El reciclaje de actores políticos y la Restauración Conservadora


Por Mateo Izquierdo

El presidente Rafael Correa ha mencionado en diversas ocasiones la existencia de una “Restauración Conservadora” que amenaza con arrebatar a la ciudadanía todo lo alcanzado por la Revolución Ciudadana. Se trata de un mecanismo de movilización de bases de apoyo fundamentado en el miedo. Es una herramienta que se ha utilizado a través de la historia para generar consciencia sobre el “enemigo” latente, el cuco que amenaza la estabilidad y el estatus quo. No es que yo crea que no existe una amenaza; de hecho, existe. Sin embargo, lo que vivimos en el Ecuador a fines de año 2014 es una reconfiguración de actores políticos que buscan su supervivencia en el entramado juego democrático ecuatoriano.

Me rehúso a darle una valoración ideológica a esta reconfiguración pues no se trata de actores de izquierda o de derecha únicamente. Se trata, en general, de un reciclaje de actores políticos de antaño que andan buscando recuperar un protagonismo que hace tiempo lo perdieron. Creo que Correa se refiere a ese “conservadurismo”. Un conservadurismo que se muestra intransigente a la innovación y al cambio; el conservadurismo que prefiere regresar a aquellas épocas cuando la existencia misma de los actores políticos no estaba amenazada. Y por supuesto que se encuentran amenazados porque la democracia ecuatoriana de hoy ya no permite partidos políticos vacíos y sin mensaje o propuesta.  

Por ejemplo, la exigencia de que los partidos políticos tengan cierto porcentaje de votación para poder seguir existiendo, siempre la hubo y estaba expresada en la ley. No obstante, siempre se aplicaron pequeñas excepciones que terminaron por violar absolutamente la disposición y así permanecieron intocados innumerables movimientos y partidos que, de otra forma, jamás habrían logrado sobrevivir de una contienda electoral a otra.

Ahora han cambiado efectivamente las reglas de juego y hay, mal o bien, una institucionalidad democrática. Han surgido nuevos actores políticos que buscan posicionar sus ideas sobre cómo debería realizarse el “quehacer” de lo público. Sin embargo, lo que más ha cambiado es que la forma de hacer política de antaño ya no es eficiente para los fines electorales. Nuestra cultura política ha madurado de alguna manera y ahora se espera que un candidato tenga una agenda política mejor elaborada o, al menos, un discurso más adecuado a la realidad actual. La comunicación y el marketing político se han modernizado en algo, y es que la ciudadanía ya no “come cuentos”. El populismo a-ideológico de los años 80 y 90 simplemente ya no es suficiente para convencer a una población que se ha acostumbrado a que el Estado sea más eficiente de lo que era antes. Con eso, el clientelismo como tal se ha transformado. Colchones y mochilas simplemente no bastan para garantizar el apoyo popular. A su vez, ese apoyo, jamás deberá volverse a considerar “incondicional”.

La pregunta ahora es ¿qué se ofrece después de que el Estado ha procurado, con éxitos y fracasos, suplir las necesidades más básicas para la erradicación de la pobreza y el mejoramiento de la calidad de vida? Los actores de oposición han optado por ofrecer “democracia” y “libertad”, conceptos ambiguos que, aunque nobles en su intencionalidad, constituyen abstracciones que no dan de comer al común de los ciudadanos y mucho menos capaces de estimular la generación de una ciudadanía realmente más deliberante e inclusiva.

Me rehúso a otorgar una valoración ideológica para esta reconfiguración puesto que se ha visto, en recientes días, cómo actores de diversas tendencias han estado dispuestos a deponer sus convicciones para unir esfuerzos con tal de recuperar alguna relevancia política. Me refiero, específicamente, a los recientes anuncios de la adición de actores de la política de antaño a la iniciativa del banquero – candidato Guillermo Lasso y su Compromiso Ecuador. Igualmente, me refiero a la carta pública emitida por el colectivo de ilustres ciudadanos Cauce Democrático del ex presidente Oswaldo Hurtado. Este colectivo, imbuido de un alarmismo espectacular, ha emitido un comunicado en el que anuncia la llegada del autoritarismo de permitirse la reelección indefinida sin consulta popular. Se trata de una coalición de personajes de todos los colores, tendencias y épocas que en vez de sumar para generar legitimidad, restan. Adicionalmente, es imposible no percibir que allí hay un esfuerzo por maquillar intenciones electorales personalistas que buscan valerse de un supuesto apoyo coyuntural para sumar bases.

Este reciclaje de actores es, en efecto, la “Restauración Conservadora” a la que se refiere Correa. Sin embargo, es importante llamar a las cosas por su nombre: son actores políticos de segundo orden que pertenecieron en algún momento a la renombrada “partidocracia” y entre ellos existen expresidentes del Congreso Nacional, excancilleres de la República y otros intelectuales. Si hacemos un ejercicio de análisis retrospectivo, será fácil darse cuenta que los momentos de mayor relevancia de estos actores fueron aquellos en que los grupos de interés económico, tanto de la Sierra como la Costa, tenían una injerencia directa sobre los incipientes partidos políticos y su quehacer en el Congreso, cortes, tribunales y demás esferas de poder. A esos círculos se doblegaron estos actores y a estos círculos se deben.

El que hoy se sumen a la iniciativa de Compromiso Ecuador, sin importar cuán válida sea la reivindicación de esa iniciativa por una consulta popular, únicamente demuestra que algunos políticos ecuatorianos están prestos a ofrecer su apoyo y “persona” al banquero – candidato so pretexto de recuperar relevancia. Es difícil determinar quién se beneficia de estas alianzas: si los actores de segundo orden o el banquero – candidato. Me temo que ambos se descalifican mutuamente.

Queda claro que una definición ideológica más elaborada no existe. Y si existiese, no se manifiesta abiertamente puesto que es un riesgo decir a voz cantante que uno es “neoliberal”, que cree en la reducción del tamaño del Estado, que cree en la privatización de los servicios públicos, que cree en la eliminación de subsidios. Eso no se dice directamente porque no se querría generar un pánico anticipado sobre la cosas que, si llegasen al poder, seguramente harían.

De otra parte, mi preocupación se orienta al hecho que nuestra memoria colectiva es tan frágil que dudo que la mayoría de la ciudadanía recuerde lo que fue el neoliberalismo y sus impactos, si se le preguntara. Me temo que los actores políticos reciclados conocen esta realidad también y la aprovechan. De otra forma no se puede interpretar la perpetua indefinición ideológica y el aterrizaje del discurso político en demagogia burda y abstracciones.

Estamos obligados a jugar el juego político en esos términos. Sin embargo, queda claro que la población ecuatoriana rechazó las antiguas prácticas políticas innumerables veces, tanto en la calle como en el proceso constituyente del 2008. Con ese rechazo también se rechazó a los personajes que hoy intentan revivir sus carreras políticas.

En la actualidad, la apropiación de conceptos como libertad y democracia por parte de actores antes descalificados parece una broma de mal gusto. La falta de calidad moral y ética para apropiarse de estos conceptos debería ser suficiente para enardecer a la ciudadanía que sufrió las consecuencias de los experimentos institucionales que estos actores implementaron cuando estaban en el poder. Hoy pretender renacer con el único objetivo de limitar la afectación a sus intereses. Eso es libertad, efectivamente, pero es libertad para hacer lo que quieran sin consecuencia alguna. Esto es lo que no debemos permitir, lo que no debemos aceptar. Esta reconfiguración representa una amenaza a la estabilidad democrática de la que hemos gozado 7 años, implica el retorno de grupos de interés que han detentado poder desde altas esferas económicas desconectadas de las realidades sociales del país.

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