Por los laberintos del banquero ecuatoriano Guillermo Lasso (2)


Hernán Ramos es ecuatoriano. Economista, editor, escritor, profesor y consultor internacional en economía y medios latinoamericanos. Fue Editor General de Diario El Comercio de Quito, Editor-Fundador del Semanario Económico Líderes. Colabora habitualmente con medios de Colombia, Argentina, México. Desde su blog "Rienda Suelta... Apuntes de Hernán Ramos", escribe habitualmente sobre temas económicos, sociales, políticos que interesan a la región.


1998 y 1999 fueron años muy movidos y decisivos para Guillermo Lasso Mendoza (GLM). Ni bien Jamil Mahuad se instaló en la presidencia del Ecuador (agosto 10), Lasso asumió como representante político provincial del mandatario, como gobernador del Guayas, la provincia más poblada del Ecuador, y cuya capital, Guayaquil, es el pulmón comercial del país. La simpática web oficial de GML alaba así su gestión marcial de aquellos días: “el 10 de agosto de 1998 fue designado gobernador de la provincia del Guayas. Su paso por esa entidad le permitió marcar la diferencia con sus antecesores. En un año de gestión se destacó por ‘poner la casa en orden'. Armó su equipo de trabajo y emprendió campañas como ‘La Ley es la Ley´, la cual instaba a los guayasenses a cumplir con las leyes. Inició, junto con la Policía, un plan eficaz contra la violencia y la delincuencia. Por primera vez la provincia contaba con indicadores que permitían conocer los niveles de inseguridad”. No me extenderé en formas ni me distraeré en la gestión policial de GML al frente del Ejecutivo Provincial. Esta historia tiene otras prioridades.
Cuando la crisis bancaria ya estaba en llamas, Lasso nadó a tres aguas: como político-representante de Mahuad en Guayas, como banquero-propietario del Banco de Guayaquil y como vicepresidente de la Asociación de Bancos Privados del Ecuador (ABPE). Sometido a tres aristas, defendió (como pudo, supongo) la polémica gestión de Jamil Mahuad (chocó a ratos con Febres Cordero, alcalde de Guayaquil y opositor del gobierno), sin descuidar nunca su horizonte bancario. El punto crítico fue el fatídico marzo de 1999, cuando Mahuad y Ana Lucía Armijos (Ministra de Finanzas), con el agua hasta el cuello, resolvieron el feriado bancario (8 de marzo) y tres días después el congelamiento total de depósitos del sistema financiero (11 de marzo). Su razón de Estado: salvar a la banca privada del colapso total, aunque en la mesa del poder se discutía desde hace rato un tema mucho más concreto que tenía nombre y apellido: Banco del Progreso (BdP).
A inicios de ese mes, el monstruo bancario creado por Fernando Aspiazu ya era un cadáver andante. Los tardíos, mentirosos y parciales reportes de la Superintentencia de Bancos (SB), los clamorosos llamados de auxilio del Banco Central del Ecuador (BCE), la espantosa y onírica pasividad de Mahuad para actuar y decidir, el silencio cómplice e inaudito de la ABPE hasta ese momento… todos, absolutamente todos los caminos conducían a la sentencia fatal: el BdP estaba quebrado y había que cortar el tumor para evitar la metástasis bancaria. Pero a la hora de firmar su partida de defunción, nadie quiso hacerse cargo del muerto, era muy grande, demasiado poderoso y protegido; sobraban los padrinos políticos, partiendo del presidente de la República y el alcalde de Guayaquil; la lista hacia abajo y por los costados era interminable. El BdP, simplemente, no podía, no debía morir, aunque sus signos vitales, es decir, el estado catastrófico de sus balances, producto de las acciones delictivas de su máxima dirección, indicaban que desde hace rato el banco estaba en coma irreversible.
Así, ante la gravedad del momento, en un gesto éticamente reprochable de las elites económicas y políticas ecuatorianas involucradas en esta historia, todos miraron al suelo, se taparon sus narices, se sacudieron sus hombreras y dilataron la solución. El costo era enorme y nadie quiso asumirlo. Hoy, 13 años después, nadie escapa al juzgamiento de la Historia sobre este trágico capítulo de la economía ecuatoriana: Mahuad, Armijos, la SB, el BCE, la ABPE, los socialcristianos, los demócratapopulares; tampoco Guillermo Lasso Mendoza (Gobernador del Guayas, banquero en ejercicio y vicepresidente de la ABPE, la “entidad encaminada fundamentalmente al desarrollo y buen funcionamiento del sistema bancario y de la economía nacional”, según se lee en el sitio web del candidato.
Frente a tan interesada e inmoral parálisis colectiva -¡qué paradójico!- quien tuvo arrestos para reaccionar fue el causante del desastre. Aprovechando su fuerza mediática y su audacia sin límites, Aspiazu Seminario se declaró víctima, manipuló los hechos, se atrincheró en un aborrecible discurso regionalista que se multiplicó como plaga. Su estrategia de salvataje estuvo a punto de revertir las responsabilidades, pero antes, esa misma estrategia tuvo un eco sorprendente y borreguil. Una gran franja de la elite económica y política local, tan miope como interesada, no vio más allá del ombligo, pensó (falsa o interesadamente, no sé) que el crac bancario desatado por Aspiazu era cosa de geografía, no de corrupción, y se plegó a la agenda inconcebible del atrevido banquero. Así nació la histórica marcha de proporciones que se regó desafiante por las calles de Guayaquil; tuvo por nombre "la marcha de los crespones negros".
La jugada de Aspiazu fue extraordinaria. La gran marcha del 22 de marzo de 1999, con el alcalde de Guayaquil a la cabeza, presionó a Mahuad para que diera más oxígeno financiero al BdP, pues un banco de la costa no podía morir. Lasso, jugando a tres bandas, como se anotó, tramitó esta crisis con el sigilo propio del banquero. Su despacho era un ir y venir de delegados del gobierno, de la banca y de todos los lados, por ahí corrían noticias, mensajes, decisiones, etc. La gobernación del Guayas fue un epicentro de la crisis bancaria, momentáneamente trasladada a las calles y plazas de Guayaquil. Días después, las cosas empezaron a girar, no por acción política ni por decisión ética de los responsables y/o administradores de la crisis bancaria. Hubo valientes publicaciones y reportajes periodísticos de gran nivel que poco a poco fueron desnudando las “angelicales” andanzas del benefactor del BdP, entre ellas: la impresionante creación de decenas de empresas fantasmas que servían de viaducto para succionar el dinero de los depositantes, las abultadas cifras de los créditos vinculados, rompiendo todo limite legal, el sofisticado maquillaje de los balances del grupo financiero del BdP, y muchos etcéteras más que si los describo uno a uno me faltará blog para terminar. Sólo entonces, cuando los periodistas serios hicieron un trabajo excepcional en un momento de quiebre tan profundo, soportando presiones políticas inauditas (incluida la de un ex presidente que no era Mahuad ni Febres Cordero), empezó a desinflarse el juego perverso que encarnaba el fundador del BdP, quien, para salvar su pellejo y comprar tiempo, no tuvo reparos en estimular un discurso regionalista que se regó como gasolina en pasto seco (destaco un texto, de entre tantos, por su particular valor histórico para comprender mejor esta historia: "Los 86 clientes clase A que tiene El Progreso", diario El Comercio, Quito, marzo 25, 1999, pág. A2).
Quizá me equivoque (si es así, disculpas), pero no tengo un registro ni he leído absolutamente nada categórico y explícito sobre todo lo que acabo de contar, ni siquiera en el plano formal, por parte del entonces gobernador del Guayas. Tampoco hallo alguna declaración pública suya, como político o como banquero, condenando con su puño y letra, con firmeza, la corrupción escandalosa que involucró a un colega y representado suyo en la ABPE (recordemos algo más: tras el cierre del BdP y luego de la macha de los crespones negros, Aspiazu siguió tres meses más al frente del banco número uno del sistema, mientras Lasso fungía como vicepresidente de la ABPE y como gobernador del Guayas). En todo caso, ante los ojos del presidente Jamil Mahuad, seguramente la tarea de Guillermo Lasso fue muy reconocida al frente de la gobernación del Guayas, al punto que, meses después, fue ascendido, con la consigna de que cumpliera tareas mayores y de responsabilidad extendida, funciones de alta estrategia económica dentro del aparato del Estado, cuando el crac bancario ecuatoriano había entrado en su ruta sin retorno.
En la tercera parte de esta historia les contaré cómo Guillermo Lasso Mendoza llegó al cargo que fue creado a su medida -el Súperministerio de Economía-, cuando el desastre financiero y la desaforada especulación cambiaria habían carcomido ya las bases de la moneda nacional (el sucre), el FMI deshojaba margaritas antes de prestar dinero, había que pagar la deuda externa y no había plata para hacerlo... Invoco a Confucio y les pido paciencia.
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda Suelta... apuntes de Hernán Ramos.
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