Nunca es tarde para el diálogo


Ha transcurrido un mes desde que el Gobierno Nacional hizo un llamado al Diálogo Nacional por la Equidad y la Justicia Social”. La convocatoria tiene como objetivo final la mitigación del conflicto social que en junio pasado amenazó con desbordarse. En gran medida, la convocatoria al diálogo logró apaciguar las ínfulas de confrontación que venían acumulándose desde hace más de un año, pero también significó la aceptación por parte del Ejecutivo de la necesidad de establecer canales de mediación y trámite de demandas ciudadanas que al cabo de ocho años de gestión se habían agotado. El Gobierno confió en que su capital político le permitiría implementar su agenda política sin el debido control social que tanto caracterizó el inicio de la gestión de Rafael Correa. Así mismo, la convocatoria sirvió para visibilizar la verdadera intencionalidad de distintos sectores políticos que se han negado rotundamente a sentarse a la mesa de negociación e insisten en su estrategia de confrontación y caotización del sistema político. Es decir, lejos de aportar a la desactivación de un conflicto que amenaza con romper el orden constitucional, es evidente que ratifican su inamovible voluntad de continuar por el mismo camino de la desestabilización.

La convocatoria es a todos los sectores de la sociedad para discutir ampliamente el escenario político y estructural actual, en procura de construir una sociedad más justa y equitativa. Para este fin se han establecido mesas de trabajo, debates con organizaciones gremiales, y un espacio de presentación de propuestas, objeciones y recomendaciones que se presenten articuladamente tanto a la Función Ejecutiva como a la Legislativa. En mayor o menor grado, varios sectores sociales y políticos han recibido la invitación con entusiasmo para debatir y aportar desde distintos espacios ciudadanos. Hasta la fecha se han realizado reuniones con sectores estudiantiles, campesinos, indígenas y representantes de gobiernos locales de la Amazonía. El liderazgo de esta convocatoria la ha asumido la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo (SENPLADES), pues gran parte de la temática que se discutirá es de su competencia, al igual que de los sectores sociales, políticos, productivos, estratégicos, de conocimiento y talento humano, y empleo. Además, la convocatoria al diálogo se la hace también desde la Asamblea Nacional y de la misma ciudadanía.

Se prevé que la fase de diálogo nacional esté estructurada en tres momentos clave: en primer lugar, la SENPLADES, los ministerios y secretarías de Estado escucharán y recibirán propuestas de diversos espacios como los consejos ciudadanos, asociaciones, gremios, sindicatos, organizaciones sociales, universidades, entre otros. En segundo lugar, se impulsará un proceso de sistematización de los planteamientos divididos por propuestas de política pública, regulaciones y proyectos de ley, y se realizará una evaluación del proceso de diálogo. Finalmente, se expondrán los resultados obtenidos con los actores sociales y políticos en el marco de un gran acuerdo nacional por la equidad y la justicia social.

No obstante, en la realidad, el meollo del proceso estará en el tercer momento, es decir cuando se midan los resultados de las propuestas ya sistematizadas y articuladas a la gestión gubernamental, para implementarlas. Digo esto porque solo en ese momento veremos si este esfuerzo logró ante la sociedad la legitimidad necesaria para enfrentar el rechazo de los sectores y grupos de interés que decidieron no participar del proceso. Para entonces habrá una nueva medición de fuerzas entre el Ejecutivo y la oposición en la que estará en juego, precisamente, aquella estabilidad o normalidad a la que se intenta retornar con estos diálogos.

Es innegable que existe un intento de reconfiguración de las fuerzas políticas de oposición que, coincidentemente, pertenecen a sectores del antiguo sistema de partidos y grupos de interés que se han visto afectados por las recientes iniciativas del Gobierno (herencias, plusvalía, enmienda). Lo curioso es que les ha tomado más de ocho años intentar esa reconfiguración y que su falta de coordinación y articulación no es atribuible directamente al Gobierno de la Revolución Ciudadana. Las derrotas electorales han debilitado a las organizaciones políticas pero además es notoria su incapacidad de estructurarse dentro de las reglas de juego establecidas en el Código de la Democracia que exigen una estructura democrática partidista, elecciones internas, etc. Pero, ¿por qué esa inoperancia? La realidad nos lleva a la simple conclusión de que los grandes caciques dueños de los viejos partidos se resisten a salir de su lógica corporativa que rige el manejo de esas organizaciones desde hace décadas.

El problema de esta situación radica en que tampoco la sociedad civil ha logrado consolidar una dinámica propia que canalice la participación ciudadana por fuera de la lógica del Estado. Justamente, uno de los errores del proceso político actual tiene su origen en la malinterpretación de las funciones que ha impedido que los canales de comunicación entre el Estado y la ciudadanía sean orgánicos y permitan la canalización oportuna de demandas ciudadanas. La sociedad civil nunca debió permitir que la participación ciudadana se la coordine desde el Estado y, a su vez, el Estado debió dar todas las facilidades y garantías para que esa participación ocurra pero sin su coordinación.

Esta es una lección que se ha aprendido muy tarde y con gran perjuicio del tejido de apoyo de base y estructura organizativa del movimiento Alianza País. Digo muy tarde para todos, no solo para el Gobierno. A las organizaciones de la sociedad civil, sea cual fuere su área de preocupación, les toca nuevamente configurar desde cero esa dinámica de participación sin la sombra paternalista del Estado de Bienestar y sin la dependencia de la cooperación internacional que tanto aportó en su momento al “fortalecimiento organizativo y la gobernabilidad”. Ese vacío de participación ciudadana orgánica ha dado lugar a que otros actores -que ya no son padrinos sino más bien financistas- ocupen ese lugar y se autoproclamen como los únicos interlocutores válidos del contrapoder. El problema está en que sus intenciones están muy lejanas de la tan ansiada democracia que todos pretendemos defender. El más vivo ejemplo de ello es el acercamiento del banquero Guilllermo Lasso con la dirigencia de Pachakútik: pese a no coincidir en materia ideológica, tienen el mismo interés estratégico de promover la desestabilización del orden constitucional. La construcción de un contrato social no puede erigirse sobre la lógica del “enemigo de mi enemigo, es mi amigo” que, más bien, es utilitaria y funcional a la actual coyuntura, pero no más. El anuncio de un paro nacional por parte de la dirigencia indígena es clara demostración de que para estos actores el fin justifica los medios, aún si esos significan el sacrificio de valores intrínsecos al movimiento indígena.

De otro lado están los partidos políticos incipientes que tienen la obligación democrática de pronunciarse a favor o en contra del orden constitucional. La defensa de la democracia y de la actual Constitución de la República es exactamente lo mismo, y quien se rehúse a asumir ese compromiso, sencillamente tiene otra agenda en mente. Lo digo porque existen movimientos y líderes políticos que dicen defender la democracia, pero buscan a toda costa la aniquilación del actual modelo de desarrollo. Unos los han dicho directamente y otros han dejado entrever su respaldo tácito a un nuevo proceso constituyente.

Si esos actores no anuncian con honestidad intelectual e ideológica su verdadera intencionalidad será imposible lograr un diálogo, y mucho más difícil aún será el involucrar a la ciudadanía propiamente dicha en ese diálogo en condiciones como las actuales donde ve cómo su calidad de vida mejora y palpa la realidad de un estado de estabilidad en el que no cree necesario tomar partido por un sector u otro. Talvez la bonanza generó una apatía irreconciliable con la movilización social, pero también generó una ciudadanía inconsecuente ideológicamente. 


El diálogo por la Equidad y la Justicia Social es necesario, siempre lo ha sido. A pesar de los grandes logros en la reducción de la pobreza, las grandes brechas entre los ricos y pobres en el Ecuador no se ha reducido significativamente, en particular porque ese 2% de la población se ha resistido a capa y espada a ceder los espacios de poder y de riqueza, en desmedro de enormes sectores que han permanecido excluidos de los procesos democráticos y de grandes decisiones que les conciernen. Si bien nuestra madurez democrática es distinta a aquella de los inicios del Gobierno de la Revolución Ciudadana, aún estamos lejos de cumplir con una de las metas principales del fortalecimiento democrático: tener una ciudadanía deliberante y con mayor participación en la consecución de su desarrollo y bienestar.

Por Mateo Izquierdo
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1 comentarios:

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Anónimo
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23 de julio de 2015, 19:43 delete

PARA EL DIALOGO NACIONAL, PRIMERO TIENEN QUE SOLICITAR PERDON ¿A QUIÉN? LUEGO DIALOGAMOS

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