Mucho hemos
visto y se ha escrito acerca de cómo se fue configurando el destino de la
Unidad de Jaime Nebot y de la plataforma de Guillermo Lasso, pero muy poco
hemos escuchado sobre lo que pasa con el Acuerdo Nacional por el Cambio que
pretende catapultar a Paco Moncayo como la alternativa de “centro izquierda” en
las próximas elecciones de febrero de 2017.
En un
principio, y solo cuando la Izquierda Democrática (ID) volvió a la vida luego
del asesinato perpetrado por gente como Andrés Páez y Ramiro González (ambos
materia de otro cuento patético), el general se juntó con un muestrario diverso
de actores políticos como la Unidad Popular (exMPD), varias facciones de
Pachakutik, Democracia Sí de los hermanos Gustavo y Marcelo Larrea, y otros
militantes de movimientos extintos como Ruptura de los 25 para consolidar la
plataforma del Acuerdo Nacional por el Cambio (ACN) que en aquel momento se
dijo era una propuesta del centro a la izquierda. Hasta ahí el panorama se
pintaba, en cierta forma, alternativo a lo que ocurría en las facciones de
derecha lideradas por Lasso y Nebot.
Sin embargo
al general le ha sido imposible mostrar avances que denoten que esa plataforma
ha madurado y que ha consolidado una férrea unidad desde el punto de vista
electoral-ideológico, sino todo lo contrario: ya se empieza a oír a varios
militantes auspiciosos de aquella candidatura desistir de su apoyo porque
“están entregando todo a cambio de nada”. Todo parece indicar que estamos ante
una película repetida: ya en 2002 el coronel Lucio Gutiérrez y la cúpula
indígena de entonces anunciaban pletóricos que iban unidos a las elecciones. En
aquella ocasión efectivamente triunfaron pero el coronel se encargó pocos meses
después de “deshacerse” del lastre que le significaba a él la presencia
indígena en su gobierno.
Ahora es
(¿coincidentemente?) otro militar quien mete en el juego electoral a los
indígenas y (coincidentemente también) lo hace cediendo las mínimas concesiones
posibles; quizá hasta menores que las que les prometió el coronel hace 14 años:
Moncayo logró negociar el apoyo de Pachakutik a su candidatura presidencial
pero le negó que propusieran siquiera alguna alternativa para binomio y como
“yapa” condenó al movimiento indígena a ir en listas separadas para la
Asamblea. Este acuerdo a conveniencia e inequitativo por donde se lo mire que
beneficia a unos y deja colgados a otros es el germen que en este momento está
provocando un cisma al interior del movimiento indígena. Ya se ha tornado
imposible para el equipo de campaña de Moncayo el ocultar las graves
divergencias entre Lourdes Tibán (que apoya con fiereza la candidatura del
militar) y Carlos Pérez y Salvador Quishpe quienes públicamente han expresado
que Moncayo no es el candidato de los indígenas.
Pero, ¿por
qué no logra cimentarse esta iniciativa que, aparentemente, era diferente de
las otras dos coaliciones que empujan las candidaturas de Guillermo Lasso y
Cynthia Viteri? Pues sencillamente porque es exactamente igual a ellas y para
proyectar a sus cuadros estelares ha seguido el mismo patrón de ejercicio de la
política en el que la dimensión clientelar y clasista es la que dicta cómo se
hacen las cosas.
En el caso de
Lasso ese clasismo se reflejó en la creación de Compromiso Ecuador, una
plataforma en la que supuestamente estaban todos los colectivos que apoyan al
banquero pero que no tienen el peso ni los pergaminos para ingresar al círculo
más cercano de él que claramente está en CREO. Pues resulta que ese mismo
método odioso y segregacionista lo aplica el general en su plataforma: el
Acuerdo Nacional por el Cambio está para la foto, para las reuniones
irrelevantes y la toma de decisiones fútiles, mientras que los verdaderos
acuerdos y el reparto de las candidaturas estelares se decide en otros niveles.
Eso fue lo que pasó con Centro Democrático, movimiento de Jimmy Jairala, con el
que Izquierda Democrática acordó un pacto político por fuera del ANC y en el
que se le dio carta abierta para que él sí, a diferencia de los indígenas, no
solo planteara uno sino tres posibles binomios de Moncayo.
Como podemos ver
no estamos ante una lid electoral en la que se definirá el cómo se debe
administrar la nación y conducir al Estado de acuerdo a un patrón ideológico
determinado, sino simplemente frente a la decadencia de un sistema de partidos
que, en lugar de reinventarse, solo ha sido capaz de mostrar como su máxima innovación
de los últimos meses la creación de plataformas de coalición ficticias que
únicamente sirven como filtros para que sus líderes decidan quién es digno (ya
sea por recursos económicos, arrastre electoral, capacidad de emprender juego
sucio, o simplemente por ser miembro de una elite afín) de pasar al grupo de
los “ungidos” quién lo acompañarán y quién no. Esto, no sin antes haber hecho a
esos mismos actores que hoy relegan, las más descabelladas promesas de
candidaturas para evitar que se vayan con otros. Clasismo puro.
Estos mismos
líderes son los que hoy hablan del secuestro de la participación ciudadana y de
la cooptación de esos espacios de participación. Sí, esos mismos líderes que
sin ser nada y sin ostentar un cargo de elección popular ya están ejecutando
claramente un ejercicio de marginación de los suyos propios. Pero el cuento no
acaba ahí: lo peor en el caso de Moncayo y su tropa es que existen líderes
indígenas que pese a saber perfectamente lo que está pasando defienden
ardorosamente la candidatura del general. Ese es el caso de Lourdes Tibán que
aparece junto a Moncayo como el único cuadro indígena visible en sus recorridos
y que no ha tenido empacho en enfrentarse con otros líderes indígenas en
función de vender como “exitoso” un acuerdo que es, a todas luces, pernicioso
para el propio sector indígena pero que será beneficioso para ella si entra en
el reparto.
Del otro
lado, y dentro del mismo movimiento indígena, se oyen los gritos destemplados
del presidente de la Ecuarunari, Carlos Pérez Guartambel, anunciando que
seguirá la resistencia en las calles “venga el presidente que venga”, en clara
alusión a Moncayo. El problema es que tanto Tibán como Pérez Guartambel
vociferan desde orillas opuestas pero azuzados por un mismo aliciente: defensa
porque me puede tocar algo y ataque porque no me va a tocar nada. Clientelismo
puro.
Esto nos
coloca en el mismo punto histórico de cuando se reinauguró la última etapa
democrática ecuatoriana: un juego en el que quien comanda la barca no lo hace
con la firme convicción de encontrar un mejor puerto y apostar todo su talento
y el de su tripulación para ello sino simplemente comandarla esperando que esa
misma tripulación no se le amotine, entregando a cada uno de ellos un poco de
pan o licor para mantenerlos tranquilos. Así se manejó el país entregando la
UNE al MPD para que no jorobe; entregando el manejo de la educación
intercultural y el dinero de la cooperación internacional sin beneficio de
inventario para que cierta elite indígena no moleste; y entregando el control
del Banco Central y la Junta Monetaria a los banqueros y empresarios para que
no amenacen con un colapso financiero provocado. Esas malas artes en el manejo
del Estado, la derecha las conoce muy bien y de sobra. Parece que el general
también las domina o, por lo menos, intenta hacerlo en esta etapa de precampaña
con sus discursos a la carta: unos para las cámaras y otros para los
movimientos sociales.
Ese es el
laberinto del general. Uno en el que hay varios senderos que se bifurcan y ante
los cuales está dando claras señales de que por el lado izquierdo no se va
decantar.
Por Tomás Ojeda
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