Por Nicolás Córdova
Rafael Correa vino y se fue sin pena ni gloria. Su legado político de líder de facto de la Revolución Ciudadana parece quedó reducida a su cuenta de twitter y unos cuantos mítines organizados al apuro por un séquito de políticos que han basado su carrera entera en su imagen. Desde su llegada, se reavivaron los ánimos, animadversiones y resentimientos pero en un contexto distinto que le hace perder potencia. La oposición tradicional junto a su caja de resonancia en la prensa optó por un cerco mediático a fin de minimizar su impacto en las localidades a las que llegaba. La estrategia funcionó pues sin antagonismo, no existe la amenaza.
Esa misma
oposición preferiría que Correa desaparezca para siempre, de su memoria de sus
pesadillas y al fin entendieron que la mejor forma de anular a un vanidoso es
ignorarlo.
Más allá de las
pasiones a favor y en contra que pueda inducir Correa, en los 10 días que duró
su visita, muchos nos preguntamos: ¿Y a que vino? En un correismo incapaz de
abrirse a cualquier autocrítica, la respuesta a esa pregunta fue que vino a
retomar la relación con las bases y participar de una VII Convención Nacional del
Movimiento Alianza País sin mayor legitimidad en donde se montaría un
espectáculo en contra de un presidente Lenín Moreno que prefiere el diálogo al
ostracismo. Para los aliancistas que piden retomar un espíritu más democrático
del movimiento, vino a cuestionar la autoridad de Lenin Moreno y deslegitimarlo
ante la inminente consulta Popular que buscaría crear condiciones para el
surgimiento de nuevas figuras en desmérito de un liderazgo que no se ha
renovado en los últimos diez años.
A lo que
realmente vino más bien parecería es a rescatar a Gabriela Rivadeneira, Marcela
Aguiñaga y Ricardo Patiño de errores de cálculo y entrampamientos políticos que
son incapaces de sortear por sí solos. Al enfrentarse a la realidad de que la
batalla no es jurídica sino moral, Correa asumió que esta no es una cuestión de
ilegalidades sino de ilegitimidades, y precisamente ahí donde se hundirá el
único aparato que lo ha sostenido en el poder. El movimiento se ha encontrado
en la encrucijada de definir su razón de ser ahora que el líder único cada vez
está más obligado a abrir la toma de decisiones a una militancia diversa que
había permanecido callada. Es una organización que nació de la ciudadanía pero
que se formó desde el poder y para gobernar, generándose en el proceso algunos
puntos de quiebre y la necesidad de reformas internas que posibiliten armonizar
ambos aspectos de su naturaleza política.
El fugaz retorno
de Correa ha sido el momento de dilucidar el estado real de la estructura
partidista de Alianza PAIS, al igual que la verdadera capacidad de convocatoria
y movilización de su carisma sin el respaldo del aparato estatal, las
contribuciones “voluntarias”, los buses y los refrigerios. Si esa era la
prueba, Rafael Correa afrontó un duro golpe, pues aunque aún conserve cierta
capacidad de convocatoria, las audiencias, los fanáticos y el séquito se ha
reducido y debe confronta muchos de sus cercanos le vendieron una ilusión de
popularidad que no fue del todo cierta.
En los diez años
de gobierno de la Revolución Ciudadana, la cúpula de la organización fracasó en
la generación de una masa crítica de liderazgos que pudieran suceder a los
dirigentes. Sea por personalismo, celos, oportunismos, la estructura fue tan
maleable que tomó 6 meses dejar ver las grietas y la necesidad de una
reinvención. Esa no es una disquisición mía sino una mera realidad que ahora si
se adopta con responsabilidad plantea el desafío de reordenar el movimiento
político más grande que ha tenido el Ecuador. También es un hecho que en los
diez años son muchos los que salieron y muy pocos privilegiados los que
entraron. Esto mientras se castigó a quien se atreviera a pensar distinto y
confundió excesivamente su papel como Estado y como movimiento.
Mucho se ha dicho sobre el ciclo natural que tienen los partidos, sin embargo la única forma de entender la implosión que vive AP es comprender que varios factores incidieron en su situación actual entre los cuales se destacan: la falta de preparación ideológica de la cúpula; la falta de separación entre partido y gobierno; la falta de consolidación de una base social de apoyo orgánica no clientelar, la incursión política de algunos oportunismos, entre otros.
Mucho se ha dicho sobre el ciclo natural que tienen los partidos, sin embargo la única forma de entender la implosión que vive AP es comprender que varios factores incidieron en su situación actual entre los cuales se destacan: la falta de preparación ideológica de la cúpula; la falta de separación entre partido y gobierno; la falta de consolidación de una base social de apoyo orgánica no clientelar, la incursión política de algunos oportunismos, entre otros.
Si nos
preguntamos, ¿a qué vino Correa? Vino a despedirse pues probablemente no pueda
regresar al país en mucho tiempo. Vino a pasarles la batuta a unos líderes que reciben
ese adjetivo entre dudas mientras hoy por hoy no tienen ni el capital político
ni la solvencia organizativa para contener su desgaste propio. Si algo mostró
la llegada de Correa es que la facción correista necesitaba más de Correa que
Correa de ese grupo. Ese fue el famoso culto a la personalidad que la oposición
tanto repite. Se le encargó la existencia del movimiento al líder sin
cuestionar si quiera que sucedería si ese líder ya no estaba. La expectativa irracional
de encargarle a una persona la continuidad intentó negar unas bases que ahora
siguen con un proceso político pero que ya esperan mesías ni salvadores.
La consulta popular dará un respiro de gobernabilidad a un movimiento que requiere reinventarse. Por lo mismo, los encargados de llevar la posta son aquellos que ganaron las elecciones y ahora deben emprender en la ardua tarea de aplicar un programa de continuidad y a su vez de renovación. Del otro lado, el radicalismo basado en una sola persona de momento parece que se ha convertido en una especie que en diez días va rumbo de la extinción.
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