DE UNA LEY MORDAZA A UNA NORMA DEMOCRÁTICA


 Durante años varios estudios de la comunicación han señalado que la concentración de la propiedad de medios afecta la libertad de expresión y aun así, esta es solo una arista de las regulaciones que fueron necesarias en la norma comunicacional.

Al cumplirse tres años de la aprobación de la Ley de Comunicación en el Ecuador, la memoria histórica de la comunicación en el país y en la región nos revela que en décadas pasadas se impuso, ahí sí, una norma legal mordaza.

En la América Latina de los últimos años la consolidación de leyes comunicacionales han sido claves en la construcción de los diferentes órdenes sociales en la región, ya sea para democratizar la comunicación, para adoctrinar a la población o para homologar el contenido informativo sustentado sobre un único pilar que constituía un sistema mediático estructuralmente privado y por tanto comercial.

En 2009 el Ecuador empezó a discutir temas como el monopolio mediático con el fin de promulgar una Ley de Comunicación, pero pasaron cuatro años para que este cuerpo legal sea aprobado. Fue un tiempo considerable en el cual el debate se intensificó con los aportes de voces nacionales, pero también enfrentando el desprestigio internacional provocado por pseudoperiodistas ecuatorianos que denunciaban una supuesta censura, cuando lo que hacían en realidad era defender los intereses de un grupo de poder que nunca supo ser consecuente con las necesidades éticas y profesionales de sus trabajadores.

En los años cuarenta y cincuenta, con la llegada de la televisión a América Latina, los gobiernos quisieron promover políticas que permitieran entender la comunicación como un servicio. No obstante, el Estado no fue capaz de desarrollar mecanismos que permitieran regular al sector debido entre varios factores, a la inestabilidad política y económica de la época. A finales de los sesenta el modelo desarrollista dio paso a un proceso de modernización económica y de renovación cultural bajo la cooperación norteamericana, teniendo así una gran inversión en equipos de comunicación y programas de investigación periodística.

En aquella época la relación entre los medios y el gobierno de Galo Plaza Lasso fue cordial y permisiva. A Plaza se lo acusó incluso de dar demasiada libertad a los medios. Sin embargo, los gobiernos posteriores, como el tercer periodo velasquista (1952-1956) se caracterizaron por generar un clima hostil a la prensa, llegando a cerrar medios como el diario ‘La Nación’ de Guayaquil y apresando al representante de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en el Ecuador, Jorge Mantilla, por haber iniciado un paro nacional de los medios de información.

Académicos como Mastrini y Becerra aseguran que en los sesentas la comunicación se definía en dos dimensiones de concentración: geográfica y económica. La primera hace alusión al acceso restringido de las estaciones de radio y televisión en varias zonas geográficas lo cual, para los autores, reduce la visión que las élites capitalinas tienen respecto de la diversidad cultural de los países. Por otro lado, la segunda forma de concentración hace referencia a las relaciones entre el poder político, económico y los propietarios de las empresas de comunicación. Con los medios en manos de los grupos hegemónicos se dificultó la aparición y difusión de las voces discordantes a la estructura social de la época. No obstante este escenario marcó por muchos años en la región una tendencia negativa para el desarrollo del sistema mediático. Un panorama marcado por el predominio de la industria privada, un desarrollo irrisorio de la comunicación pública y una baja profesionalización del periodismo muy ligado al clientelismo político.

La entrada en la región de cadenas televisivas norteamericanas como la CBS, NBC y ABC y la poca capacidad de la burguesía latinoamericana para invertir en el desarrollo de contenidos, trajeron consigo una línea comunicacional en la que regía la visión extranjera sobre la nacional. Esta situación se profundizó con la proliferación de las dictaduras militares en la región, que forjaron la doctrina de la seguridad nacional mediante la cual controlaron severamente a los medios de comunicación con persecución, arrestos, asesinatos, clausuras, etc.

Durante los años setentas las Naciones Unidas intentaron definir el ‘derecho a la comunicación’ como parte integral y complementaria a los conceptos de libertad y libre circulación de la información, con la elaboración del informe de la Comisión MacBride que buscó regular la concentración económica y financiera en un modelo vertical y así promover un modelo horizontal y participativo. Lamentablemente los nuevos conceptos basados en novedosas políticas de comunicación emergen coincidentemente a un periodo de creciente inestabilidad política que abortó cualquier intento de cambiar el estado de las cosas.

Aun así en el Ecuador se aprobó la Ley de Radiodifusión y Televisión bajo Decreto Supremo el 18 de abril de 1975. Una ley explícitamente redactada para controlar y regular a los medios de comunicación pero con algunas características claras que dieron pie al panorama mediático actual.  La norma contemplaba vacíos legales que sirvieron para concesionar frecuencias a cambio de favores políticos y para dar paso a la concentración de medios de comunicación en pocas manos. Se trató de una ley poco participativa, con tintes nacionalistas y autoritarios sobre lo que atentaba o no contra la seguridad nacional y por ello contemplaba que toda la comunicación estuviera centralizada en el Estado.

En esa medida, durante las décadas de los 80 y 90, las recomendaciones del informe MacBride no dieron frutos. Es así que en el gobierno de León Febres Cordero (1984-1988) hubo persecución política a varios comunicadores y directivos de medios como Vicente Adum Antón, gerente del vespertino ‘Segundo Meridiano’, quien fue brutalmente agredido. Eduardo Castillo Barredo periodista guayaquileño, crítico del régimen, fue ‘inhabilitado’ durante 12 horas (El Telégrafo, 1985, 20–21 de noviembre).  En la provincia de Los Ríos el diario ‘Tribuna’ de Quevedo sufrió ataques a sus instalaciones. Mientras tanto las radios del país eran suspendidas una a una: Atalaya, Huancavilca, Democracia, Victoria, Dinámica, Tarqui, Cristal, Bolívar, El Sol, Éxito, Sideral, Tropicana y CRE. Estas dos últimas también sufrieron atentados en sus instalaciones, al igual que varias redes de televisión. El Canal 5 ORTEL, que obtuvo la concesión de frecuencia otorgada por el expresidente Osvaldo Hurtado al finalizar su periodo, fue clausurado por el gobernador del Guayas, Jaime Nebot Saadi. Esto tras una conversación que mantuvieron Nebot y un funcionario en Quito en la que se arguyó el concepto de la “seguridad del Estado” (Carrión, Andrés, 1987:17-41). Curiosamente, a partir del 10 de agosto de 1984, varios programas de opinión que eran conducidos por periodistas de aceptación popular desaparecieron.
  
En el Ecuador los medios se desarrollaron de la mano de los grupos económicos familiares que fueron surgiendo paralelamente a los grupos bancarios. Todos ellos han sido parte de la élite que ha manejado al país. Sin embargo en los años noventa la industria de la información tomó un giro inspirado en un modelo neoliberal amparado en el marco del denominado Consenso de Washington. Latinoamérica se encaminó hacia la apertura de los mercados, lo cual permitió el crecimiento de los grupos mediáticos y su expansión a otras áreas propias de la comunicación y fuera de ella.

Con esa escuela, los medios ecuatorianos han estado acostumbrados a una concepción tecno-mercantilista de las telecomunicaciones, con una anulación de los derechos de las audiencias y una ausencia absoluta de regulación de contenidos.

Es este recorrido histórico el que lleva al país a buscar una consolidación más democrática de la estructura comunicacional que permanecía ligada a las nociones dictatoriales de la antigua Ley de Comunicación, y que invisibilizaba los problemas estructurales de un sistema cuyo único objetivo era el de defender a los grandes grupos comunicacionales en detrimento de la comunicación misma.

María Augusta Espín
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