Por Carolina Astudillo
Realizar un balance de los
primeros meses del gobierno de Lenín
Moreno requiere de la descripción de un contexto bastante complejo. El actual
presidente recibió un país polarizado alrededor de la figura de Rafael Correa,
antecesor de Moreno y el líder por diez años de Alianza PAIS. La
división social y al interior del mismo movimiento ha sido evidente en todos
los niveles. En las últimas elecciones presidenciales, Ecuador vivió algo más parecido a la final del campeonato entre barras bravas que un
proceso electoral. En la calle opositores y defensores del correismo
llegaron a pasar de la agresión verbal al golpe y el vandalismo. Hermanos
contra hermanos se insultaban y amenazaban en redes. El vicepresidenciable Páez amenazaba con incendiar Quito y el ex presidente Correa hasta
ahora no puede caminar por la calle o ir a cualquier restaurante sin una
guardia que lo defienda de cualquier bravucón.
En medio de
acusaciones mutuas de fraude gran parte de los líderes de opinión señalaban el
ahondamiento de una crisis social que cerraba todas las puertas a la
reconciliación. Los avances en infraestructura pública que han sido notables y
los logros en la garantía de derechos sociales no eran suficientes para calmar
un importante grupo de ecuatorianos que se sentían maltratados y excluidos de
las grandes decisiones sociales. El proceso de discrepancia y deliberación que se resuleve en las instituciones democráticas se redujo a un combate entre amigos y enemigos según
su posición frente a la antipatía o empatía con Correa y sus decisiones.
En el aspecto económico, la
rivalidad política impedía mostrar la mínima concesión o razón al opositor. Las
cifras mostraban entonces una recuperación de la economía ecuatoriana, luego de
dos años complicados, pero al mismo tiempo se evidenciaba que no todo era el
mundo feliz que diez años de propaganda querían instaurar en la percepción de
los ecuatorianos. El jaguar ecuatoriano era un nombre interesante para una
nación con avances importantes en la reducción de pobreza sin que pudiera todavía saldar la
gran deuda social heredadas de los gobiernos neoliberales.
Moreno debía adicionalmente adecentar la política urgentemente. La razón era que más allá de la vialidad y las hidroeléctricas, los puertos y areopuertos, el cambio de
matriz productiva y los famosos sectores estratégicos dejaban un amargo sabor
de boca cuando se mostraba que todo lo que tocaba el vicepresidente Glas se
vinculada con casos de corrupción. Hasta el día de hoy todavía no se logra cuantificar ni identificar los sobreprecios y exesos en obras que eran necesarias y se hicieron, no sin levantar nubarrones de dudas y desconfianza.
Moreno, como se puede apreciar, llegó y no hubo la tal mesa servida y le tocó empezar su gestión en un
contexto distinto al de la partidocracia que vivió Rafael Correa, quien en sus primeros meses con políticas similares a las de su suscesor se dedicó a
reformar el marco institucional. Hasta el momento el saldo es positivo y en la gente hay cierto optimismo. Las primeras acciones políticas han estado
enrumbadas a la lucha contra la corrupción y a la reconciliación nacional, en un entorno político que requiere de una consulta popular para que sea el pueblo el que
muestre el camino a seguir más allá de la voluntad de unos pocos dirigentes del
correismo y la oposición enfrascados en sus reencillas particulares.
El actual presidente en seis
meses ha tenido que llevar adelante y de forma prioritaria un gran diálogo y un
ejercicio de fiscalización casi ausente durante la década pasada. Esta tarea la
ha realizado con la mayor voluntad y firmeza, en contra de los obstáculos de
varios actores de su propio partido y de una oposición que ha querido
chantajearlo a cambio de su apoyo. El cinismo ha llegado a etiquetarlo de
traidor porque hizo realidad un pedido popular: investigar y llevar a la
justicia a los involucrados en el caso Odebrecht.
El resultado hasta el momento es
positivo. Ha podido desmarcarse del egocentrismo y caudillismo de Rafael
Correa, logra sortear el arribismo y oportunismo de Lasso y otros politiqueros, además de que ha
podido poner los cimientos de los primeros programas de gobierno. Apenas con
algunos asambleístas y dirigentes leales al pueblo más que al capricho de
Correa se impulsa una depuración interna del partido, con la intención de
volver a retomar el espíritu que motivo la creación de Alianza PAIS y la
redacción de la constitución de Montecristi. A un lado del camino Moreno ha
dejado a una serie de figuras más preocupadas en sus negocios que en el
fortalecimiento de una verdadera militancia política. Los nuevos ricos de la gestión anterior ahora se rasgan las vestiduras y el miedo a la contraloría y las investigaciones los ha puesto a la defensiva, una señal de que Moreno va por buen camino.
El diálogo ha motivado el enojo y
los descalificativos de una facción correista al borde del fanatismo y el culto
a la figura del líder. Lamentable esa actitud en un movimiento como Alianza PAIS con profundas
raíces ciudadanas, pero que con el paso del tiempo debe ser rescatado de una cúpula
que le quiso reducir al rol de fuerza de choque para la defensa de unos pocos políticos que en
su mayoría ni siquiera estuvieron al inicio de la autodenominada Revolución
Ciudadana. En este proceso de escasos meses de iniciado el nuevo gobierno se ha podido darle un electrochoque
al movimiento Alianza PAIS y tratar de limpiarlo casa adentro. Cosa difícil pero
que hasta el momento se lleva a cabo con responsabilidad más allá de las
triquiñuelas de correistas que han llegado inclusive a desfalcar –llevarse- el
dinero del partido a cuentas clandestinas.Ya dirán que es su derecho los que han presumido de manos limpias aunque se pasen por encima normativas y la ética más elemental.
Por el otro lado, Moreno ha
sabido extender la mano a la oposición sin claudicar en los valores
fundamentales del proceso político de izquierda que asumió el 24 de mayo. La
mejor evidencia es que los acercamientos han servido para impulsar,
paralelamente al proceso de renovación institucional, proyectos sociales como
el Plan Toda Una Vida y particularmente el Plan Casa Para Todos. Las medidas de
austeridad adoptadas son otro avance notable en tan poco tiempo. De entrada la
eliminación de sabatinas y ciertos lujos burocráticos muestra a la opinión
pública un gobierno que trabaja no por enaltecer a nadie y empecinado
en cuidar cada centavo de los ecuatorianos.
En el otro flanco, la oposición tradiconal ha sido
confrontada con trabajo y siempre privilegiando el argumento de la justicia social. Tanto es
el éxito de Moreno en este punto que grupos como CREO no han tenido otro camino
que reconocer los avances e insistir que ellos son la oposición, cuando se han
visto disminudos en el panorama político porque sus tesis se han limitado al
escándalo mediático, la denunciología y la crapulenta reducción de impuestos a los
más ricos. Esfuerzos opositores que no han tenido cabida ni en el Ejecutivo ni mucho menos en la gran
mayoría de la ciudadanía.
El correismo habla de que no hay
obras, un acto de especulación pura e intento de generar inestabilidad a través de la difamación. Moreno los ha ignorado y mejor ha empezado a entregar las primeras
casas de plan de vivienda, ha delineado una política que rápidamente amplía el
ingreso a la universidad y, con solvencia, ha iniciado el plan médico del
barrio, una interesante iniciativa de medicina preventiva en las zonas más
vulnerables del país. A parte de esto ha reactivado el plan Manuel Espejo, un ícono de
la atención a las personas con discapacidad en todo el mundo y que había sido
relegado a segundo plano durante la vicepresidencia de Glas.
El avance más positivo en estos
primeros meses quizás es la lucha contra la corrupción. El procesamiento de
Jorge Glas, en el caso de Odebrecht deja entrever una voluntad de sanear la
política más allá del costo que pueda significar a su propia figura y la del movimiento político. Moreno,
sin la menor duda ha sabido dejar que las instituciones investigaran y
sancionaran casos de corrupción que lamentablemente todavía se quieren ocultar
incluso so pretexto de una amistad de juventud. Esto se ha mantenido con el impulso al combate a la evasión y los paraísos fiscales, el talón de aquiles de la derecha ecuatoriana.
Al escuchar del correismo y de
la oposición que no hay trabajo ni obras los ecuatorianos les podemos responder
que sí las hay. También les podemos decir que si algunas son producto del
gobierno anterior es correcto continuarlas y lo antiético es atribuírselas a
una persona como si de caridad se tratara. El presidente siempre debe trabajar
y mejorar lo que existe, no creerse indispensable y mucho menos asumir él es motor y fin mismo de un proceso político que ahora compromete. Asimismo, a la oposición valga
decirle que un trabajo a favor de la ciudadanía es mucho más que salir en
televisión y la foto en redes sociales jugando a pescar a río revuelto.
En los primeros meses se ordena
la casa y se continúa con lo positivo. Así se hace cuando hay responsabilidad
con el pueblo que elige al gobernante. La crítica sin propuesta y con afan de dañar apenas si es demagogia con el
interés de crear desestabilización y confundir a una sociedad que luego de
probar partidocracias de la bancocracia y una parte del correismo que de socialista solo tiene la retórica todavía sabe que puede
haber otro camino mejor.
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