“Indios feos”




Por Julian Moncayo

Hace unos días, el video en redes sociales de una joven que dijo que los ecuatorianos eran feos, porque en su opinión son indios, provocó reacciones con lo mejor y lo peor de la sociedad. Mientras algunos criticaban, con razón y argumentos el racismo en la frase y la impertinencia del entrevistador con preguntas pendejas, otros proponían campañas masivas de deportación, pues, la joven que usó la expresión era extranjera y –según varios aludidos– por elemental cortesía no podía “insultar” así a la gente del país que la acoge. No les diga feos y menos indios a los dueños de casa se leía en un tuit.

Entre los orgullosos de la andinidad, que también los hubo, y los quejosos de nuestros ancestros quitu-huancavilca, algunos cibernautas hicieron notar que el percance generó una euforia de amor patrio y chauvinismo que solo se observaba en algún partido de la selección de fútbol o en el conflicto bélico del Cenepa. El motivo era que a miles de ecuatorianos aparentemente les dolió y ofendió que les dijeran –aquí el meollo del asunto– feos, indios o ambos. O tal vez, pensémoslo un poco, la molestia no fue porque le digan al ecuatoriano indio y feo, sino que en el fondo le dicen cholo, un mestizo que niega su indigenismo y resulta un indefinido cultural.

En una sociedad como la ecuatoriana, con el antecedente de haber sido migrantes frecuentes en España y Estados Unidos, es inquietante y cuestionable, a pretexto de una expresión superficial, que se haya producido el surgimiento de una xenofobia contra los extranjeros que por distintas circunstancias están en nuestro país. ¿Tan grave es el asunto? Alguien sugería en las mismas redes que resulta muy contradictorio, por decir lo menos, como de pronto muchos ecuatorianos que a diario se burlan y discriminan a los indígenas, de repente se indignan y arremeten con fervor impostado contra una extranjera que hizo lo mismo que ellos desde hace años.  

Probablemente la mejor salida fue reírnos de nosotros mismos. Entre cientos de bromas y memes nadie se salvó. Ni el alcalde de Quito, Mauricio Rodas, pese a su colorado aspecto no pasó inerme de la polémica que se masificó por días.  “Indio feo” decía un meme con la imagen del burgomaestre y su esposa extranjera con la misma nacionalidad de la muchacha del video. ¿Sentiría molestia el alcalde con estas sutilezas del humor negro?  

El político que sí reaccionó fue el ex candidato de CREO, Andrés Páez, quien escribía en Twitter: “la que dijo algo malo que se haga responsable”. Quedaba claro que había incomodidad por el tema. Curioso que el mismo político nada había comentado cuando su coiderario, César Monge, se refirió a los manabitas que votaron por Alianza PAIS de “pobres montubios”, o cuando la señora Macarena decía que hay un riesgo de terror de permitir gobernar a los “muertos de hambre”.

Tampoco el señor Páez se molestó en pronunciarse cuando la ex asambleísta indígena Lourdes Tibán, aliada suya en la última campaña, insultó a Pedro de la Cruz diciéndole “indio vendido”. Es de suponer, por estos antecedentes, que la molestia de Páez fue probablemente porque se sintió aludido con lo de ecuatorianos feos y no por lo de indios.    

A estas alturas de la historia, en un país auto definido de diverso, pluriétnico e intercultural, parece que a algunos todavía les molesta reconocer la ascendencia indígena que tenemos todos los ecuatorianos. Esto resultó obvio con este incidente que tocó un punto sensible en nuestra sociedad y avivó complejos y traumas colectivos sin superar. Sin embargo, el problema es que lastimosamente estas taras marcan varias de las interacciones sociales en el Ecuador y la arena política no es la excepción.

Desde la época colonial, basada en distinción de castas –razas–, pasando por la fundación de la República de criollos –españoles nacidos en América–, hasta la actualidad, todos los ecuatorianos o por lo menos la mayoría hemos escuchado y visto que los políticos y la ciudadanía directa o indirectamente aluden a los temas étnicos y estéticos. A Juan José Flores sus opositores le decían en secreto el “zambo canalla”, y no hay hasta la fecha presidente indígena que se reconozca como tal. Este tipo de hechos por sí mismos podrían ser hasta una coincidencia ¿o no?.

En un entorno político como el ecuatoriano, el blanqueamiento y el folklorismo han estado presentes a lo largo del tiempo, pero de distintas formas. De la época de la presidencia del “patrón” Galito hasta el candidato Noboa con poncho hay diferencias de forma y quizás no tanto de fondo. Desde los levantamientos indígenas y la demostración de la importancia política de la CONAIE no hay candidato y presidente que no haya usado poncho o lanzas en algún mitin, al mismo tiempo que difícilmente el ciudadano de a pie imagina probable tener un Evo Morrales liderando el Ecuador.   

Son varios los síntomas de nuestra bipolaridad en los gustos étnicos y estéticos. Quien no recuerda al ex presidente Lucio Gutiérrez antes de una cirugía de la nariz que visiblemente disimuló algunos rasgos indígenas. Una posible razón de la transformación, poco discutida porque el tema étnico en ese nivel todavía es un tabú, fue producto del consejo de algún asesor que supo de los muchos gritos callejeros que durante el derrocamiento del coronel le incriminaban por tratarse de un “longo alzado”, un usurpador de la presidencia que en la mente de no pocos está reservada a las familias y grupos de las élites locales blanco mestizas.

El tema étnico y estético con Lucio tuvo varios momentos de análisis. En 2004 algunos medios de comunicación, donde es muy raro mirar talentos de pantalla y periodistas lejos de los cánones de belleza occidental, aprovecharon que la televisión española había confundido a Lucio Gutiérrez con el sultán de Brunei para disimuladamente mofarse de él por su apariencia. Otro caso fue la caricaturita de Bonil que en su momento cuestionó la imagen de Agustín Delgado, el asambleísta afro descendiente, para decirle que era un “probe tin, pobre ton” en alusión a su dificultad para leer.

Cuestión estética o étnica, en Ecuador un poco más del 7% de la población se identificó indígena en el último censo, cifra por debajo de Bolivia y de Perú donde el 40 y el 43 por ciento respectivamente reconocieron su ascendencia andina. Tal es el grado de lo étnico y de lo estético que entre las figuras con aspiraciones políticas es mejor ser ex reina de belleza o presentador de televisión que líder de la sociedad civil o de agrupaciones campesinas. El perfil de los políticos ecuatorianos parece obedecer, como si de un producto de supermercado se tratara, a los grupos objetivos.  

Hace algunos días, diario Expreso destacaba en una de sus secciones el titular “Los Ángeles de la Asamblea”. Vestidas de blanco las asambleístas Galarza, Cruz, Reyes y Vintimilla recibían un trato que difícilmente su colega María José Carrión –sin experiencia en el modelaje– hubiera imaginado luego de varios ataques a su apariencia física en las redes sociales. En este tipo de notas se deja ver que valoran algunos de los directores editoriales de los grandes diarios nacionales.  

La conclusión final ante la etiqueta de “indio feo” es que han pasado más de cinco días y todavía no superamos el tema. Es increíble que en plena segunda década del siglo XXI –y en un país genéticamente más cercano al sancocho y la fanesca que a una crema deshidratada– haya personas que se sientan indignadas por la sangre indígena que efectivamente corre por nuestras venas. Es claro, en materia de identidad y memoria falta mucho por avanzar porque, como decía un usuario de Facebook, acá el problema con lo indígena en realidad no es ningún problema, ni tampoco ser feos o guapos, el problema son los complejos que mantenemos. No parece sospechoso pensar que hasta al dinero lo agringamos cambiándole al Rumiñahui por el Washington.  


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