La UNE, aquella que murió la víspera


Corrían las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado y aún se sentían los coletazos de la era plutocrática: aquella en la que los todopoderosos grupos bancarios designaban a dedo a los presidentes de la República quienes, a su vez, usualmente eran abogados de esos mismos bancos o de compañías extranjeras. Esa repugnante etapa republicana dejó centenas de asesinatos, proscribió la organización sindical y reprimió todo lo que oliera a izquierda política.

En ese contexto nació la organización gremial de maestros, inicialmente como el Sindicato de Educadores Primarios de Azuay y Pichincha fundada en 1934 y posteriormente como el Sindicato Nacional de Educadores Ecuatorianos. Los maestros prácticamente se asociaron en la clandestinidad y los diferentes gobiernos de la época, especialmente el de Carlos Arroyo del Río, persiguió cualquier intento de acceso a la vida pública de esa entidad sindical. No obstante, Arroyo terminó destituido tras la derrota en la guerra con el Perú en 1941 y la instauración de un Estado policial. La revolución del 28 de mayo de 1944, conocida como “La Gloriosa”, sacó del poder al último representante político del liberalismo plutocrático. En ese quiebre de la historia los maestros fundan la Unión Nacional de Educadores (UNE).

Tal capacidad de organización y de supervivencia aún en la clandestinidad que mostró el sindicato de maestros no podría explicarse sin la existencia de una fuerza de base importante, principios institucionales claros y el liderazgo de un grupo de dirigentes con probada solvencia intelectual. Esa era la UNE, un sindicato de los maestros, con conciencia social de clase y fuerte contacto entre su cúpula y sus asociados.

Como todo en la vida, la UNE tuvo su época de oro y aquella fue justamente la que acabamos de describir y que se remonta hasta finales de los años 60. A partir de entonces aquellos principios gremiales que la organización defendió enfrentándose a los interminablemente sucesivos gobiernos de derecha comenzaron a relegarse y en su lugar tomaron fuerza las proclamas políticas que devinieron después en la infiltración pura y dura de una facción de la izquierda radical convertida en partido político: el Movimiento Popular Democrático (MPD).

La estrategia del MPD era sencilla y tenía como objetivo el convertir a la UNE y al sector educativo nacional en un estamento funcional a su proyecto político. Para ello cooptó todas las áreas posibles de la educación pública ecuatoriana (creando un Estado paralelo) y promocionaba sus cuadros políticos rotándolos en una carrera que tenía como colofón la aspiración a algún cargo público de elección popular.

Muchos podrán decir que no existe nada malo en ello. Sin embargo en la realidad aquella práctica era mucho más despreciable de lo que parecía: el “reclutamiento” comenzaba en los colegios fiscales de donde obtenían cuadros afines al partido para proyectarlos hacia la conducción de la Federación de Estudiantes Secundarios del Ecuador (controlada por el MPD); posteriormente esos cuadros “privilegiados” del partido (que tenían su “célula” en las Facultades de Filosofía de las universidades públicas, es decir aquellas que forman a los maestros) debían encargarse de dirigir la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE), también en manos del MPD; más tarde pasaban a ocupar la cúpula de la UNE (controlada por el MPD); y finalmente participaban en elecciones generales por un cargo de elección popular representando al MPD.

Así surgieron a la palestra política cuadros de poca relevancia pública pero con enorme poder de “control” partidista-gremial como Gustavo Terán, Luis Villacís, Juan José Castelló, Ciro Guzmán (hoy abogado de la UNE), Mery Zamora, Jorge Escala, Geovanni Atarihuana o Natasha Rojas. Es más, la última presidenta de la UNE, Rosana Palacios, ha señalado textualmente: “En mi caso, tengo una militancia en la Unidad Popular (ex MPD) porque es mi derecho”.  Puede ser su derecho y hasta puede ser legal pero nadie puede discutir que la militancia partidista activa ejercida por un dirigente gremial en funciones no es ni “combativo”, ni loable, ni ético. Mucho menos si para optar por ese cargo resulta imprescindible portar el carné de afiliación al partido en cuestión.

Todo este “ascenso” de cuadros no estaba guiado bajo el principio de su capacidad política o de convocatoria sino más bien supeditado a la afinidad que estos tenían con la cúpula del partido. La sacrosanta dirigencia del MPD decidía quién iba a ocupar tal o cual cargo en las entidades federativas o sindicales de carácter nacional bajo su control y su decisión se cumplía al pie de la letra gracias un sistema de amaño electoral (que siempre terminaba con la elección de su candidato y muchas veces obviando la proclamación de resultados) y de supresión sistemática de otros contendores dentro del sector mediante el uso de la violencia armada con el fin de asegurar “por las buenas o por las malas” que se ejecutara el designio de la cúpula emepedista, y sin importar si el amedrentamiento se efectuaba contra sus propias bases.

Esta política inoculada al interior mismo de la UNE (al igual que en la educación secundaria y universitaria) marcó su debilitamiento institucional, la descomposición de su plataforma de base y la reprobación ante los ojos de la sociedad que ya no veían en aquel guiñapo institucional a una entidad verdaderamente representativa de un sector tan importante de la vida nacional como es el Magisterio.

Ahora, y luego de un proceso que ha durado más de dos años, el Ministerio de Educación ha resuelto disolver a la UNE por incumplir los artículos 18 y 22 numeral 7 del Reglamento para el Funcionamiento del Sistema Unificado de Información de las Organizaciones Sociales y Ciudadanas. Uno de esos incumplimiento se refiere justamente a la negativa de la dirigencia de la UNE (léase MPD) de regularizar el registro de su directiva, pero no solo eso. La cúpula no ha sido capaz de explicar al ministerio cuáles son los estatutos de elecciones ni de exhibir el padrón electoral que determina la elección de sus representantes. Ese silencio simplemente confirma la opacidad y el clientelismo con que se ha manejado una entidad en la que, evidentemente, la dirigencia no es elegida por sus verdaderos representados sino designada por una “rosca” política muy bien identificada.


Después de todo lo descrito, ¿es realmente ese ministerio el que disuelve a la UNE o fueron las prácticas acomodaticias, oportunistas y politiqueras del MPD las que provocaron la descomposición y desaparición de lo que nació como (y nunca debió dejar de serlo) el sindicato de maestros? La UNE, como organización sindical, ya llevaba varios años muerta. Era el MPD, agazapado tras su cadáver el que le hacía mover los brazos simulando que aún estaba con vida. La UNE no esperó siquiera la víspera para, sin gloria de por medio, fallecer.

Por Sergio Freire
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