Un balance político del 2014

Por Mateo Izquierdo



Al reflexionar sobre los acontecimientos políticos más relevantes del año 2014 en el Ecuador, se me vienen a la mente únicamente dos que verdaderamente han tenido repercusiones trascendentales. Si bien han sucedido otros, creo que han sido relativamente secundarios y consecuencia de los dos principales.

El primer suceso político del año 2014 fue, uno que obligó al movimiento gobiernista Alianza PAIS – AP a replantear objetivos y desarrollar una estrategia urgente de reestructura interna. Este evento fue la derrota de los candidatos gobiernistas en las principales ciudades del país (Quito, Guayaquil, Cuenca). El sacudón fue tal que obligó al buró político del gobierno replantear el proceso organizativo del movimiento a nivel territorial. Se lo llamó un “revés” político, sin embargo, fue una paliza que nadie vio venir. En términos prácticos, fue un error de cálculo que hizo que las cabezas de campaña confíen en que el nivel de aprobación que mantenía (y mantuvo durante el proceso electoral) Rafael Correa sostuviera a los candidatos a nivel territorial en forma de arrastre. Adicionalmente, se asumió, equivocadamente, que el proceso de fortalecimiento organizativo de AP estaba más avanzado de lo que realmente estuvo.

Al llegar las elecciones de febrero, AP no se encontraba preparada para la contienda electoral. Un hecho que no había sucedido en 7 años de gestión. En efecto, en Cuenca tanto cómo Quito los candidatos de oposición mostraron mayor preparación para asumir el reto con mejor estructura partidista, un manejo de campaña y propaganda política mejor elaboradas. En Guayaquil, el social cristianismo demostró una vez más que su retirada del escenario nacional no ha sido en vano. Esa retirada nacional ha implicado la consolidación de un bastión electoral fortificado a nivel local. En sí, se demostró por lo general un avance en el desarrollo de campañas políticas y marketing que sobre todo se debía a cierta madurez política que ha adquirido la ciudadanía ecuatoriana. La maquinaria propagandística gubernamental había utilizado un guión que ya no le era útil. El poder de convencimiento de alguna forma ya requiere de otros matices, una distinción muy clara de las épocas del “pan, techo y empleo”. Si bien fue un nuevo estilo de campaña, aun se mantuvieron las taras del nacional populismo del que somos parte. 

En aquel momento muchos analistas sostuvieron que fue un voto “castigo” al gobierno o, en su defecto, a Correa cómo persona. En retrospectiva, difiero con ese criterio puesto que toda encuesta sobre nivel de aprobación del Presidente, durante y después de las elecciones de febrero, mostraba cierta estabilidad y no el declive como se quisiera hacer creer. Es decir, a pesar del nivel de aprobación que Correa mantuvo durante la campaña, no pudo sostener a candidatos propios a nivel local. Esto inminentemente obliga a mirar a otros aspectos para encontrar respuestas sobre la derrota. La respuesta más clara es que los candidatos a nivel local fueron débiles y no pudieron valerse del nombre de Correa y los avances de la Revolución Ciudadana para sostener campañas sólidas. Las obras en cada localidad fueron obras de la Revolución Ciudadana y no de cada candidato. Por ende, fue muy difícil que estos personajes se apropien de los logros en sus localidades.

El impacto de este revés llevó al segundo acontecimiento político más importante del año: el anuncio de que se buscaría reformar la Constitución de la República vía enmienda a través de la Asamblea Nacional. En el análisis de los resultados electorales, el buró político descubrió que una de las amenazas más grandes a la estabilidad política y a la Revolución Ciudadana es la reconfiguración de actores políticos, tanto nuevos como reciclados, en una fuerza nacional de oposición consolidada. Por lo mismo, se asumió que la única forma de garantizar la continuidad del proyecto político sería que el Presidente tenga la oportunidad de volver a lanzar su candidatura en las elecciones del 2017, salvo el surgimiento de nuevos cuadros que pudieran tomar la posta. El impedimento legal que existe en la actualidad para que las autoridades de elección popular se lancen indefinidamente, no es más que un obstáculo que puede ser corregido por la vía que permite la misma Constitución.

Este argumento ha servido de base argumental de la oposición para constatar que en el Ecuador se vive en una dictadura donde los poderes del Estado no gozan de independencia institucional. Bajo el argumento del autoritarismo implantado, la oposición ha buscado formas de reactivar el conflicto social y el elevar el nivel de confrontación entre el gobierno y sus detractores. Al cerrar el año, tres organizaciones políticas habían presentado propuestas distintas de Consulta Popular para impedir la enmienda de la Constitución. Sin embargo, ninguna de las tres provenía de algún grupo que gozara de mucha credibilidad en el imaginario público. Esto, a pesar de que una encuesta de medio año demostraba que una gran mayoría de la población quisiera ser consultada sobre la reelección indefinida. Y es que ningún actor de oposición ha podido apersonarse del malestar que ha generado esta decisión. La realidad sigue siendo que a pesar de que la población quiera ser consultada también está dispuesta a volver a votar por Rafael Correa si tuviese la oportunidad. La lógica común sigue siendo que la estabilidad y la continuidad son más importantes que un cambio hacia lo desconocido. Esta particularidad se vuelve más profunda cuando la opción de lo desconocido lo está presentando actores que no generan la menor confianza en la población.

En efecto el nivel de confrontación con la oposición se ha elevado pero la ciudadanía ve en la oposición a actores de la política reciclados como son los dirigentes sindicalistas que tanto daño hicieron al país. La población ve a su vez al banquero – candidato Guillermo Lasso quien es la demostración más nefasta de que la derecha oligárquica no entendió lo que sucedió durante las caídas de Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. La población recuerda con angustia el dolor causado por la ingobernabilidad de aquellas épocas y también reconoce que a ese pasado en particular no se puede retroceder. El ascenso político de figuras nuevas como lo es Mauricio Rodas, no es más que un reflejo de una debilidad de nuestra institucionalidad política que (precisamente por su debilidad) permite que actores sin mayor trayectoria o experiencia política puedan surgir como alternativas al estatus quo. El problema está en que la población está dispuesta a darle a este tipo de figuras una oportunidad para demostrar sus capacidades, sin embargo la curva de aprendizaje es terriblemente lenta cuando se trata de la administración de una ciudad con las complejidades de Quito o Guayaquil. El juego político no es espacio de principiantes o viejos zorros, es el espacio de visionarios que piensen en el bien común más amplio y grande que el del círculo socio económico inmediato.

Lamentablemente en el escenario político de oposición a fin de año ningún actor ha podido demostrar esa trascendencia o capacidad de convocatoria. Seguirán atacando a Correa por sus fortalezas, y esas fortalezas seguirán siendo lo que a la población le convenza de que Correa merece la oportunidad de dar continuidad a su proyecto.
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1 comentarios:

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Anónimo
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6 de enero de 2015, 16:27 delete

Excelente!!!

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