El último cartucho


Habiéndonos sometido nuevamente a una jornada más de movilizaciones, las organizaciones sociales deberán evaluar, entre múltiples cosas, la eficacia de sus acciones. Luego de más de un año de irrupciones violentas en nuestra cotidianidad, la protesta ha fracasado en varios ámbitos, particularmente en el logro de sus objetivos principales que siempre estuvieron planteados bajo preceptos irreales e inalcanzables. La "acción colectiva" (si se la puede llamar así) ha fracasado en ganar adeptos en la ciudadanía generalizada. La prueba más concreta de esto se produjo en Quito ciudad que a pesar de las marchas, no sufrió paralizaciones sino todo lo contrario: los servicios y actividades continuaron con su funcionamiento regular. La movilización fracasó al comunicar sus objetivos e intenciones pues la ciudadanía en general nunca llegó a comprender exactamente de qué se quejaban las organizaciones sindicales e indígenas. Aún no lo comprende pues las exigencias son tan exclusivas de estos sectores que su pertinencia le es ajena a la ciudadanía en su mayoría. Si su objetivo primordial era el cambio del status quo, la remoción forzosa del gobierno de Correa y la desestabilización del orden constituido, pues también fracasó. Correa sigue campante y pateándoles el tablero reiteradamente.

Las enmiendas a las que se opusieron con tanta virulencia han sido aprobadas y no hay nada que puedan hacer al respecto, salvo seguir con movilizaciones cada vez más inútiles, en detrimento de la pacífica convivencia entre ciudadanos. Sin embargo, esto tiene el efecto similar al de un pájaro chocándose contra una ventana repetidas veces. La escena es insulsa para el más básico observador.

Las organizaciones de oposición que se han sumido en la pantomima de la indignación y desquicia deberán realizar un balance de lo alcanzado hasta la fecha. Evaluar si, en efecto, su malestar justifica la interrupción de la estabilidad y el orden en nuestras ciudades y vidas. A mí siempre me ha parecido contraproducente esta estrategia, al menos para ganar adeptos, pero no creo que lo asimilen. De igual manera no creo que los grupos de oposición han dimensionado cuan profundo es su nivel de desorganización, de tal forma que existen múltiples sectores, cada uno con demandas muy particulares que difícilmente (sino nunca) se podrán satisfacer a cabalidad. 

En las manifestaciones del día 3 de diciembre aparecieron sindicalistas, algunas facciones indígenas, militantes de izquierda radical, grupos ciudadanos de oposición y uno que otro político profesional. Fue particularmente decidor que ninguno de estos grupos marchaba junto al otro, sino cada uno por su lado. 

Mientras los indígenas se aglomeraban en el parque de El Arbolito, los sindicalistas y militantes de izquierda marcharon desde la caja del seguro social a un par de cuadras. Los grupos ciudadanos conformados por gente en su mayoría de clase media politizada, marchaban por su lado queriendo sumarse a los grupos más grandes sin cuajar en ningún lado pues no son “de barricada” y no tienen esa experticia como los muchachos entusiastas del FRIU o el Frente Popular. Fue gracioso ver un camión irrumpir en la manifestación para instalarse al frente de la muralla policial, para armar una tarima “improvisada”. Figuras públicas y no tan públicas de oposición apretujados se turnaban lanzando consignas trilladas sobre la importancia de la lucha y la muerte de la democracia ante las cámaras. Este hecho fue producto sin duda de la creatividad de algún asesor bien pagado del banquero Guillermo Lasso, pues los tarimeros eran todos adherentes a una de sus varias organizaciones políticas.

Se juntaron a su gran pesar, grupos que tienen intereses diametralmente opuestos y que jamás van a coincidir. Aún juntos en su repudio por el gobierno de la revolución ciudadana, no lograron convocar a más de dos mil personas aquel día. Algo que debería obligarles a hacer una pausa y reflexionar sobre el futuro que amenaza con avasallarles desprevenidos, pues confían que su ticket a Carondelet está indefectiblemente ligado al rechazo al Presidente y sus políticas.

La batalla electoral se les viene encima impreparados, pues juran que la batalla se dará contra Correa, sin darse cuenta que en realidad se dará entre sí. Esto, porque primero los candidatos tendrán que eliminarse entre ellos y sobresalir, antes que batirse con el candidato oficialista. Las fricciones entre sindicalisas e indígenas ya son evidentes, de igual forma entre grupos de derecha. El escenario venidero realmente promete parecerse más a una película de Tarantino que a una contienda electoral verídica. En ese escenario saldrán actores de cada cueva y recoveco a ofrecer el oro y el moro al mismo ciudadano que ha sufrido la impertinencia de las marchas, paros, manifestaciones y el bombardeo del discurso divisionista del último año. 

La ciudadanía apolítica tendrá que esperar impacientemente que transcurra el año sin que alguna catástrofe irrumpa violentamente en su cotidianidad. Así nos gusta en el centro del mundo.

En enero, los grupos que por instantes se juntaron a regañadientes, buscarán su nicho político separados y apelarán al supuesto malestar ciudadano con la esperanza de que su oferta, y no las otras, sea la que cuaje en el imaginario público. Los múltiples candidatos que vayan posicionándose tendrán dos problemas fundamentales: estarán obligados a ofrecer salir del actual modelo de desarrollo pero a su vez, tendrán que convencer al electorado de que ofrecen algo mejor. Los actores de oposición se la pasan criticando al modelo y atacando al gobierno por meternos en una crisis terrible, sin embargo aún no aparece un solo actor con una propuesta seria que nos cuente cómo resolverlo.

Por Mateo Izquierdo
@mateoizquierd0
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