El fracaso de la reunión de unidad que convocó la dirigencia de Pachakutik el día 27 de enero nos arroja múltiples conclusiones que permiten comprender la compleja dinámica de contraposiciones en la que nos vemos inmersos como sociedad. Estamos frente a una inconfundible coyuntura preelectoral dentro de la cual se confronta una oposición multifacética que a la vez, se enfrenta a la continuidad del proyecto de gobierno correísta. Los actores políticos de oposición, pese a tener como objetivo el reemplazo del modelo de la Revolución Ciudadana, lastran consigo un bagaje ideológico que les impide compaginar las similitudes con las diferencias. Es decir, a pesar de tener un enemigo común son enemigos entre sí. Pretender que existía la posibilidad de consolidar un sistema político que excluya al correísmo era iluso y poco pragmático, creo que hemos superado esa necesidad perversa de refundar el país cada vez que sale un gobierno.
Sin embargo, la fotografía que nos proporcionó la fallida reunión de la unidad propuesta por Pachakutik debe ser analizada en su contexto histórico pertinente y no aislada o bajo el principio de lo fortuito. Lo primero que llama la atención es que los conflictos internos del movimiento indígena se desbordan de manera bochornosa y pública como producto de una divergencia creciente que fue escondida durante mucho tiempo y que enfrenta al pragmatismo político de la nueva guardia versus el fundamentalismo ideológico etnocéntrico. El fracaso de la reunión demostró que Fanny Campos, coordinadora de Pachakutik, se encuentra en una posición débil y sin legitimidad frente a la imponente presencia de la élite indígena enquistada en la dirigencia de la CONAIE y la ECUARUNARI. Para el 5 de marzo se ha convocado a una convención política en la que se decidirá el futuro y permanencia de la coordinadora. Queda por verse si priman las posturas radicales de dirigentes como Carlos Pérez Guartambel o si el apoyo de las bases de la Costa y Amazonia salvan a Campos momentáneamente.
Como toda crisis presenta una oportunidad, esta coyuntura se perfila como la oportunidad perfecta para que la centroizquierda ecuatoriana se reconfigure en torno al proceso electoral venidero.
Recordemos que la relación entre los socialdemócratas y el movimiento indígena ha sido tibia pero constante. Tal es así que el movimiento indígena le debe a la Izquierda Democrática (ID) el haber puesto en la palestra política ecuatoriana las reivindicaciones sociales, culturales y étnicas que hoy son pan de cada día.
Con esto me refiero al gran levantamiento indígena del año 90, durante el gobierno de Rodrigo Borja. Entre 1988 y 1990 el gobierno de Borja había enfrentado tres huelgas nacionales organizadas por los gremios sindicales. Ante el malestar por la firma de una Carta de Intención con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y una inflación salvaje, la respuesta del gobierno socialdemócrata fue la represión. En aquel momento el régimen cayó en desgracia debido al crecimiento imparable de la pobreza y el desempleo, pero la promulgación de la Ley de Reforma Agraria mermó temporalmente el ambiente de confrontación. En junio de 1990 el levantamiento indígena bloqueó carreteras en nueve de las diez capitales provinciales de la Sierra; los mercados se cerraron, no se vendían productos comestibles a fin de generar el desabastecimiento en las ciudades. Un grupo de indígenas tomó algunas iglesias del centro histórico de Quito. La más importante, la iglesia de Santo Domingo en cuyo interior permanecieron diez días. La CONAIE aprovechó la oportunidad para presentar al gobierno 16 demandas muy puntuales referentes a la plurinacionalidad; los temas históricos del acceso al agua y la tierra; condonación de deudas campesinas; entrega de recursos para programas de desarrollo; entrega y control de sitios arqueológicos a la CONAIE; expulsión del Instituto Lingüístico de Verano; salud indígena, entre otras. El gobierno aceptó negociar con la CONAIE aquel pliego de demandas que establecían las exigencias históricas del movimiento indígena por el reconocimiento de la identidad y la cultura. Sin embargo, varios analistas han señalado que la razón original de la toma de la iglesia fue la demanda de solución de conflictos por tierra y no la intención de posicionar las propuestas de la CONAIE. Es en este contexto que el movimiento indígena sale fortalecido y se convierte en un protagonista político sin intermediarios. Desde entonces la influencia de lo ‘étnico’ afectó para siempre las relaciones de poder en el país y surgió una nueva forma de chantaje político agazapado tras el membrete del desarrollo de pueblos y nacionalidades. De todas formas, se combinaron las posturas clasistas con el discurso de reivindicación étnica y de derechos colectivos.
A partir de ese momento se establece un nuevo orden que permite la inclusión del movimiento indígena al sistema político mediante la participación en el esquema de partidos con Pachakutik en el año 1995. Sin entrar en el detalle de la participación política de esta organización, lo que se logró fue consolidar un movimiento político multiétnico que buscó alianzas con tendencias progresistas de los movimientos sociales ecuatorianos. En un sistema de partidos altamente fragmentado, Pachakutik pudo navegar y sobrevivir hasta hoy bajo una lógica de aperturismo con actores que le parecían afines a sus intereses. De errores y cálculos políticos se puede escribir infinitamente, sin embargo el pragmatismo que ha demostrado Pachakutik le podría servir hoy para establecer acuerdos con un renaciente sector social demócrata que aparenta ser la única opción que le queda.
A pesar de la trayectoria particular del movimiento indígena y de Pachakutik como su brazo político, vale recordar que ambos son parte de la historia de un movimiento social inmerso en la crisis de gobernabilidad que ocupó el quehacer político de los años 80 y 90. El gobierno de Rodrigo Borja fue, en ese escabroso recorrido de la pugna de poderes, una luz al final del túnel. Era la primera vez en la historia, y hasta ahora la única, que llegaba al poder un gobierno socialdemócrata luego de décadas de hegemonía conservadora. La victoria de Borja fue, en su momento, la consolidación de la centroizquierda en el Ecuador. No es casualidad que para aquel entonces la Izquierda Democrática era uno de los pocos (sino el único) partidos orgánicos, con estructura democrática interna y una identificación doctrinal claramente marcada. Era, a su vez, un proyecto de gobierno reformista que buscaba continuar con la consolidación institucional dictada por el compromiso de retorno a la democracia, proyecto que en los dos gobiernos anteriores había perdido orientación. Rodrigo Borja finalizó su mandato con un 36% de aprobación, hundido en conflictos políticos y pugnas entre el Legislativo y Ejecutivo, y su mandato dejó mucho que desear con respecto a las expectativas que generó en un inicio. A pesar de aquello, quizá su legado más importante para la posteridad nacional fue la inclusión del movimiento indígena a la vida política del país.
Hoy la Izquierda Democrática intenta reconfigurarse nuevamente en un partido político tras su desaparición en el año 2013. Para este fin hasta han interrumpido la jubilación de Rodrigo Borja de la vida política. En una reunión de la agrupación en enero aparecieron todos los dirigentes de antaño; bueno, todos aquellos que no se fueron con Alianza País o que no salieron a patadas del partido naranja, pues la debacle de la ID, además de deberse a una débil capacidad de convocatoria en las elecciones nacionales, obedeció también a celos internos, ambiciones personales y corruptelas que dejaron a la organización devastada. Ahora las intenciones de aquellos que quisieran ver a una ID reconstituida se vuelven visibles y -haciendo una analogía con lo que ocurre en la estructura jerárquica indígena- Rodrigo Borja, hoy veterano del juego político, junto a Paco Moncayo, ex asambleísta y ex alcalde de Quito, hacen, el papel de taitas para alentar a una nueva camada de políticos que puedan hacer frente tanto al oficialismo correísta como a la ola derechista que intenta recuperar los espacios perdidos.
Tal vez este sea el momento de que las organizaciones sociales y políticas progresistas y de centro izquierda retomen el sueño reformista de antaño. No sería descabellado que las organizaciones como Pachakutik, Avanza, Vive, Democracia Sí y otras vean en la Izquierda Democrática la oportunidad de la coalición que tanto anhelan. No es descabellado asumir que estas organizaciones puedan, al fin de cuentas, coincidir en varios ejes ideológicos y programáticos. Al menos tendrán más similitud que esas uniones incomprensibles con los mismos actores de la derecha que imposibilitaron el mandato de Borja, hundieron al país en una crisis de ingobernabilidad permanente y quebraron el país con políticas económicas anti populares.
Por Mateo Izquierdo
@mateoizquierd0
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