Había cargado mi cuenta electrónica hace
unos días en uno de los puntos que anuncia la página del Banco Central; pero no
fue hasta este fin de semana que me animé a hacer mi primera compra con dinero
electrónico.
Armado con mi celular, y un billete de 5
dólares, me aventuré a comprar en un supermercado de Quito una pasta dental y
un cepillo. La cuenta llegó a $3.80, una señorita muy amable me preguntó mi
forma de pago y al decirle dinero electrónico simplemente me pidió mi número de
cédula y de télefono. Inmediatamente me llegó una notificación para que
aprobara la compra y el valor a pagar con mi clave. Enseguida digité el código que me permitió
pagar sin usar ni efectivo ni tarjeta de banco.
Debo admitir que emocionado por esta
tecnologia, y con factura en mano, noté que había pagado el 14% del IVA, ¿Dónde
está el beneficio? Me pregunté. Cuando estaba por regresar a la caja a
preguntar, un mensaje de texto me informaba que de mi compra se me había
devuelto los 4 puntos del IVA directamente a mi cuenta. Ahí está mi dinero de vuelta
me dije.
En realidad todo lo malo que se dice del
dinero electrónico queda en nada cuando uno puede ya experimentar sus beneficios.
Casi todos tenemos un celular para usarlo. No necesitamos teléfonos
inteligentes ni internet. Es inclusivo y permite que podamos hacer
transacciones sin redondeo y de forma segura. Yo estoy contento.
La cuenta la había creado el año pasado, y
es hasta ahora que comienzo a ver sus beneficios. Como a todos, las nuevas
tecnologías nos dan algo de miedo, pero cuando comenzamos a usarla te pasa como
a mi. Ahora lo quieres utilizarla todo el tiempo.
Juan Carlos Coronel
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