A quienes por
afición nos gusta el ajedrez, sabemos que es, quizá, el juego en el que menos
interviene el azar. El único golpe de suerte del que podría jactarse un
ajedrecista es que le toque un rival tan malo como para liquidar la partida en
pocos movimientos. En el otro extremo de lo lúdico está la ruleta,
entretenimiento en el que la condición de ganador o perdedor lo decide
únicamente la casualidad.
Y aunque la
política implica un trasfondo mucho más complejo que el de un simple juego,
existen coincidencias en algunos principios básicos y en cómo determinados
actores se mueven dentro del escenario: unos son mucho más metódicos y
estratégicos (como lo son los ajedrecistas), mientras otros prefieren apostar
sus fichas barajando las posibilidades de algunos tiros como si se tratase de
un juego en el casino.
A poco menos
de cinco meses para las elecciones de febrero de 2017 el espectro político
electoral se ha ido decantando paulatinamente y ya es posible vislumbrar a
aquellos que se han movido mejor y a los que lo han hecho desastrosamente en
este juego de pre-campaña y de intentos de coalición.
Uno de
quienes ha entendido mejor el panorama es Guillermo Lasso. Al parecer el
banquero tiene a su disposición un eficiente equipo de asesores que le han
trazado el camino de una estrategia más apegada al maquiavelismo que a otra
cosa. La máxima “divide y reinarás” se ajusta perfectamente a las maniobras que
ha ejecutado el candidato de CREO y su grupo cercano: establecieron una
plataforma paralela (Compromiso Ecuador) en la que poco a poco fueron metiendo
a aquellos cuadros que se los iban sacando al resto de agrupaciones políticas
rivales dividiéndolas desde dentro. Así Compromiso Ecuador fue engullendo a
militantes del partido Socialcristiano, de la vieja Izquierda Democrática, de
Pachakutik, de Alianza País y de SUMA.
Sin embargo
lo que parecía ser una estrategia efectiva, tarde o temprano puede convertirse
en un boomerang para el banquero Lasso quien no se cansa de exhibir a
Compromiso Ecuador como una estructura de coalición política seria, cuando en
realidad no es otra cosa que un ente corporativo creado artificiosamente para
aparentar un gran frente nacional que lo apoya. El problema para él radica en
que para sostener su experimento frankensteiniano llamado Compromiso Ecuador, ha
efectuado demasiados compromisos y se ha hipotecado a un ejército de disidentes
que ahora están metidos en su barco con la promesa de una candidatura a la
Asamblea Nacional, pero al mismo tiempo también tiene que atender a su círculo
más cercano y exclusivo agrupado en CREO. Cuando llegue el momento de las
decisiones y el armado de las listas de candidatos veremos la reacción de
aquellos que se quedaron fuera de juego, pese a las promesas electorales de
Lasso. Esa será la espada de Damocles que penderá sobre su cabeza.
No tan lejos
de Lasso, se levanta una tienda de campaña a medio construir, con enormes
huecos conceptuales, aparentemente abandonada y en la que todo parece estar
sometido a un golpe de suerte, a diferencia de la plataforma del banquero que
sí ha apelado a la estrategia para consolidar en algo su candidatura. Me
refiero a La Unidad que en un principio lideraron Jaime Nebot, Mauricio Rodas y
Paúl Carrasco. Lo que ahora sucede con ese intento de coalición ciertamente no
era, ni de cerca, lo que plantearon sus impulsadores hace más de dos años. Hoy
ya no está Rodas y, desde hace algunas semanas, parece que tampoco está ya
Nebot. Tan solo ha quedado Carrasco que llanamente es un “peso pluma” sin más
armas que su propia ambición para hacer frente en una simulación de elección
primaria a otra peso pluma como Cynthia Viteri que, a diferencia del prefecto
azuayo, tiene algo más de relevancia pues de su lado está el respaldo, aunque
sea en ausencia, del máximo líder socialcristiano.
Mientras esa
mini disputa ocurre, otra más se desata al interior de los retazos de eso que
fue La Unidad: Ramiro González (Avanza) y César Montúfar (Concertación) se
muestran amenazantes los dientes para ver quién va primero en la lista de
candidatos para la Asamblea Nacional. Ellos sabían hace rato que la elección
presidencial es solo un espejismo (como también lo sabe Nebot) y que la
elección parlamentaria, en cambio, es una posibilidad más cercana a la
realidad, pero también saben que esa elección será muy apretada y que muchos
quedarán afuera. Por eso la intención de “ganar de mano” al otro como si se
tratase de su peor enemigo, pese a que ambos están sentados en la misma mesa,
adulando incondicionalmente al jerarca máximo de la derecha para ganarse su
favor.
Finalmente,
en el área de la centroizquierda, están aquellos que peor jugaron su destino. Lo
que pomposamente se denominó el Acuerdo Nacional por el Cambio acabó por
diluirse y en él solo quedarán la Unidad Popular, los hermanos Larrea y una
facción de la Ecuarunari. En este lado han dejado que el azar se haga cargo de
todo y hasta parece que están lanzando la bolita con los ojos cerrados para no
ver la debacle. Lourdes Tibán no cederá su candidatura en Pachakutik pues es lo
único que le queda (ya no puede reelegirse como asambleísta) y ha dicho que
podría hacerse a un lado únicamente si aparece “alguien con más peso que ella”;
si tomamos en cuenta que su nominación como precandidata fue decidida en una
primaria en la que apenas 2.000 de 90.000 electores votaron por ella, es claro
que cualquier otro postulante es “más pesado”. De otra parte, el anuncio
sorpresivo de Paco Moncayo como candidato presidencial por Izquierda
Democrática fue el golpe de muerte a la fallida coalición de centroizquierda y
constituye una señal inequívoca de que la ID pretende liderar la tendencia
haciendo a un lado al resto de actores.
En resumen,
¿qué es lo que tenemos? Básicamente dos formas de hacer y de ver las cosas
desde lo electoral: por un lado una plataforma artificial creada y sostenida
con los recursos económicos de un candidato con el único fin de apuntalar su
postulación personal a la Presidencia de la República; y por el otro las
maniobras sorpresivas, fuera de libreto y carentes de orientación estratégica.
Es decir pirotecnia política.
Si el tema
acabara allí, ni siquiera nos preocuparíamos de hacer una lectura del escenario
ni de escribir estas líneas. Pero dentro de ese juego político azaroso, hay una
elección nacional de por medio y más allá de los nombres (que son los mismos de
hace 10 años, por cierto) hasta ahora no hemos escuchado desde el lado de la
oposición una propuesta programática seria que supere la muletilla simplona de
“menos impuestos” o la muy escalofriante de “cambiaremos el país” (sin explicar
el cómo). ¿Se imagina un planteamiento de cambio estructural nacional en manos
de varios grupos que no han sido capaces de ponerse de acuerdo ni siquiera
compartiendo la misma mesa? ¿Cómo pueden soñar en reformar institucionalmente
la nación si no son capaces de plantear una organización política mínima?
Han pasado 10
años y ninguno de quienes lideran las tiendas políticas ajenas al oficialismo
siquiera se han enterado. Los mismos que se peleaban por una candidatura antes
del correísmo, es decir una década atrás, son los que ahora siguen haciendo lo
mismo. ¿Me equivoco? Si es así, ¿qué son entonces Viteri, Moncayo, González,
Tibán, Lasso, Montúfar, Romo o Hurtado? Son los mismos y estuvieron antes del
proceso político actual prometiendo lo mismo.
Es
comprensible y hasta explicable que en el paupérrimo universo político de
cuadros y nombres que hoy muestra la oposición las cosas se abandonen a su
suerte para “ver si se arreglan solas” o se “acomodan en el camino”. Lo que no
es comprensible y es reprobable es que el elector vaya a las urnas bajo esa
premisa.
El 19 de
febrero de 2017 vamos a encontrarnos nuevamente con una sábana de candidatos a
la Presidencia de la República. Ese día no vamos a jugar a la ruleta y si hay
candidatos de hace 10 años que no han entendido el crecimiento de la capacidad
crítica que ahora tenemos los ciudadanos ecuatorianos (y que no es la misma de
hace 10 años), pues habrá que demostrarles que somos ajedrecistas y que cada
movimiento que hagamos y decisión que tomemos están motivados por un ejercicio
pleno de conciencia y de análisis político e histórico.
Por: Tomás Ojeda
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