TPP, promesas de la globalización


El pasado lunes 5 de octubre, Estados Unidos y once países de la cuenca del Pacífico concluyeron 7 años de negociaciones para lograr el Tratado de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés). Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Estados Unidos y Vietnam acordaron conformar la zona de libre comercio más grande del mundo, que abarca un 40% del PIB mundial, 25% del valor de las exportaciones globales, 11% de la población del planeta y un mercado de 799 millones de consumidores.

Lo que parecía ser un gran logro del gobierno del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, rápidamente fue convirtiéndose en un lastre que manchará su legado para los libros de historia. El miércoles 7 de octubre, la precandidata demócrata a la presidencia de ese país, Hillary Clinton, manifestó su oposición al acuerdo. A pesar de haber impulsado el tratado durante los siete años de negociaciones, Clinton tuvo que desmarcarse pues Bernie Sanders, también precandidato demócrata, ya había expresado su rechazo al TPP un día antes. Los motivos de ambos candidatos se basan en la queja de sectores sindicales norteamericanos temerosos de que el acuerdo no conduzca a la generación de empleos en EEUU, al aumento de salarios o a la mejora de la seguridad nacional. No obstante, el rechazo al tratado expresado por ambos candidatos, más bien forma parte de una estrategia política que obedece a un momento en sus respectivas campañas en el cual deben mostrarse receptivos a los reclamos del electorado y tomar distancia con Obama. Su oposición no es porque el acuerdo tenga graves problemas en materia de derechos y defensa de la democracia en países en vías de desarrollo, sino porque no es lo suficientemente proteccionista de los intereses locales americanos. A esto se suma la impredecible ingobernabilidad a la que ha descendido el congreso norteamericano -con los Republicanos al mando-, factor que impide conocer cómo votarán al momento de debatir su aprobación en el pleno. Ahora empieza una nueva fase en la que los 12 países deberán aprobar el acuerdo en sus respectivos cuerpos legislativos. Todos estos factores incidirán en el éxito o no del “mega acuerdo”, con un Obama en la recta final de su gobierno.

La gran movida geopolítica de Obama y su intención de reposicionar a EEUU en el Asía-Pacífico, podría terminar siendo un fiasco global en beneficio de las grandes multinacionales y en detrimento de los ciudadanos de los países en vías del desarrollo, al romper barreras comerciales e imponer normas laborales y de protección de la propiedad intelectual de las corporaciones. Si bien Obama ha defendido su viraje hacia el Pacífico, aduciendo que creará nuevos marcos legales e institucionales en la región; en definitiva se busca un fortalecimiento militar en esta zona del mundo, con el fin de restarle capacidad de incidencia a China. Visto de esta forma, no es tanto un tratado de libre comercio como tal, sino más bien un acuerdo geopolítico sin China.

A pesar del melodrama ocasionado por el anuncio, todos los actores políticos que han lanzado opiniones al respecto se basan en notas filtradas de Wikileaks, puesto que el borrador final del acuerdo aún es clasificado. Las notas filtradas por esa fuente de Internet se referían a una “estrategia de privatización y globalización de amplio alcance” con la cual se “restringen severamente a las empresas estatales”. Únicamente miembros del Congreso y funcionarios autorizados han podido verlo. Obama, anunció que el acuerdo se haría público una vez que se lo haya concluido. En definitiva, nadie sabe lo que incluye y qué impactos va a causar en la industria, las economías y los trabajadores en todo el mundo.

Según varios analistas que apoyan el TPP, esta alianza beneficiará a los ciudadanos de los países adherentes al generar empleo; así como al fortalecimiento y la integración comercial de países en vías del desarrollo. Además destacan que con este acuerdo se eliminarán barreras en áreas como compras públicas, fijación de estándares para derechos laborales, propiedad intelectual y cuidado ambiental.

Pero no todo son lirios y rosas. Algunos detractores señalan que este tratado está lejos de ser un acuerdo de “libre comercio” como tal y afectará negativamente a los consumidores y a los derechos de libertad de prensa, derechos de propiedad intelectual y derechos laborales. Para esos analistas, la razón de sus asertos se basa en que se trata de un acuerdo que se ha consumado a espaldas de la sociedad, sin tomar en cuenta a las organizaciones de trabajadores, a la sociedad civil y hasta a la Organización Mundial del Comercio. Con el acuerdo, se otorgan super poderes a las grandes corporaciones globales por encima de los gobiernos nacionales, lo cual básicamente permitirá a las multinacionales demandar a los gobiernos cuando crean que estos cometen prácticas que van en contra de lo que esté estipulado en el tratado. Es decir, el problema yace en que ya no son los gobiernos nacionales los que ponen las reglas del juego con respecto a la propiedad intelectual, el internet, la industria farmacéutica, etc.

En una entrevista con el Vancouver Sun, el premio Nobel  de economía Joseph Stiglitz argumentó que el acuerdo obliga a naciones en vías de desarrollo a deshacerse de sus propias regulaciones ambientales, de seguridad, económicas y de salud. El impacto directo es, por ejemplo, que se prohibiría la producción o provisión de medicamentos genéricos, lo cual provocaría que la medicina sea inaccesible para los ciudadanos más vulnerables. “La historia de que los fármacos estarán más disponibles es básicamente una mentira”, fustigó. Así mismo sostuvo que el TTP “es un motivador de desigualdad y socavador de protecciones básicas de las personas en nuestra economía”.

En nuestro país no faltaron los miopes agoreros del desastre que se lamentaban por la exclusión del Ecuador de semejante maravilla. En un desconocimiento absoluto de las implicaciones que un acuerdo de tal envergadura tendría en nuestra economía, acusaron al Gobierno de carecer de visión político-económica, sin medir que el Estado ecuatoriano no solo que ha decidido autoexcluirse de las negociaciones, sino que no podría participar de ellas aún cuando quisiera hacerlo, dadas las políticas que emprende el Gobierno y que priorizan a la sociedad sobre la hegemonía del capital. Más aún, los genios del comercio exterior ecuatoriano continúan sumidos en su ignorancia respecto a los avances que en materia de integración regional se han logrado, gracias a una política exterior que prioriza el desarrollo humano sobre el beneficio de la concentración de la riqueza en manos de un puñado de empresarios que se verían favorecidos si el Ecuador hubiese entrado en el TPP.


Contrariamente a la pesadumbre que expresarán muchos trasnochados empresarios por la exclusión de este tratado, empresarios que en los próximos días van a desfilar por las pantallas de los noticieros de TV y las primeras planas de ciertos periódicos privados fungiendo el título de ‘analistas económicos’; es absolutamente beneficioso (en el mediano y largo plazo) que el Ecuador quede fuera de este tipo de acuerdos, pues eso no solo permite sino que obliga al país a entrar en un proceso de industrialización interna que actualmente no existe, en parte debido a la centenaria ceguera de un empresariado ecuatoriano que cree y quiere seguir viviendo en la era de la producción primaria que y se niega a superarla.

Por Mateo Izquierdo
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