Por Mateo Izquierdo
En noviembre de 2004, el presidente de la
República, Lucio Gutiérrez, mediante actos desesperados e inconstitucionales
desencadenó eventos que llevaron a su propia defenestración cinco meses después.
Mucho se ha dicho en los últimos diez años sobre la movilización progresiva de
la ciudadanía que llegó a desbordar en una crisis de gobernabilidad
insostenible. Sin embargo, los factores que inciden en la caída del presidente
“Dictócrata”, yacen más en el fracaso
del sistema de partidos ecuatoriano y la incapacidad de la clase política de
manejar el descalabro institucional y el conflicto social que vivió el país a
fines de 2004 y principios de 2005.
La caída de Gutiérrez fue consecuencia
directa de la podredumbre de un sistema que en el 2005 ya tenía diez años de
decadencia (algunos dirían 25). Tras la deshonrosa salida del vicepresidente
Alberto Dahik, la caída del presidente Abdalá Bucaram y el posterior golpe de estado
del gobierno de Jamil Mahuad, el país vivió un atropello constitucional tras
otro que dejaron a la frágil institucionalidad de la nación aniquilada. La
articulación entre poderes del Estado, la función pública y el sistema judicial
dependía, más que nunca, de relaciones clientelares perversas con una brecha
enorme entre las demandas ciudadanas, las capacidades (reales) del Estado para
atenderlas y los intereses particulares de autoridades de elección popular.
Es materia de otro análisis el por qué,
bajo condiciones de absoluta precariedad, la sociedad ecuatoriana no recurrió a
la violencia para resolver uno de los mayores conflictos sociales de su
historia y las razones que dieron lugar al milagro de que no hayamos desatado
una guerra civil con efectos catastróficos. Sospecho que, como sociedad,
habíamos llegado a un cierto nivel de tolerancia a la anarquía que nos volvía (y
nos vuelve) pasivos e inmóviles debido a una ambivalencia ideológica
avasalladora.
En retrospectiva, podemos ver que la clase
política ecuatoriana, perteneciente a los partidos tradicionales ecuatorianos,
había fracasado en su pretensión de dar una orientación constructiva al país
desde el retorno a la democracia. Fue el hastío de la ciudadanía frente a la “partidocracia”
lo que, precisamente, permitió la irrupción de un “outsider” como Lucio
Gutiérrez en el poder. Sin embargo, lo que muy pocos analistas han dicho es que
Lucio llega a Carondelet en un momento en el que el país ya empezaba a vivir
una recuperación macroeconómica significativa. La estabilización del dólar y el
alza en el precio del petróleo hubieran favorecido a cualquier gobierno para
implementar una agenda política de largo aliento. Se puede colegir entonces que
las causas de la caída no fueron económicas sino más bien de tipo ético y
moral. La llegada de un personaje, supuestamente, ‘nuevo’ al poder debió dar un
giro de timón en el curso del desarrollo del país, que se había empantanado en
una crisis de gobernabilidad. A tal punto llegó la desgracia del país, que los
organismos internacionales empezaban a debatir la condición del Ecuador como el
de un Estado fallido.
Las esperanzas de todos se esfumaron cuando
desapareció el misticismo del supuesto líder redentor que venía a recuperar la
democracia. Colectivamente caímos en cuenta de que había llegado al poder un
ex-militar de rango medio que tenía poco o ningún conocimiento de cómo
administrar una nación y, mucho menos, una red de apoyo de base real y orgánica.
Desde un inicio se notó la improvisación
del coronel y súbitamente fue cayendo en las prácticas más burdas de los partidos
tradicionales, a saber: el nepotismo, la corrupción y el juego de las alianzas que
empezaron a minar la imagen de su régimen. No había llegado un nuevo actor a redimir
el sistema político; había llegado un político neófito en malas mañas que
comenzó a aprender cómo funcionaban los resortes del sistema corrupto que
‘dizque’ pretendía cambiar, y que se quedó a medias en su intento y más bien
entendió que era más rentable acomodarse en ese escenario para sobrevivir y
usufructuar de él.
El coronel no tardó mucho en evidenciarse
por lo que era: un gobernante improvisado sin plataforma o apoyo. No era un
estadista cómo tal pues nunca comandó el papel con autenticidad o la
legitimidad que el cargo exigía. Ante esta realidad, la figura política del presidente,
tuvo que buscar la tutela de los líderes tradicionales para garantizar su
supervivencia. Primero con el Partido Social Cristiano (PSC) y luego con el
Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) y el Partido Renovación Institucional
Acción Nacional (PRIAN). A nivel internacional, el coronel buscó la protección
del gobierno norteamericano de George Bush. Estas y muchas cosas más le
costaron la alianza con el sector indígena de Pachakutik que le había ayudado
llegar al poder.
Estas alianzas estratégicas tenían como fin
garantizar la continuidad del gobierno del coronel pero a su vez terminaron
costándole el cargo pues ninguna era sostenible. A falta de un programa de
gobierno concreto o una agenda política de corto o mediano plazo, el coronel y
su gabinete tuvieron que adaptarse a la dinámica de la supervivencia diaria. De
tal forma que en los últimos días del gobierno el coronel había quedado
arrinconado, deslegitimado y abandonado por culpa de su propia ineficiencia. En
ese marco, el desmantelamiento del gobierno fue relativamente fácil pues no
había mayor aparataje que deconstruir.
Fue particularmente una crisis de
representación y de legitimidad democrática en la que tanto los partidos
tradicionales cómo el coronel fueron desenmascarados por sus actuaciones
profundamente antidemocráticas y mezquinas. Surgió el rumor de que a Guillermo
Castro Dager, el “Pichi”, le tomó media hora decidir la anulación de los
juicios contra Abdalá Bucaram, Alberto Dahik y Gustavo Noboa. La inoperancia
del Congreso se evidenció, por ejemplo, en su incapacidad de tomar una decisión
(cualquiera) respecto a la ilegítima “Pichicorte” y sus providencias, tras
cuatro meses de discusiones y acuerdos de pasillo. Así mismo, el coronel no tuvo empacho en
movilizar a las fuerzas armadas para reprimir violentamente a las incipientes
expresiones de acción colectiva. En este punto una gran diferenciación con los
análisis de los hechos desde la academia ecuatoriana: no hubo proyecto
autoritario porque no hubo proyecto como tal. Aquellas fueron medidas de
desesperación, así como la repentina destitución de la tan criticada
Pichicorte, que el coronel tomó por infortunio, inexperiencia y falta de
criterio político.
Cabe destacar que en ese momento había una
dispersión salvaje de intereses contrapuestos que impedían la consolidación de
proyectos mayoritarios y/o hegemónicos, por lo que cualquier actor habría
sufrido la misma o similar suerte que el coronel. La inestabilidad política del
Ecuador en 2005 no se entiende sin comprender el largo proceso de
desinstitucionalización que se vivió antes del coronel.
Era necesaria una reconstrucción nacional y
una relegitimación institucional que nunca llegó con Gutiérrez. Recordemos que
el coronel llega a la presidencia en un vacío de poder y con un sistema de
partidos fragmentado que le impidió cualquier autonomía de gestión. El gobierno
de Gutiérrez, en ese sentido, estaba destinado al fracaso obstaculizado por los
grupos oligárquicos y presionado por las demandas ciudadanas que no estaba en
capacidad de atender. A esto se suma que el coronel en su desesperación llevó a
cabo un asalto a las instituciones
(Corte Suprema, Tribunales), al frágil estado de derecho e intentó maquillar
sus acciones con un discurso anti-oligárquico evidentemente contradictorio a
sus acercamientos con esos sectores.
La debilidad política del presidente era
palpable y los partidos políticos aprovecharon la oportunidad para dejar que se
caiga el gobierno y a su vez que se termine de desbaratar el sistema y toda su
institucionalidad. Lo triste de este hecho es que los partidos políticos no
aprendían las lecciones de la historia que llevaron a este impasse y
lamentablemente aun no aprenden. La naturaleza de esa dinámica no ha cambiado
significativamente pues muchos de los mismos actores fueron a conformar el
Congreso (De los Manteles) y una minoría en la Asamblea Constituyente de
Montecristi. Hoy muchos de los mismos actores son Asambleístas de oposición,
claro está en distintos partidos políticos que los de aquella época. Han hecho
lo que han podido para sobrevivir, cuan mala hierba se rehúsan a morir.
La mal llamada rebelión de los Forajidos no
fue más que la efervescencia de un malestar ciudadano que crecía con cada
actuación descarada de la clase política. Sin embargo, concentrarse en aquella
movilización social distrae de lo que sucedía tras bastidores cuando los
actores políticos causaron un descalabro institucional intencional. Únicamente
así podemos comprender la disolución, desaparición o cooptación de los Forajidos
a posteriori.
Entre los actores que se beneficiaron de
estas acciones de sabotaje están la banca, los medios de comunicación, que
curiosamente no reportaban la crisis sino hasta cuando ya era inminente la
caída del coronel, los partidos tradicionales y mandos militares. La movilización social fue importante, pero
no fue la causante de la caída del coronel y mucho menos la gran coalición
democrática de la sociedad civil que se le ha pretendido atribuir. Los
intereses de la partidocracia pudieron más y la amenaza de que se les
arrebatara sus privilegios llevó a un complejo juego político de conspiración en
el que nadie salió victorioso, mucho menos la democracia.
En esta fecha vale recordar que han pasado
10 años desde que unos pocos destruyeron el país, sus instituciones y su
democracia con el único objetivo de no perder sus amadas prebendas y soltar esa
teta que los alimentó durante un cuarto de siglo. Vale también recordar que son
los mismos actores, aquellos que destruyeron el país, los que están perfectamente
dispuestos a volverlo a hacer con tal de regresar a esa dinámica del caos e
inestabilidad. Pues ellos son los únicos que se benefician cuando la ciudadanía
adolece.
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1 comentarios:
Write comentariosMuy sesudo y veraz este analisis de la vida, pasion y muerte de la partidocracia. Definitivamente no hal mal q dure cien años ....ni cuerpo q lo resista. Afortunadamente ya se puede avisorar un futuro promisorio
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