El retorno de La Malinche


Fue mucho más que su intérprete. Fue su consejera, su servidora leal y su amante. Le dio un hijo, le salvó la vida y lo ayudó a pasar a la historia como el gran conquistador de Mesoamérica. Muchos dicen que debió actuar obligada por las circunstancias pero otros la consideran como la encarnación de la traición. Hace casi 500 años Malinalli Tenépatl, más conocida como La Malinche, se convirtió en la estratega que persuadió a Hernán Cortés de ganarse la confianza de pueblos indígenas que entonces luchaban contra la hegemonía de los aztecas (o mexicas) y hacerlos sus aliados para, juntos, derrotarlos.

Lo que no sabían aquellos pueblos es que estaban siendo utilizados por el conquistador español y que más tarde iban a ser traicionados y, al igual que los aztecas, diezmados ante la sed de poder europea. Lo que tampoco sabía La Malinche es que así como ella traicionó a los indios al facilitar su conquista, Cortés terminó traicionándola a ella.

Más allá de disquisiciones históricas o sociológicas, y –obviamente– guardando las distancias, la historia de La Malinche bien puede graficar la situación en que se encuentra el movimiento indígena ecuatoriano frente al escenario preelectoral de febrero de 2017, una situación en la que no faltan intrigas, tramas y estrategias que, a diferencia de épocas anteriores, tienen ahora como eje motivador las apetencias personales de muy pocos cuadros, en desmedro de los intereses colectivos que la organización indígena siempre defendió como suyos.

Entre el marasmo de las diferentes, e incluso antinatura, alternativas de coalición que se cocinan sobre el vigoroso y único fuego del odio anticorreísta, el movimiento indígena parece deshilacharse como si fuera un pedazo de carne sometido al ambiente extremo de una olla a presión: aún no existe una hoja de ruta clara acerca de cuál va a ser el puerto político en el que va a recalar, y mientras los “iluminados” líderes hacen cálculos y visualizan hipotéticos escenarios de alianza, otros más aprovechados no pierden el tiempo y, al estilo de La Malinche, ya se han embarcado en otras naves para salvar su pellejo político.  "Jesús habló con Satanás y se pusieron de acuerdo. La situación es que hay que ganar las elecciones", decía muy suelto de huesos el prefecto de Morona Santiago, Marcelino Chumpi, ante las cámaras de televisión en la última reunión a la asistió para ratificar su voluntad de formar parte de la Unidad liderada por el socialcristiano Jaime Nebot.

Y mientras algunos, como Chumpi, buscaron refugio así sea bajo el manto nada sagrado de la derecha, otros líderes también jugaron a ser La Malinche pero dentro de sus propias filas. A esta hora, Pachakútik ya tiene cinco precandidatos presidenciales que aparecen muy corteses entre sí en las fotografías públicas pero que están en una franca batalla por hacerse de la apetitosa candidatura definitiva del movimiento. Las divergencias son profundas, aunque las nieguen, y se reflejan en desacuerdos sobre temas como el mecanismo de primarias, en el que claramente están encontrados Tibán y Quishpe, o simplemente porque hay otros como Cléver Jiménez que metió su precandidatura a la fuerza, agrediendo verbalmente a un dirigente indígena como Rogelio Andrade por oponerse a ella.

Muchos dirán que esos cinco cuadros están en su derecho de postular a una candidatura. Sin embargo, resulta ineludible asociarlos con la figura de La Malinche pues sus precandidaturas constituyen iniciativas claramente personales y van en contrasentido de la actuación histórica que ha caracterizado al movimiento en cuanto a representatividad ligada fuertemente a la decisión de sus bases.

¿El resultado? Tenemos a una Lourdes Tibán postulada por la organización indígena de Cotopaxi (su provincia); a un Salvador Quishpe postulado en una convención efectuada en la provincia de la que es prefecto (Zamora); a un Carlos Pérez designado por los campesinos del Azuay, de donde es oriundo; a un Patricio Zambrano que dice representar al pueblo montubio de su provincia; y a un Cléver Jiménez que asegura que tras su candidatura están organizaciones de pequeños comerciantes y artesanos, sin especificar cuáles. En conclusión, Pachakútik se desgrana en medio de cinco precandidaturas de carácter local de las cuales cuatro son ocupadas, curiosamente, por políticos que lograron mayor visibilidad durante las movilizaciones contra el Gobierno en el 2015.

¿Qué efectos podría acarrear la nominación arbitraria de esos cuadros? La respuesta es incierta todavía pero está claro que grandes sectores que tradicionalmente han sido fuertes dentro de la construcción institucional del movimiento (Sierra norte, parte de la Sierra centro, Amazonia y Costa) se quedarán marginados de representación en las próximas elecciones tras la súbita “ganada de mano” que han hecho Tibán, Quishpe, Pérez, Jiménez y Zambrano.

Igualmente es claro que existe una obstrucción a la emergencia de una nueva generación de líderes dentro del movimiento indígena por parte de los precandidatos señalados cuya carrera política se remonta a dos décadas atrás. Se han enquistado en la cúpula de la organización y para permanecer en ella no han escatimado en practicar tretas políticas dignas de la vieja partidocracia, como el hecho de coludir para provocar la destitución de la exdirectora del movimiento, Fanny Campos, movida tras la cual arrancaron desaforados con el anuncio de sus postulaciones en medio de un febril juego por ver quién se queda con la silla.

Esta pugna intestina sin duda se agudizará conforme se acorte el tiempo para las definiciones internas de Pachakútik y para la oficialización de las alianzas con otras coaliciones. Mientras tanto hay otros “Corteses” al acecho como Jaime Nebot y Guillermo Lasso que aguardan, también impacientes, al desenlace de esta lucha entre Malinches que dejará algunos divorcios y huérfanos en el movimiento indígena para acogerlos como ya lo han hecho con Marcelino Chumpi y Auki Tituaña.

A la Malinche, la historia la juzgó y la sigue juzgando casi 500 años después de su muerte. Esta lección no debería pasar desapercibida para aquellos que ahora se abrogan arbitrariamente la responsabilidad de representar al movimiento indígena. Ya veremos si también se hacen responsables cuando -ojalá no suceda- sobrevenga el final del protagonismo político que merecidamente se ganó el movimiento a pulso en estas décadas. A ellos también los va a juzgar la historia.

Por Tomás Ojeda
 
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