Por
Tomás Ojeda
Aquel sábado por
la noche, Manny Pacquiao buscaba, con paciencia y poco alcance, la humanidad de
Floyd Mayweather sobre el ring, mientras este lo esperaba midiendo cada uno de
los tibios puñetazos que lanzaba y calculando el momento para abrazarlo. Hasta
ese momento era un espectáculo aburridísimo, pero no podía esperar más del
primer round de aquella a la que muchos calificaron como ‘la pelea del siglo’.
Y era obvio, el
primer asalto en el boxeo, más conocido como “round de estudio”, es la
oportunidad que tienen los contendores para inteligenciarse de la dinámica del
combate, acercarse a la técnica del rival y explorar sus puntos débiles. Más
claro, es la chance de reconocer el terreno para saber en dónde pisar. Sin
embargo, se trata también de una carrera contra el tiempo pues ya para el
segundo round la exigencia será mayor y la contienda más intensa.
Una progresión
similar ocurre en la política y la administración pública. Menos impuestos, más
y mejores servicios y la defensa de la continuidad de los proyectos, marcaron
algunos de los discursos electorales que se escucharon durante la campaña para
autoridades seccionales del 2014. Ha pasado un año y los libretos cambiaron
drásticamente, ya sea por la “novatada” de varios funcionarios que resultaron
electos por primera vez y que en ese momento se enteraban de cómo era eso de
administrar una ciudad, o bien por la exigencia que impone el modelo jurídico-administrativo
de descentralización que ahora impide a las autoridades eludir el manejo de
varias competencias que estaban a cargo del Estado Central.
En este que ha
sido el “año de estudio” (utilizando la analogía boxística) para las autoridades
seccionales muchas cosas han pasado y otras no tanto. En Guayaquil el modelo
prácticamente ha sido el mismo y la poca obra pública sigue siendo opacada por
la poderosa figura caudillista de Jaime Nebot quien, incluso en campaña, no
hizo grandes ofrecimientos a futuro sino que centró su discurso en resaltar lo
que ya se ha hecho. Ello lo dejó en una cómoda posición para capear temas
espinosos como el de la competencia del transporte y la revisión de las
tarifas. En ese sentido, ha podido mantener su posición de “autonomía a la
carta” y prácticamente ha delegado a la gente la delicada responsabilidad de
decidir si suben o no los pasajes mediante una consulta popular que definirá el
tema. Demás está decir que la negativa ciudadana a un incremento será el
resultado obvio y el aplazamiento de un problema irresoluto, la consecuencia.
En Quito, la
inexperiencia e improvisación del alcalde Mauricio Rodas lo ha llevado no solo
a cometer errores sino a enredarse en la definición del modelo de
administración que propone para la ciudad, algo que jamás planteó en su campaña
centrada más bien a la simple y vendedora idea de “menos impuestos”. Las obras
más grandes que ha inaugurado fueron ejecutadas por la administración anterior
y Rodas aún no ha sido capaz de mostrar algún proyecto relevante ejecutado
íntegramente por su equipo. Al parecer ha optado por volumen más que por
impacto y en este año se ha dedicado a la remodelación de decenas de parques
barriales que, al menos, han mantenido ocupada su agenda.
Hasta ahí lo que
se puede ver en cuanto a la acción municipal propiamente dicha en dos ciudades
que aglutinan a casi 6 millones de ecuatorianos. No obstante, existe también
una dinámica política que ha marcado, al menos, la segunda mitad de este primer
año y que tiene que ver con una reconfiguración de alianzas hacia las
elecciones del 2017. En realidad no fue sorpresivo, al menos para mí, que Jaime
Nebot y Mauricio Rodas confluyeran en un momento dado alrededor de una
propuesta electoral a futuro. Lo sorprendente es que haya ocurrido de forma tan
prematura y sin la consolidación de una plataforma de base real, al menos en
Quito.
La integración
de lo que han dado por llamar “La Unidad” ha copado el accionar político de Nebot
y Rodas, a los que se suma el prefecto del Azuay, Paúl Carrasco, quien
prácticamente ya está en campaña realizando recorridos en provincias como
Zamora y Morona para promocionar su posible candidatura presidencial.
En medio de ese
escenario, los medios de comunicación privados se juegan su propia pelea: han
visto en estos cuadros seccionales de oposición al gobierno la posibilidad
cierta de una “alternancia en el poder” en las próximas elecciones
presidenciales y se han dedicado a la indecorosa tarea de, por decir lo menos,
invisibilizar la inoperancia de varios de ellos y “fabricar” aciertos
inexistentes para precautelar la aceptación de la ciudadanía ante esas
autoridades. Es evidente, por ejemplo, el caso de una cuestionada “encuesta de
credibilidad a los alcaldes” que publicó diario El Comercio de Quito y que no
estuvo exenta de “problemas técnicos” que generaron suspicacias en las redes
sociales respecto a que se pretendió favorecer al alcalde de Quito.
De todas formas,
poco antes de que la encuesta de El Comercio saliera del aire para aparecer
después con cifras distintas (es decir, cuando –se supone- los números que
exhibía inicialmente eran de alguna forma “confiables”), se pudo notar que la tendencia
en la calificación de casi todos los alcaldes de las principales ciudades del
país, a excepción del de Guayaquil, eran negativas y aquello puede ser
comprensible dadas las circunstancias de aprendizaje en que los neófitos
alcaldes desarrollan su trabajo y, por tanto, perfectamente susceptible de
revertir con equipos de trabajo eficientes y con rigor en la planificación
posterior.
Más allá de todo
eso, el triunfo de la oposición en la elección de alcaldes de las tres
principales ciudades del Ecuador en 2014 fue interpretado por esa misma
oposición como un momento clave de transición y de traspaso de poder político
hacia los GAD. Se lo leyó como el comienzo del fin del correísmo y la
oportunidad de eludir las responsabilidades que impone el COOTAD así como de recuperar
el discurso de “autonomía genuina” al más puro estilo liberal. Nada más erróneo.
Los partidos
tradicionales asumieron que era el fin de la imposición de la política pública del
Estado Central a los gobiernos descentralizados, pero no ha sido así. Esa
victoria del 2014 no ha logrado cuajar en una política pública alternativa al modelo
de la Revolución Ciudadana y los gobiernos seccionales siguen acatando la ley,
asumiendo competencias y cargando la cada vez más exigente tarea de velar por
temas que rebasan las políticas de un gobierno y que tienen que ver con
provisión de servicios como agua potable y alcantarillado, control y manejo del
suelo y planificación territorial que están más allá del dilema político-ideológico.
En resumen,
terminó el primer asalto pero se vienen otros aunque, al parecer, los
protagonistas aún no encuentran el modo de no perder por puntos la contienda.
Sign up here with your email
ConversionConversion EmoticonEmoticon