Por Tomás Ojeda
¿Cómo se debe
asumir la inversión que usted, como padre o madre, hace en la educación de sus
hijos? ¿Cómo entender la voluntad que tiene de endeudarse a largo plazo para
comprar la casa que albergará a su familia? ¿Es pecado mortal el que tú, como joven
universitario o universitaria, optes por un crédito para acceder a esa beca
que, pese al sacrificio que implica, incrementará potentemente tus
posibilidades de tener una vida mejor? ¿Es válido, legítimo? Pues, aunque
parezca mentira, hay gente que cree que eso es derroche.
Permítanme
contarles una historia. Hasta no hace mucho imperaba en el Ecuador la era del
absurdo: los banqueros dictaban las reglas para regularse a sí mismos; el
Estado mantuvo durante años un ‘mercado de pulgas’ en el que vendía de todo,
desde aerolíneas, carreteras, empresas telefónicas, petroleras, de electricidad
y muchas otras; los empresarios fungían de líderes de opinión a tiempo completo
y, a veces, se ponían crespones negros en los brazos para defender a alguno de
los bancos que se caían a día seguido; el único profeta autorizado a descender
desde los altares era la misión del FMI que venía cada 6 meses a ver si no
existía la amenaza de que el país recuperase la cordura (es la era del absurdo,
no lo olviden); y en medio de todo ese caos, un comportamiento que era la marca
irrefutable del buen juicio del estadista: la austeridad.
¿Qué
significaba ser austero en la era del absurdo? Que el Gobierno recoja ‘los
sueltos’ obtenidos tras la venta a bajo precio de esas varias empresas
estatales (Fondo de Solidaridad), que reúna las migajas que sobraban de la
participación en la renta petrolera (de la cual 9 partes eran para las empresas
extranjeras y una para el país), y entonces ‘encargar’ esa platita a algún
banco privado en Miami para que nos la cuide mientras ‘disfrutábamos’ de la
época de vacas gordas, pues la lógica absurda dictaba que ese dinero iba a
servirnos para cuando llegara la de las vacas flacas.
Y, ¿qué
implicaba la época de las vacas gordas en la era de lo absurdo? Significaba
vivir en medio de un ‘prometedor’ escenario de abandono institucional y de recorte
permanente a los presupuestos de salud, educación, obra pública o cultura. La
época de vacas gordas era la mejor época porque gracias al dinero que se
quitaba a los hospitales y a las escuelas se podía pagar una pizca de la
carísima deuda que teníamos, y así bajaba el riesgo país con lo que la
inversión privada podía venir al Ecuador y seguir comprando ‘a precio de huevo’
lo que el Estado seguía ofertando en su venta de garaje.
Como vemos,
todo es parte de un ciclo. Incluso la era del absurdo que un buen día se acabó
y fue reemplazada por la edad de la cordura. Parece que eso ocurrió hace mucho
tiempo porque los cambios han sido radicales y vertiginosos a la vez, pero no. La
transición fue abrupta y sucedió hace apenas 8 años. Por eso justamente algunos
viejos habitantes de la era del absurdo aún no entienden la edad de la cordura
y no pueden ocultarse; mucho menos cuando abren la boca y dicen, por ejemplo,
que invertir en lo social es ‘derroche’.
Partamos de
una premisa simple: qué familia puede sobrevivir 8 años a punta de ‘derroche’
indiscriminado de sus recursos, sin ninguna planificación y sin objetivos;
simplemente gastando por gastar. Seamos aún más dramáticos: ¿es posible que
gastando sin medida y sin una noción del para qué hacerlo, la misma familia
pueda elevar su calidad de vida, incrementar su patrimonio y mejorar sus
posibilidades de crecer?
Pensemos
ahora desde una visión macro: ¿cree usted que sin una buena administración de
los recursos, inversiones acertadas y una planificación coherente se habría
podido lograr un evidente cambio en infraestructura, servicios y condiciones de
vida a nivel nacional que, además, ha demostrado ser sostenible en el tiempo?
La hipótesis
del derroche indiscriminado de recursos es, por sí misma, absurda y tragárnosla
implicaría aceptar el sinsentido de creer que se malgastaron 7.712 millones
destinados a construir 9.706 kilómetros de carreteras; que se derrocharon 7.348
millones de dólares en educación superior; que se echaron a la basura más de
8.000 millones de dólares que han servido para educación, escuelas, colegios y
Unidades del Milenio; que se desperdiciaron 8.137 millones de dólares en
proyectos de transporte que implicaron construir puertos, aeropuertos y
puentes.
Tragarnos la
hipótesis del derroche sería reconocer torpemente que a lo largo de siete años
se ha ‘botado la plata’ porque 35.481 millones de dólares fueron para inversión
social.
¿Derroche la Refinería
del Pacífico? Cuando esté en operación le ahorrará al país 4.700 millones de
dólares anuales. Si solo multiplicáramos ese monto por las más de dos décadas
que se dejaron pasar sin impulsar ese proyecto, veremos que los del derroche son
otros. ¿Derroche Yachay, porque se sacrificaron 5.000 hectáreas de tierras
fértiles para posar en ellas un alucinado proyecto? En esas 5.000 hectáreas se
siembra la semilla más excelsa y promisoria, aquella que germinará el tronco poderoso
que apalancará el nuevo destino de la nación.
Ahora mastican
su última comidilla: que un pequeño porcentaje de sueldos financie el programa
de reducción de mortalidad materna. Los viejos habitantes de la era del absurdo
se devanan los sesos para explicarse el por qué de aquello y buscan algo que
esté más allá del legítimo interés de apoyar a esa empresa. Y es entonces que se
acuerdan nuevamente del derroche.
Lo que no les
cuadra es que esos son los “derroches” de la edad de la cordura. No pretendamos
que los carcamales de la era del absurdo lo comprendan.
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