdida de nuestra moneda nacional.
Lo
que pasa en la actualidad con Mauricio Rodas es algo similar. El alcalde
capitalino atraviesa por la pretensión política de llegar a la Presidencia de
la República, recordemos que fue candidato a esta dignidad para las elecciones
de febrero del 2013 en las que obtuvo un respaldo de apenas el 3% del
electorado. Hoy como alcalde de Quito se
debate entre la crítica ciudadana por el incumplimiento de la mayoría de
promesas de campaña y su afán de figurar políticamente como personaje
influyente para las elecciones del 2017. Esto denota la poca atención que la
gestión municipal ha puesto sobre las demandas ciudadanas y sobre todo la
incapacidad de acción en temas tan relevantes como la movilidad, la inclusión y
el desarrollo sostenible de la ciudad.
En
medio de este contexto el Hábitat III puso en evidencia lo que la ciudadanía ya
lo tenía claro: Quito no ha podido superar las barreras de la inequidad y la
desigualdad. Ha quedado claro para todos quienes vivimos aquí que las
improvisadas ciclovías que se colocaron frente a la Casa de la Cultura Ecuatoriana
y en el sector de la Avenida Colón, una semana antes de la Cumbre no fueron
planificadas así como tampoco consultadas a los ciudadanos. Que los arreglos de
plazas y pavimento de calzada se hicieron únicamente en los alrededores de la “zona
ONU” tapando las complicaciones que se presentan a menos de un kilómetro de
distancia, en la vía que conduce a la Universidad Central que está totalmente
destruida, por poner un ejemplo.
Para
muchos críticos el retiro de la obra escultórica de Dolores Andrade dedicada a
las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos, que estaba ubicada
en el parque de El Arbolito y que era un ejercicio simbólico de reparación, fue
una acción premeditada enfocada a borrar de la memoria de los quiteños los
hechos de violencia de Estado ocurridos en la época de Febres Cordero. Lo
cierto es que el cabildo en una pronunciación oficial dijo que su retiro se
daba por trabajos de restauración, pese a que la obra había sido derrocada. Lo
que llamó la atención fue que una semana antes de la inauguración del Hábitat
III el mismo municipio construyó con mucha premura la “Plaza a la Memoria” bajo
similar argumento; sin embargo, esa plaza no está concluida, así como tampoco
refleja un homenaje a las víctimas sino una falta de respeto, puesto que quedó
evidenciada la intención de demostrar a los turistas una ciudad cargada de
falsedades.
¿Quiénes son los grandes excluidos del
Hábitat?
Al
parecer la ciudad que los visitantes extranjeros percibieron durante los días
de la Cumbre Mundial es una ciudad ideal, una ciudad fantasiosa que se mostró
como incluyente y vanguardista, con un sinnúmero de actividades culturales,
artísticas, espectáculos de luz y color. Una ciudad maquillada a la medida de
las circunstancias, una ciudad que se agolpa de gente cuando existe una agenda
cultural extraordinaria, cuando las actividades solo se explotan ante los ojos
de un público selecto, no local. Esta ciudad que se encargó de excluir a la
ciudadanía de los debates sobre desarrollo urbano y que sobre todo se encargó
de generar un imaginario externo totalmente opuesto a la realidad interna que
vivimos los quiteños.
Hoy
cuando ha terminado la Cumbre y todas las actividades vuelven a su ritmo
“normal” la ciudad deja ver su verdadero rostro. La Mariscal no es igual, nadie
camina ni se toma fotos en las zonas peatonales de la Veintimilla que fueron
pintadas un día antes de la inauguración del evento y donde se colocaron
macetas con plantas y bancas de pallets
con pequeños parasoles, para que los turistas perciban el contaminado aire de
Quito. Ya nada de eso existe, por el
contrario los autos se han parqueado sobre las macetas, las plantas agonizan en
las veredas y la tierra está esparcida en la mitad de la vía. El maquillaje se
borró con el chuchaki de la fiesta y
nos deja ver la realidad de esta “inclusiva” ciudad.
Ahora
solo los quiteños transitan por las calles, quienes vamos a pie veremos el progresivo
deterioro del maquillaje que rizó las pestañas de la carita de Dios durante una
semana. Ya no hay festival de luz, ni museos abiertos en la noche, eso solo es
para los turistas foráneos. Tal vez vamos a necesitar un Ban Ki-moon en cada
barrio o Hábitats cada mes, seguramente ahí sí la ciudad será para nosotros lo
que pensaron aquellos que sí fueron invitados.
Ahora
queda preguntar al alcalde Rodas ¿qué pasa luego del Hábitat?, ¿qué de la nueva
agenda urbana será implementada en la ciudad?, ¿cuándo nuestros adultos mayores,
las personas con discapacidad o las madres con sus niños podrán caminar por las
veredas “incluyentes” de Quito sin riesgo de caerse?, ¿cuándo los ciclistas
podrán transitar por la ciudad sin ser atropellados o insultados?, ¿cuándo se
planificarán eventos culturales masivos con regularidad?
Hay
muchas preguntas que nuestro alcalde debería responder antes de priorizar sus
intereses políticos, porque hasta hoy puedo decir que, como va la ciudad, él podrá
hablar únicamente de maquillaje.
Por Victoria Flores
Por Victoria Flores
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