La inusitada dinámica de aguas
turbulentas que ha rodeado a la política ecuatoriana en las últimas semanas, se
ha convertido en el escenario perfecto para que algunos sectores interesados
comiencen a plantear, como solución mágica a todos los problemas nacionales, un
elemento aún más perturbador: la consulta popular. Muchos recurrirán a aquella desgastada
frase de “la democracia se cura con más democracia”, dando a entender que el
pronunciamiento en las urnas resuelve de manera concluyente y definitiva cualquier
desavenencia social. Sin embargo, más allá de llamar a la gente a pronunciarse
con su voto, el sentido común obliga a cuestionarse -al menos- cuáles son los temas
a tratar, quién impulsa el proceso, con qué objetivo y cuáles son sus efectos
(reales y artificiales).
Es muy fácil usar la tribuna
de las redes sociales o la plataforma de los emporios de comunicación masiva para
promover una iniciativa de consulta popular, y es más fácil aún, por no decir
irresponsable, el plantear de forma arbitraria e inapelable cuáles son los
tópicos a tratar, arrogándose unilateralmente “la demanda de la ciudadanía”. Bueno,
eso es justamente lo que varios actores políticos de poca importancia y mínima
representatividad están haciendo para tratar de captar algo de la atención
pública.
El problema para la oposición
es que no ha sido capaz de articular una propuesta única en este sentido sino
que son varias las iniciativas provenientes de distintas organizaciones que
tienen en carpeta sus respectivos planteamientos de consulta. En lo que sí
coinciden es en dos temas: desaparecer el Consejo de Participación Ciudadana y
Control Social (CPCCS), y anular la reelección indefinida.
Sin embargo, ¿quiénes son los
supuestos “voceros de toda la ciudadanía ecuatoriana” que están recogiendo “el
clamor nacional” por una consulta? Simple: actores de mínima representatividad
que se hallan en una carrera contra el tiempo por captar el liderazgo interno
de sus respectivas tiendas políticas, con el ojo puesto en las elecciones
seccionales que se efectuarán dentro de apenas año y medio. Tan verdad es esto
que los proponentes de la consulta popular no están dispuestos a empujar sus
iniciativas por su cuenta sino que todos coinciden en exigir al Presidente de
la República que cargue con ese fardo. Claro, no quieren exponer su mínimo
capital político al ridículo rotundo que harían en el proceso de recolección de
firmas, dada la exigua representatividad que poseen.
Esa precaria condición
política ha obligado a estos actores a recurrir a sainetes tan absurdos como el
ir a la Presidencia de la República y entregar firmas allí para presionar por
una consulta, cuando esa acción no está prevista en ninguna parte de ninguna
ley y, en consecuencia, no tiene efecto jurídico alguno. El rocambolesco
espectáculo no tendría importancia de no ser porque lo protagonizó la
asambleísta Mae Montaño (CREO) quien, se supone, debe conocer por lo menos los
rudimentos básicos de la juridicidad y la legislación. Puro show circense de la
peor calaña.
¿Quién puede creer que
Guillermo Celi y su pálida organización política SUMA o los deplorados
dirigentes de Unidad Popular son capaces de recabar firmas suficientes a nivel
nacional para impulsar una eventual consulta popular? Nadie; ni siquiera ellos.
Por eso pretenden que sea Lenín Moreno quien “les dé haciendo” el deber.
El nivel de esquizofrenia, o
de desvarío provocado por una desesperada manía de llamar la atención, ha
llevado a varios de esos actores políticos de poca monta a insistir en una
consulta popular, amparados en argumentos tan absurdos como la “revelación” de
correos desde un canal de Internet manejado por una venezolana acusada de asesinato
en su país, en los que, dicen, se confirma “el secuestro de la justicia”. Para
esta gente, por suerte muy pocos, liderados por un oscuro personaje como el
exgutierrista Fernando Balda. Esta es razón suficiente para pedir a los
ecuatorianos que vayan a la urnas y decidan cambiar el sistema de justicia que
al Ecuador le tomó 10 años recuperar y modernizar estructuralmente, de una
manera técnica y planificada. Ese es su objetivo: destrozar aquello que se
construyó desde una visión metódica plasmada en efectiva gestión institucional,
usando para ello el revanchismo político incendiario que los ideólogos de la
enésima “refundación nacional” se encargarán de inocular en el electorado al
que piden pronunciarse en las urnas.
Pero vamos más allá. La
demagógica insistencia de una consulta popular para eliminar el CPCCS, por
ejemplo, es insensata, disparatada y miope, por decir lo menos. Pero también
tramposa como tramposos son quienes la plantean. En primer lugar, una propuesta
así implica cambios en la estructura fundamental de la Constitución pues
estamos hablando de la supresión de uno de los poderes del Estado y, por lo
tanto, de acuerdo al artículo 442 de la Constitución, el trámite a seguir es el
de una reforma parcial a la Carta Magna. El mismo artículo expresa que para
ello el proyecto de reforma puede ser presentado por el Presidente de la
República, la mayoría de los asambleístas o por la ciudadanía con el respaldo
del 1% del electorado. Esa propuesta debe tramitarse en dos debates
parlamentarios, el segundo de los cuales se realizará al menos 90 días después
del primero, y deberá ser aprobado por la Asamblea Nacional con la mitad más
uno de los votos. Una vez aprobado el proyecto de reforma a la Constitución se
convoca a un referéndum para su aceptación o no, dentro de los 45 días
siguientes. Ese es el procedimiento legal. No una consulta y ya.
En el caso de que tomásemos en
cuenta la supresión del CPCCS simplemente como su mera desaparición y punto.
Pero las cosas no son tan triviales como cree la oposición (o como lo sabe
perfectamente pero lo oculta para no mostrar su trampa): la eliminación del
CPCCS implica la vulneración del derecho a la participación ciudadana y la
Constitución, en el mismo artículo 442, se
señala que ninguna reforma parcial puede suponer una restricción en los
derechos y garantías constitucionales. En pocas palabras: lo que piden y cómo
lo piden es inviable.
¿Por qué, entonces, insisten
en lo fantástico? Porque al encontrarse con una realidad lógica que negará su
solicitud delirante, pasarán a una fase posterior más radical aún en la que
irán al todo o nada: plantear una consulta para convocar a Asamblea Constituyente,
“refundar” el país y sumir a la nación es una inestabilidad e incertidumbre político-institucional
que, creen, les puede ser propicia. No olvidemos que en los ríos revueltos de
1997, 2000 y 2005, quienes hicieron pesca gorda fueron los mismos líderes de la
partidocracia que precipitaron aquellas crisis.
Es justamente este hecho el
que les obliga a pedir, además de la supresión del CPCCS, la anulación de la
“reelección indefinida”, término que, para comenzar, es completamente erróneo.
Si desean referirse a aquello con rigor deberían mencionarlo como postulación
indefinida, que no es lo mismo ni se escribe igual. Podrán ser opositores con
ínfulas ridículamente payasescas pero tontos, lo que dice tontos, no son.
Quieren eliminar este derecho constitucional como antídoto al eventual
apocalipsis político que les sobrevendría si pasase su planteamiento de
Asamblea Constituyente y con él la posibilidad de que su “pesadilla particular”
vuelva a atormentar sus cándidos sueños: Rafael Correa.
Personalmente, aunque sea
solamente como hipótesis lejana, me encantaría ver el gesto de esos payasescos
opositores al darse cuenta que ellos mismos le colocaron en bandeja de plata
“al dictador atrabiliario y autoritario” que tanto denostaron en una asamblea,
y no cualquier asamblea sino una de plenos poderes.
Me encantaría imaginarlo, así
sea para matar el tiempo.
Por Tomás Ojeda
Sign up here with your email
ConversionConversion EmoticonEmoticon