¡Adiós Folklore!

Por Mateo Izquierdo

El 10 de marzo de 2015, César Umajinga, asambleísta por Pachakútik, desconoció unilateralmente 30 años de lucha por los derechos colectivos del movimiento indígena ecuatoriano. En una infortunada intervención en el noticiero de Ecuavisa, el representante por Cotopaxi sostuvo que “con León Febres Cordero, que era gobierno de la derecha, nosotros tuvimos absolutamente todo, hoy estamos mutilados”.

Además de lamentables, las declaraciones del dirigente muestran pistas del estado de ánimo que existe entre las filas de la Conaie, la organización indígena más importante del país. En su explicación, Umajinga se refirió a los espacios que habría perdido la organización tales como la educación intercultural bilingüe, la dirección de salud indígena, el Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador (CODENPE), entre otras. La lógica de Umajinga, y por extensión la del resto de la dirigencia, es que estos espacios institucionales les han sido arrebatados injustamente. Para el dirigente, esos cargos fueron cuotas políticas ganadas de una larga lucha por la reivindicación del patrimonio cultural indígena.

Estos espacios fueron prebendas que los gobiernos de turno otorgaban a la dirigencia, creando instituciones, secretarías o direcciones. Sin embargo, fueron espacios que nunca tuvieron articulación con una política de Estado más amplia en función del reconocimiento étnico. Se trataba simplemente de una mala práctica que tuvo como fin apaciguar tensiones permanentes entre el movimiento indígena y los gobiernos durante los años 90 y 2000. El efecto perverso de estas canonjías fue el sometimiento de la dirigencia indígena que, progresivamente, se transformó en una neo-elite burocrática. Es en este esquema de repartición que comienza a sentirse el divorcio entre la dirigencia y las bases.

Para fracturar definitivamente al ya lesionado movimiento indígena, solo hacía falta la irrupción de un gobierno que aprovechase la situación. Ese gobierno fue el del fracasado coronel Lucio Gutiérrez. La famosa alianza entre aquel régimen con el movimiento indígena casi termina por dividir a Pachakutik (brazo político de la CONAIE) y significó la expulsión de varios integrantes (mestizos) de la organización a fin de “regresar a la esencia fundacional de la CONAIE y sus valores originales”. Lo que se buscó con la separación de la CONAIE de aquel gobierno fue regresar a la pureza ideológica, pero también étnica. Hubo el reconocimiento de que hasta ese momento se había permitido a demasiados actores externos (activistas de izquierda, ONG internacionales, políticos profesionales) lucrar del nombre de la organización y de sus banderas de lucha por los derechos colectivos. No obstante, el daño ya estaba hecho y la organización indígena cayó en una crisis profunda de la cual, hasta el día de hoy, no logra recuperarse. Buscar culpables externos puede servir momentáneamente pero, con el paso del tiempo, una reflexión más profunda cae por su propio peso y, con ella, la dirigencia comienza asumir que la culpa es netamente propia.

Las prebendas han sido, evidentemente, eliminadas. La dirección intercultural bilingüe ya no existe pero lo que no asume Umajinga es que ahora la educación intercultural es política de Estado y debe serla por Ley. En ese sentido, y como política global, debe ser aplicada de forma transversal a la política educativa nacional. El mismo caso es el de la Dirección de Salud Intercultural. El CODENPE, a su vez, nació torcido y debió desaparecer hace muchos años pues en vez de convertirse en el “Ministerio de Relaciones Indígenas” cómo se lo pensó en un inicio, se convirtió en un aparato burocrático inoperante que sirvió para cimentar prácticas clientelistas en las comunidades rurales que más se habrían beneficiado de acciones focalizadas.  

En contraste con el tropiezo de Umajinga, los dirigentes Miguel Lluco y Humberto Cholango mantuvieron un debate la noche del 12 de marzo de 2015, que se transmitió en el programa Perspectiva 7. El intercambio fue cordial y respetuoso, pues Lluco es un Taita reconocido por su trayectoria desde las épocas de la organización comunitaria con el Monseñor Leonidas Proaño, mientras que Cholango pertenece a la segunda generación de dirigentes cuya trayectoria, si bien es reconocida, no alcanza la dimensión histórica de Lluco.

Durante el diálogo surgieron varios puntos esclarecedores sobre el impases que vive el movimiento indígena en su totalidad y particularmente el fraccionamiento que existe dentro de las filas de la Conaie. Ambos dirigentes admitían la escisión a tal punto de reconocer que la Conaie habría perdido su “norte”. Ambos hicieron un llamado a la reconfiguración de una organización indígena que recupere la esencia clasista, militante y de izquierda que busque la consolidación de un proyecto político nacional. Hubo la afirmación de que la Constitución de Montecristi fue un gran avance en términos de reconocimiento de derechos y garantías para el segmento de la población más excluida y explotada: la población indígena.

Sin embargo, tanto el intercambio entre Lluco y Cholango como los pronunciamientos de Umajinga develan un conflicto ideológico y conceptual que, me imagino, debe ser espeluznante a puerta cerrada. Estamos lejos de aquellas épocas de la “folklorización” del movimiento indígena cómo una entidad unitaria y consolidada bajo las reivindicaciones de tierra, agua y patrimonio cultural. Hoy quiere participación activa en la toma de decisiones pero la burocratización a la que se sometió su dirigencia dejó sentada la mala costumbre de la “cuota política” como algo que cree que se merece.

La dirigencia está llegando a la triste conclusión de que sus supuestas conquistas no eran más que caramelos para que la organización dejara de paralizar al país con movilizaciones. Es también la oportunidad de que se retomen las banderas de lucha originales y se exija el cumplimiento de ofertas de campaña, sí. Pero también es el momento de la adopción global de la interculturalidad como política de Estado. Una política de Estado que reconozca la diversidad cultural del país y que prohíba la discriminación económica, política y social de los ciudadanos por su condición étnica.


En su afán por recuperar los supuestos espacios perdidos, algunos dirigentes han descartado los valores originales del movimiento indígena y han mantenido acercamientos con los mismos actores que han sido los culpables de su exclusión. La derecha ha anunciado su participación en la siguiente ronda de manifestaciones. Son uniones anti-natura que en vez de recuperar el sentido de la lucha y reivindicaciones históricas del movimiento indígena, volverán a dejarlo damnificado y lo postergarán aún más al pasado. El debate entre Lluco y Cholango demostró que las coincidencias con el gobierno de Rafael Correa son mayores que las diferencias. Los llamados al diálogo no cesan pero lo que falta es llegar a la mesa con el propósito único de lograr acuerdos programáticos y políticos de largo aliento. Las dinámicas perversas de sometimiento ya han sido superadas. Es momento de la confluencia de ideas para un proyecto nacional de futuro, no de pasado.
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