El desasosiego de las Izquierdas


Por Mateo Izquierdo

El reciente ajetreo entre las organizaciones de izquierda por acomodarse y encontrar su “raison d´etre” en el contexto del postneoliberalismo en el Ecuador me perturba. Aquello se refleja especialmente en dos sucesos recientes que desconciertan: el primero es el lanzamiento del Frente Unido y la reunión de 37 organizaciones de izquierda en el Encuentro Latinoamericano Progresista (ELAP); y el segundo, la noticia de que el Movimiento Popular Democrático cambiaría su nombre a Movimiento Unidad Popular.

Ambos sucesos, me parece, tienen algo en común: el que estas organizaciones están analizando cómo mantener o recuperar vigencia en un contexto donde lo que se ha entendido por izquierda, con toda su trayectoria “combativa”, no ha terminado de cuajar en la sociedad ecuatoriana. Si nos preguntamos seriamente si ha habido una “izquierdización” de la ciudadanía, mi opinión es que no. Digo esto porque, a pesar del discurso revolucionario y alguna conciencia social, creo que a nuestra idiosincrasia (netamente ecuatoriana) se la ha mal acostumbrado al populismo a-ideológico. La dependencia del Estado de Bienestar ha generado esa relación perversa en la que el clientelismo supera la apropiación conceptual de una u otra ideología. Ninguno de estos grupos ha podido compaginar la diferencia entre política populista y política social.

Es más, al autoproclamarme de “izquierda” no me siento identificado o representado por ninguno de estos grupos mencionados. El radicalismo y la intransigencia del MPD siempre me han parecido aberrantes, y las consignas y el martirio de la versión latinoamericanista siempre me parecieron retóricos. Sin embargo, sí soy partidario de que la inversión social sea la preocupación primordial del presupuesto del Estado. También creo que el aparato burocrático debe tener un tamaño racional que permita la eficiencia de la política pública y la calidad del gasto. Un aparato burocrático excesivo es torpe e inoperante, como bien lo hemos visto.

Casi todas, sino todas, las recetas del Consenso de Washington fueron nefastas para Latinoamérica (para Ecuador en particular) y estas políticas se llevaron a cabo a vista y paciencia  de grupos oligárquicos de derecha. Creo, además, que muchas de las políticas que se aplicaron en pos del neoliberalismo se las ejecutó en detrimento directo de los grupos más vulnerables de nuestros países. Esto no tiene nada de radical; es más, fue estudiado y discutido a profundidad por las ciencias sociales ecuatorianas (por lo general). En el marco internacional, me opongo rotundamente al intervencionismo y a la violación de la soberanía nacional de países del sur por parte de estados del norte que velan por sus intereses económicos. Oponerme a la globalización post neoliberal tampoco tiene nada de radical. Soy social demócrata, ese vilipendiado título que ha tomado un contexto peyorativo. Pero creo en la democracia. Llámenme pragmático.

De cualquier forma, veo con preocupación que el discurso de las izquierdas en el Ecuador sea tan retrógrado y poco innovador. Veo en las proclamas del encuentro de la ELAP muchas de las consignas de hace 20 años. Dónde está la preocupación por la gobernabilidad democrática y los derechos humanos; dónde está el debate sobre el pluralismo y la interculturalidad; dónde quedó la inclusión de la lucha “popular” en la toma de decisiones. Me parece que aún nos falta aterrizar la retórica a la práctica en política pública coherente y, más aun, en una apropiación cultural de “lo social”. Me parece que antes de creer en el socialismo, la ciudadanía deberá creer en la democracia y para creer en la democracia debemos, primero, creer que vivimos en una igualdad de condiciones.

Al Encuentro Progresista vinieron conocidos ilustres de toda la región, al igual que algunas vacas sagradas. Sin embargo, lo que más llamó la atención fue la asistencia de antiguos grupos de izquierda ecuatoriana que no convocan ni a sus propios familiares, mucho menos al colectivo ciudadano como tal. Me refiero al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), al Partido Socialista Ecuatoriano, al Partido Comunista del Ecuador, a algunos miembros de Alfaro Vive Carajo. Grupos que si en algún momento de la historia ecuatoriana tuvieron vigencia, la perdieron por una miopía abrumadora que provocó el fraccionamiento espeluznante de las Izquierdas en el Ecuador. El encuentro no pasó de ser la demostración pública de una alianza entre los viejos izquierdosos con la revolución ciudadana institucionalizada. Las vacas sagradas vinieron a conocer esto del Socialismo del Siglo XXI.

Pero más allá de eso, lo preocupante fue que de ese encuentro de las izquierdas no saliera nada más que una declaración retórica sobre la unidad frente a la amenaza del “neogolpismo”. Quizá por una realidad axiomática que se ha consolidado con el pasar de los años: los “cucos” son lo que han permitido sobrevivir tantos años a esos grupos. Esta paranoia sobre la desestabilización democrática tiene como fin generar apoyo popular al proyecto de gobierno. La amenaza del retorno de la derecha es real, pero creo que hay que afrontarla con hechos, con logros, con inclusión de múltiples sectores, con consignas combativas. La estrategia del alarmismo no convoca ni al vecino.

La organización que mejor debió aprender esa lección es el Movimiento Popular Democrático (MPD). Su cambio de nombre a Movimiento Unidad Popular ha sido patético, particularmente porque solo fue eso: un cambio de denominación. Además de usurpar el nombre de la coalición de partidos que llevó a Salvador Allende a la Presidencia de Chile, no hubo un cambio de Agenda Política, no hubo una renovación de cuadros y no hubo una modificación del discurso; nada. Es una propuesta vacua que no trae a la mesa nada nuevo, en un momento en el que país enfrenta un conflicto dialéctico.

Así, la dispersión de izquierdas ecuatorianas continúa y ni con un enemigo común, el de las oligarquías conservadoras, han podido coincidir para establecer algún acuerdo programático.  Hasta que los dirigentes, tanto de las organizaciones sociales de izquierda como el movimiento Alianza País, se propongan dejar de lanzar consignas “combativas” y planteen sentarse a delimitar los parámetros de un proyecto político social consolidado, la desorganización primará. En esa desorganización, la derecha encontrará su asidero y el péndulo se virará maquillado en el discurso de la “libertad” y  la “democracia”.

Es necesaria la reinvención del Gran Proyecto de Izquierdas pero para que se ajuste a nuestra realidad que exige inclusión, diálogo y, sobre todo, paz.





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