El desencuentro de las derechas II



El anuncio del Partido Social Cristiano/Madera de Guerrero de lanzar la precandidatura de Cynthia Viteri envió un sacudón a toda la clase política ecuatoriana. Fue, en esencia, un mensaje velado que decía: el que titubea mucho será arrollado sin pena ni gloria. Fue también una clara señal de que al PSC/MdG le importan nada las alianzas estratégicas a menos que sirvan exclusivamente para proteger su micro-espacio de poder.

El cálculo electoral que hacía Jaime Nebot consideraba la posibilidad de ampliar el espectro de influencia mediante la consolidación de una coalición de apoyo que pudiera garantizar alguna gobernabilidad en mayoría, particularmente en la Asamblea Nacional. Ese escenario siempre iba a ser escamoso puesto que todas las otras múltiples agrupaciones políticas apuntan a exactamente a lo mismo. La dispersión y la ausencia de una agenda programática siempre iban a causar bochornosos desacuerdos. Era cuestión de esperar a ver cuándo se dejarían ver las costuras los ilustres y heroicos ciudadanos que hoy proponen sacar al Ecuador de su “profunda crisis económica e institucional.”

Las tres coaliciones que hoy intentan consolidarse en fuerzas políticas electorales siempre estuvieron pegadas con chicle. Son alianzas por interés o conveniencia que, al margen de las consignas de responsabilidad histórica y cívica, no logran aterrizar en acuerdos mínimos de convivencia democrática. Mientras tanto, aumenta la frustración de que la oportunidad de acribillar al correísmo en las urnas se les esté escapando de las manos nuevamente. Nebot no pierde el tiempo, pasa a la siguiente oportunidad que pueda rendir frutos sin mirar atrás. El atropellado en esta ocasión fue el prefecto del Azuay, Paúl Carrasco, quien no pudo disimular su descontento con la decisión unilateral pues esta “no era lo que se había acordado a puerta cerrada”. A Carrasco le tomó por sorpresa que Nebot lo viera como el desechable del grupo, pero al final del día la mínima capacidad de convocatoria y de aglutinamiento de fuerzas de base del prefecto azuayo marcó el fin de su efímero sueño de convertirse en un cuadro electoral estelar. Nebot tenía que expulsarlo, cual plaga, de inmediato.

La reacción negativa de Carrasco fue, al menos, predecible. La de Ramiro González es explicable: conoce perfectamente el insalvable rechazo que su presencia genera en los otros dos restantes intentos de coalición (el de Lasso y el del Acuerdo Nacional por el Cambio) y es consciente de que la mejor carta de las muy pocas que le quedan es ratificar su apoyo a La Unidad. Sin embargo esto tampoco quiere decir que Nebot pueda darse aires de dignidad o de autosuficiencia frente a González, tal como lo hizo con Carrasco. Nebot sabe que necesita del movimiento Avanza, de sus gobiernos locales y de su incipiente despliegue territorial. Esa es la ficha con la que González se sienta a la mesa de negociación y con la que espera no correr el riesgo de ser enviado a la banca como Carrasco. La coalición se achica pero, al menos, ya se sabe con quién se puede contar. Cuánto sume González está por verse: su traición al oficialismo lo ha convertido en paria para algunos y su relación e historia con el correísmo lo ha convertido en paria para otros. En las actuales circunstancias González deambula por las trincheras cual leproso huérfano, buscando alguien que lo adopte y reciba su “capital político” como regalo, para así garantizarse una migaja en el nuevo gobierno.

El cálculo socialcristiano fue que lanzar de antemano la candidatura de Cynthia Viteri les ahorraría la molestia de tener que decidir entre actores poco carismáticos y ambiciosos dentro de las filas de La Unidad. “Si vamos a perder, perdemos con uno nuestro”, es lo que decidieron. Al final del día La Unidad podría garantizar algo de troncha en la Asamblea Nacional y restar curules a sus contrincantes más cercanos, entre ellos los resbalosos enviados del banquero-candidato Guillermo Lasso.

Desestimo la posibilidad de superar varias fallas que tiene la candidatura de Viteri. Es una candidata marcada, con un pasado político deplorable y cuyos logros en 25 años de participación pública han sido magros. Sin embargo no descalifico su objetivo primordial que es el de velar por los intereses de su secta. Para este fin la Presidencia de la República se vuelve secundaria y su enemigo inmediato no es el correísmo sino Lasso y su ola neo-conservadora que amenaza con despojar al socialcristianismo de su feudo. En ese juego, Lasso entendió perfectamente que quien ahora viene por él es Cynthia.

Mientras este juego de tronos criollo se desenreda, La Unidad quedó evidenciada como la cortina de humo que es. La Unidad siempre dependió de la voluntad de un viejo zorro como Nebot dando las directrices; nunca hubo duda de que la imposición llegaría. Aquel ingenuo que pensó que la coalición pactada en Cuenca era democrática y participativa, no merece estar jugando en la resbaladera de los niños grandes.

Lasso, a su vez, se encuentra en una encrucijada pues a pesar de los enormes recursos gastados en su imagen y su campaña, sus índices de aprobación o intención de voto no suben. Los factores que provocan aquello son múltiples pero el más significativo constituye la antipatía que genera el banquero y su desconecte de la realidad nacional. Un segundo elemento que mina la posibilidad de crecimiento real en las proyecciones electorales de Lasso es la pantomima partidista de CREO que se desbarata cada vez que intentan movilizar a sus “bases” ficticias. Es evidente que aquello no es un partido como tal sino una empresa y que sus acólitos son empleados, todos empecinados en darle los mejores resultados al patrón pues su propio porvenir depende del éxito o fracaso de la campaña.

Las alianzas por interés son efímeras y a duras penas se avizora que puedan durar hasta las elecciones de febrero próximo. Cada vez aparecen más candidatos conforme se ajusta el tiempo decisivo pero todos ellos son viejos actores ya conocidos, y aborrecidos, de la política ecuatoriana. Lo patético de la pugna entre derechas es que resulta una disputa totalmente dislocada de los problemas nacionales reales. Mientras los participantes reciclados comienzan a ocupar -por enésima vez- una candidatura, el país vive problemas serios que ninguno de ellos ha propuesto resolver. Menos aún podemos esperar que la vieja casta política considere cómo resolver la profunda crisis de representación, un problema que únicamente se resuelve con una depuración profunda del sistema de partidos y con el surgimiento de nuevas y preparadas figuras políticas que sean capaces de tomar la batuta a la fuerza, arrebatándosela de las manos a los viejos zorros y los politiqueros de toda la vida. Cómo termine el reparto entre tanto cinismo es un misterio, pues en pos de la “democracia” algunos venden hasta a su madre.
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