De libertinaje e impunidad: el caso FIFA

Por Juan Andrés López 


Como aficionados, siempre hemos criticado a la FIFA, institución colosal que administra el fútbol mundial que, por su trascendencia internacional, la hemos considerado intocable. Muchas personas han especulado respecto a su accionar e incluso afirman que los actos de corrupción en su interior eran constantes. No obstante, dado el peso e influencia de la organización, nunca se pudo certificar las acusaciones.

Pero, como la regla que se confirma únicamente con la excepción, todo tiene un final y para la larguísima telenovela de conjeturas de corrupción que se iba tejiendo durante décadas a punta de murmuraciones en los pasillos del mundo del fútbol, también iba a llegarle su hora. El miércoles 27 de mayo, una investigación del FBI dio paso a que la administración de justicia de los Estados Unidos iniciara acciones legales contra catorce altos dirigentes del fútbol latinoamericano, empresarios e intermediarios a los que se acusó de delitos como crimen organizado, fraude electrónico y conspiración de lavado de dinero, entre otros. Dichos delitos fueron cometidos desde la década del 90 y la incumbencia de los Estados Unidos en el tema obedece a que un sinnúmero de pagos de sobornos se realizaron a través de bancos estadounidenses.

Pero todo esto es apenas el comienzo y la madeja se va desenredando de a poco, salpicando con ello a otros actores quienes, algunos de inmediato y otros no tanto, han salido a capear el temporal refiriéndose a la corrupción como un acto en el que han incurrido terceros -no ellos pasándose así al bando de los acusadores- y asegurando sin pudor que apoyarán decisivamente cualquier investigación con el fin de limpiar lo que “otros” ensuciaron.

Uno de esos actores es el presidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, Luis Chiriboga, quien ha rechazado tajantemente cualquier sospecha de irregularidades en su gestión, con lo que pretende poner fin a los rumores de que, presuntamente, habría recibido 1.5 millones de dólares provenientes de un supuesto soborno que habría propuesto la empresa Datisa a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol). Datisa es la propietaria de los derechos de televisión de las próximas cuatro Copas América (2015, 2016, 2019 y 2023).

El fútbol se ha convertido en un elemento transversal a múltiples espacios y en él confluyen gran cantidad de intereses, pues su trascendencia social superó hace mucho tiempo el ámbito de lo meramente deportivo. Ya no es solamente el romántico ‘rey de los deportes’ o la ‘pasión de multitudes’ sino un generador de cultura, un motor de consumo e, incluso, una plataforma política. Muchos son los casos de futbolistas, periodistas y dirigentes quienes aprovecharon el auge que ganó su imagen en un momento dado gracias a esta actividad deportiva, para recalar en funciones públicas o convertirse en autoridades de elección popular. Esto, dentro de lo convencional, pues en el ámbito de lo irregular existen también historias de otros que se enriquecen a costa de las redes de negocios (lícitos e ilícitos) que se mueven alrededor del fútbol tales como el de las apuestas, los negocios publicitarios, los millonarios traspasos de jugadores, el arreglo de partidos, la compra de árbitros y la adquisición de votos para elegir a los integrantes de las más altas cúpulas directivas del futbol mundial y de las federaciones nacionales.

Pero, ¿alguien se ha preguntado dónde está el génesis de la decadencia en la que ahora se ahoga el fútbol mundial? El caso del escándalo de la FIFA bien puede ser el punto de partida para empezar a cuestionarse varias cosas. Una de ellas, la condición de supranacionalidad y superioridad respecto de leyes nacionales e internacionales que ostenta la FIFA, característica que le ha permitido erigirse como una de las entidades más influyentes a nivel mundial. No olvidemos que el propio Joao Havelange, ex presidente del organismo, se solazaba que la FIFA tenía más miembros que la propia ONU. Pienso, personalmente, que ya es tiempo de colocar las cosas en justo lugar y entender que si bien la actividad del fútbol es de carácter privado, existe un bien superior que constituye el interés y bienestar de las sociedades y sus individuos, representado por los estados nacionales y la legislación vigente.

De ninguna manera estoy hablando de intervencionismo sino más bien de definir qué entidades, por fuera de quienes hacen el futbol, deben controlar que lo que se haga en el marco de este deporte se lo efectúe por los caminos regulares y, a su vez, qué entidades, igualmente por fuera de quienes están inmiscuidos en el futbol, deben ser las encargadas de juzgar irregularidades y acabar con la impunidad que actualmente reina no solo en la FIFA sino también en otras entidades rectoras del deporte mundial.

No es socialmente tolerable que a cada denuncia de ilegalidad que acontece en el mundo del futbol, tal como el tema de la obligatoriedad de afiliación a la seguridad social o los perjuicios en el ámbito laboral contra jugadores o trabajadores del futbol, el recurso de los dirigentes sea el chantaje bajo el argumento de que cualquier intervención de la autoridad estatal puede poner en peligro la exclusión del país en torneos internacionales, amenaza que nunca es inocente y que siempre se la realiza a nivel público y mediático, con el fin de provocar la condena colectiva de los aficionados a cualquier intento de poner orden en la libertina actitud de muchos clubes y dirigentes.       

Pese a que Joseph Blatter ha sido reelegido como presidente de la FIFA por un quinto período, no se puede perder de vista que el escándalo descubierto es el indicio de un nuevo momento y que el suizo no va a poder moverse a sus anchas como antes. El mundo del futbol no puede postergar más un cambio de escenario en el que el zorro es el encargado inapelable de cuidar a las gallinas.
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