La Fanesca Podrida de Lasso


A propósito de estas fechas en las que comemos potajes raros preparados con granos andinos y pescado costeño, irremediablemente se me viene a la mente la fanesca. Pero no la fanesca de la abuela que devoramos con encanto, sino más bien la que Guillermo Lasso le robó a Jaime Nebot.

Hace pocas semanas el candidato de oposición Guillermo Lasso se ha paseado por salones de hoteles y circuitos gremiales con el objetivo de posicionar, al menos ante la opinión pública, una imagen del banquero candidato como un líder conciliador y aglutinante. En su gira de popularidad ha logrado, en efecto, sumar el apoyo de la más variopinta fauna política ecuatoriana que se ha trepado gustosa a la camioneta del “cambio”. En ella van desgastados actores pluriculturales y multiétnicos, dirigentes sindicales obsoletos y añejos izquierdistas radicales (hoy extraviados y renegados). A todos ellos los une un sentimiento muy fuerte: su repudio a Rafael Correa y su modelo de gobierno. Nada más. Quien busque en esa chanfaina una coincidencia ideológica per se, saldrá decepcionado.

Sin embargo, en la mente de los iluminados estrategas de la campaña lassista el apoyo de generadores de opinión, líderes sindicales y sociales, al igual que políticos del pasado y del presente podría ayudar a mejorar el grave problema que tiene el banquero en lo tocante a su imagen y aceptación. No es un secreto que Lasso carece de la menor capacidad de empatía para con su electorado, para con la ciudadanía en general y para con los pobres en particular. Es evidente en cada acto público que Lasso sufre de un síndrome de aborrecimiento por la humanidad. Al equipo de estrategas lassistas cada vez se le hace más difícil, pese a una campaña multimillonaria, presentar al banquero como un personaje cariñoso, amigable o, por lo menos, simpático. La falta de carisma ha sido en definitiva el punto más débil del candidato de oposición que promete arrasar con el correísmo de una vez por todas, a pesar de jamás haber estado por encima del candidato oficialista en ninguna de las encuestas acreditadas. Es evidente también que el gran núcleo de apoyo a Lasso, irónicamente, no es lassista sino más bien anticorreísta por lo que deberíamos asumir que ese segmento del electorado habría apoyado a cualquier otro candidato que estuviese primero en contra del correísmo. En este marco resulta evidente que Lasso tiene un techo de concreto que simplemente no podrá penetrar en las dos semanas que faltan para las elecciones generales.

Lo que los iluminados estrategas de campaña del banquero han ignorado es que, primeramente, la imagen de Lasso ya está perfectamente establecida en el imaginario colectivo y no cambiará. Es decir, la ciudadanía ya tiene una opinión elaborada y rígida del banquero que difícilmente variará, ni siquiera apelando al discurso y emociones populistas. En segundo lugar, las alianzas por conveniencia y coyuntura jamás son duraderas. Pensar que los nuevos aliados de Lasso sumen votos y estén pensando en un gran proyecto de país es absurdo e irreal. Lo más probable es que estos actores solo ven la posibilidad de saciar sus apetitos personales y sectoriales a cambio de su apoyo a Lasso. Suponer que existe una agenda programática de coalición ya no entra en las probabilidades pues los “aliados” están alertados de que Lasso se ha comprometido a todo con todos. En términos prácticos, es simplemente irreal que Lasso pueda cumplir todas las promesas que ha hecho a cada grupo que asoma a apoyarlo, menos aun cuando muchos de estos grupos tienen intereses opuestos y contradictorios.

Adicionalmente, es importante recordar que el programa de gobierno de Lasso es extremadamente severo, dogmático y orientado hacia la reducción del tamaño del Estado, la privatización de servicios y el fortalecimiento del empresariado. En ese programa, son muy pocas las prebendas a las que genuinamente podría aspirar el MPD (ahora Unidad Popular), por ejemplo, que se saltó la barda de la izquierda maoísta radical para manifestar su apoyo al banquero neoliberal radical. Sin embargo, sus mezquinas y minúsculas aspiraciones como la devolución de la personería jurídica a la UNE o el Fondo de Cesantía del Magisterio no afectarían en nada al programa privatizador del banquero. De igual forma, la enquistada y disminuida dirigencia indígena puede ver un resquicio para que sus anhelos mínimos se hagan realidad, como por ejemplo la resucitación del CODENPE y de la Dirección Intercultural Bilingüe, sin que eso afecte en nada la reducción del tamaño del Estado. A la Policía y las FFAA el banquero podría prometerles la autonomía del ISSFA e ISSPOL sin que afecte la privatización del IESS y la eliminación de beneficios laborales adquiridos.

En cuanto a los desechos de la política ecuatoriana, se les podría ofrecer puestos clave en un gabinete imaginario para luego expulsarlos inmisericordemente cuando ya no sean útiles. Sin embargo, lo que más apesta a bacalao podrido es el grupito de dinosaurios de la partidocracia que se frotan las manos al ver que uno de los suyos al fin tiene la oportunidad de reivindicarles por los 30 años de errores garrafales. Me refiero a los abuelitos de Cauce Democrático, cuya única función verídica es comparar entre sí avances de senilidad y males prostáticos. Suficiente daño hicieron al país cuando tuvieron la oportunidad de crear, de construir y no lo hicieron. Cuando Osvaldo Hurtado, León Roldós, o en su defecto, Rodrigo Paz y Roque Sevilla salen a dar el visto bueno es porque está podrido. En el caso de Paz, los mismo fanáticos de la Liga conocen bien que el veterano está más allá que acá. Roque Sevilla es un multimillonario serrano que fue alcalde por default cuando Mahuad abandonó el Municipio para aventurarse a la Presidencia y su peso como líder político es tan real como el espejismo del adolescente que cree que ahora que Scarlett Johannson se está divorciando del marido tiene más probabilidades de salir con ella.

Esta gente no solo debe desaparecer de la palestra política sino que merece ser enterrada en el panteón de la historia indigna por su criminal inoperancia. De hecho, ya son prácticamente zombies: en este punto del camino vemos aparecer a Lucio Gutiérrez, esa pequeña broma de la historia, quien a pesar de haber sido expulsado cual plaga por la ciudadanía enardecida en la Rebelión de los Forajidos, sigue intentando recuperar vigencia política. Hasta hoy retumba en mi memoria la protesta ciudadana en las calles que entonces clamaba “¡que se vayan todos!”. Pero resulta no solo que el coronel no se ha ido, sino que 12 años después intentó nuevamente ser candidato y ahí es donde yace el problema fundamental.

Lo preocupante de estos apoyos “espontáneos” que han aparecido a favor del banquero es que cada uno de estos actores pertenece a un sector particular con demandas complejas, pero da la casualidad que los presuntos líderes que se ofrecen desvergonzadamente a Lasso no son los legítimos representantes de esos sectores. ¿Acaso podemos decir que César Carrión o Fausto Cobo representan a todas las FF.AA. o a la Policía? ¿Acaso podemos decir que Lourdes Tibán o Carlos Pérez Guartambel representan a la gran base social del movimiento indígena? Desde hace años que están en la dirigencia pero ya no representan a las comunidades y mucho menos han defendido los intereses de base ¿Acaso podemos decir que Osvaldo Hurtado representa a toda la clase política? No representan a nadie más que a sus pequeños sectores, parcializados, divididos, miopes y cortoplacistas. Y siendo pragmáticos y en términos electorales el escenario es aún peor: no jalan votos por ningún lado, al menos en la cantidad que requiere Lasso para igualar o superar al candidato oficialista.

Desde los niveles locales hasta la esfera de las candidaturas presidenciales, esta campaña ha sido la demostración perfecta de que la clase política, particularmente de oposición, ha sido incapaz de renovar, innovar o adecuar mensajes y programas de gobierno orientados a las verdaderas necesidades de una ciudadanía mejor informada, mejor preparada y más deliberante. Los candidatos y los grupos de interés al parecer han ignorado el desenvolvimiento de la ciudadanía democrática en una década de gobierno correísta. No por el correísmo en sí, sino por el genuino avance en materia de participación ciudadana, inclusión y otros temas que la oposición simplemente prefiere ignorar porque ello le quita piso al mediocre discurso, sustentado en el histrionismo y en dos o tres argumentos escolares que lanza a voz en cuello sobre el autoritarismo y la supuesta coartación de derechos. Hay una ciudadanía más deliberante, sin duda, y por ello resulta también patético que, al haber sido cooptada, la sociedad civil ecuatoriana no sepa qué hacer de su existencia para mantenerse vigente. En medio de todo esto, llegamos al momento en que un candidato, mediante el corporativismo más burdo, ha negociado el apoyo a su candidatura a pesar de ser detestable, incluso para todos quienes a última hora dicen que lo apoyan. No ayuda al banquero que su oferta de campaña está dirigida más que nada a la clase media y alta de Quito y Guayaquil.


Es deplorable que estos sean los apoyos con los que cuenta el banquero candidato, pero más deplorable todavía es que el único recurso que tiene para mantener vigencia política sea el estar en contra de todo y ser el candidato “anti”. Tuvieron diez años, una década entera para consolidarse, estructurar un programa de gobierno coherente y alternativo al actual pero fueron incapaces de hacerlo. Hemos pasado una década y resulta que lo que está en juego es el retorno de la partidocracia, la bancocracia y la sociedad civil antiglobalización en un solo champús democrático. ¿Unidad de qué, pregunto? ¿Unidad para qué, pregunto? La respuesta cae como un bloque de granito que se desprende de la nave central de una catedral: unidad de la misma obsoleta clase política ecuatoriana de antes del correísmo y unidad para que la misma obsoleta clase política ecuatoriana de antes del correísmo regrese al poder a hacer lo mismo que ya hizo antes, es decir mucho daño o simplemente nada, en el mejor de los casos. Perdonen, pero me es imposible digerir el hecho de que la ciudadanía sí haya avanzado pero que la clase política no se haya movido un solo milímetro durante toda una década.

Por: Mateo Izquierdo
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