Un “cuco” llamado FMI



                                                                          Por Ernesto Benítez

El anuncio de la visita de una delegación del FMI al Ecuador ha disparado las alarmas entre algunos sectores, desnudando de cuerpo entero una realidad que subyace en nuestro ADN colectivo y es el gen de nuestra propia autodestrucción: la del “complejo de cangrejos en balde”, que tiene como única ocupación en la vida: jalar hacia abajo a aquellos que tienen la audacia de escalar hasta el borde del recipiente para superar su situación. 

En el Ecuador, el karma colectivo está en que nada, absolutamente nada, resulta satisfactorio (de hecho, en ningún país del mundo se puede contentar a todos). Aquello que debería ser normal, no lo es: toda la atención colectiva se conduce a magnificar los “peros”, antes que a escuchar las razones que motivan una determinada decisión.

La anunciada visita de la delegación del FMI está cayendo justamente en esta realidad. Ya se escuchan voces altisonantes que han criticado duramente este suceso, mucho antes de que suceda y pese a la claridad con que el ministro de Finanzas, Carlos De la Torre, ha expuesto las condiciones en que ocurrirá la cita. Si prestamos atención a lo que manifiesta el funcionario, la visita del FMI no debería ocupar ni nuestra preocupación ni nuestras conjeturas para vaticinar un escenario dantesco a futuro, como varios actores interesados ya lo están haciendo.

Pero, ¿cuál es el motivo de la visita del FMI al Ecuador? Simple: cumplir con el artículo cuatro que rige las actividades de este organismo y que se refiere a la emisión anual de un informe para cada país. El ministro De la Torre ha señalado explícitamente que “este artículo dice que tenemos que recibir cada año misiones técnicas del FMI, que recaban información económica y preparan un informe. Cuando se difunde esta información, los países se vuelven sujetos de crédito y acceden a los diferentes servicios que otorgan las entidades financieras y otros multilaterales”. Es decir, la cita con el FMI tiene como fin dar a conocer con transparencia la situación económica actual del país, para que el índice de Riesgo País mejore luego del informe que emita el organismo.

¿Por qué es importante ese informe del FMI? Porque con un informe positivo, el país puede acceder a mejores condiciones de endeudamiento con otros organismos, como el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esas son las condiciones en que viene el FMI. El propio ministro De la Torre ha sido enfático al posicionar que “no se ha establecido de ninguna manera la posibilidad de suscribir ningún acuerdo en términos de manejo macroeconómico con estos organismos multilaterales”. Más claro, no está contemplado entregar el diseño de la política económica ecuatoriana a esas instancias internacionales a cambio de préstamos, como sí ocurría en el pasado.

El FMI se ha dado cuenta de que Ecuador ya no es la misma nación de antes de 2007, cuando el tamaño de su economía era de apenas la mitad de la actual y su destino político era completamente incierto. Incluso el propio Departamento de Estado de los Estados Unidos calificaba al país como “no viable” (es decir, destinado a desparecer). La actitud del FMI cambió con el Ecuador y sus misiones se han limitado a lo que deben: analizar la economía, brindar sugerencias y emitir informes. De hecho, este organismo ha estado en el país realizando este trabajo en marzo, julio y agosto de 2014; en julio y octubre de 2015; en mayo, julio y septiembre de 2016; y lo va a hacer nuevamente en octubre y noviembre de 2017.

Si bien es cierto la mala fama que se ganó el FMI en el Ecuador está plenamente justificada, no es menos cierto que este organismo sembró con total libertad sus nefastas secuelas en la vida y la economía de los ecuatorianos en la década del 80 y 90. En esos años hubo un putrefacto sistema de partidos que solamente eran apéndices pestilentes de los grupos empresariales; hubo una corrupta delantera de pusilánimes e interesados ministros de finanzas y una ignominiosa lista de vergonzosos presidentes entreguistas que no solo permitieron al FMI hacer lo que viniera en gana sino que, en franca coordinación con los medios de comunicación de la época y sus deplorables “analistas”, aupaban a que el FMI llegara y aplicara sus recetas con toda la dureza necesaria para, de esta manera, “enrumbar” la economía ecuatoriana hacia un estado de viabilidad que los propios ecuatorianos éramos incapaces de lograr.

El Ecuador, como lo ha dicho el propio expresidente Rafael Correa, ya no es el mismo de hace 10 años cuando las misiones del FMI visitaban un país completamente destrozado, políticamente secuestrado por una élite comunicacional-gremial-bancaria, sin institucionalidad nacional, y sin mandatarios que hicieran respetar la soberanía nacional, sino más bien con marionetas enquistadas en Carondelet que eran absolutamente obsecuentes a los designios corporativistas que representaba el FMI.

El FMI tampoco es el mismo organismo todopoderoso de hace 10 años, cuyas resoluciones era consideradas poco más que designios divinos infalibles y de obligatoria aplicación. Tras su estrepitosa intervención en Grecia y los deshonrosos escándalos en que se han visto envueltos varios de sus directivos, como Dominique Strauss-Kahn, acusado de violación y proxenetismo, el FMI ha caído en una irremediable espiral de descrédito. Todo esto, al parecer, ubica nuevamente a esta institución en el sitio que jamás debió abandonar: el de un organismo adscrito a la ONU cuya misión es acompañar a las naciones para superar sus problemas de política económica (rol muy alejado del que jugó durante décadas, cuando EE.UU. y los países europeos lo convirtieron en una especie de oráculo de facto que trabajaba en función de los sistemas financieros y corporativos de esos países, reeditando el brutal espolio colonial, pero en el siglo 20).

¿El FMI es un “cuco”? Pongámoslo de esta manera: lo es si entra a un cuarto oscuro donde las élites prenden solo una lámpara que proyecta sombras terroríficas contra la pared; pero deja de serlo si la habitación a la ingresa está plenamente iluminada y todos podemos ver cuál es el perfil de ese “cuco” y qué es lo que hace. FMI sí, siempre que sea un agente facilitador ante el mundo, que avale la ayuda a una nación en el marco del sistema de Naciones Unidas del que es parte. FMI no, en la medida que sea un supra poder paralelo al del Estado que visita y cuyos alcances superen los de los propios ministerios nacionales de Finanzas, dictando un arbitrario cambio en las costumbres y los modos de consumo generales de la población, sometiéndolos a la dictadura de las cifras de crecimiento económico anual como si esta fuera la única variable que existe. Este último caso, evidente y afortunadamente, no es el del actual Ecuador.

    
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