A propósito del anuncio, vía cuenta de Twitter, que el expresidente de la República, Abdalá Bucaram se someterá a dos operaciones de corazón en las siguientes semanas, comparto algunas apreciaciones sobre lo que aparenta ser el principio del fin de una era de la historia republicana ecuatoriana.
Al ver esta noticia se me vinieron a la mente varios puntos de reflexión sobre el estado de salud y vitalidad tanto de los gigantes de la política ecuatoriana de antaño, como del mismo estado de salud del Sistema Político que ellos comandaron durante casi 40 años. Nadie duda que Bucaram integró un grupo de hombres que fueron los herederos directos del populismo Velasquista; representaron la extensión de la pugna liberal/conservadora, además de ser los sobrevivientes de la bipolaridad regionalista costa/sierra que durante el siglo XX fijó el precario balance de poder entre oligarquías costeñas y serranas.
Fueron hombres a los que se les encargó la transición hacia la democracia y la supuesta refundación de la nación en el año 1979. Son hombres que a pesar del gran encargo, permitieron que falencias inherentes del sistema político embrionario se agravaran en vez de saldarlas y superarlas con madurez democrática.
Hoy estos hombres se encuentran delicados, sus mejores días pasaron pero algunos buscan recuperar relevancia en una coyuntura política totalmente extraña, mientras otros prefieren gozar de su retiro del escenario público y envejecer en paz.
El delicado estado de salud de uno de los portaestandartes del neo-populismo ecuatoriano, como lo es Bucaram, marca un momento significativo en la historia política del Ecuador. Su caso es similar al de algunos de los promotores de los hitos más relevantes (por no decir nefastos) de los años 80, 90 y 2000 en el Ecuador. Hoy se encuentran envejeciendo, algunos con más dignidad que otros, rogando que la historia no les sea cruel y su legado sea honorable. Al “Loco que ama” seguramente le quedarán algunos rezagos de rebeldía pero es inimaginable pensar que pueda recuperar la furia en el estómago que lo llevó a ganar la presidencia de la República contra su contendor máximo, Jaime Nebot, allá en el año 1996.
Si tuviese que escoger hitos específicos que se pudieran definir como claves para el cambio de época, me remontaría al fallecimiento de un viejo zorro de la política ecuatoriana como Carlos Julio Arosemena en el 2004 y luego, de lleno, a la muerte del expresidente socialcristiano León Febres Cordero en el 2008. Desde entonces hasta el presente encontramos al resto de los “sobrevivientes de la partidocracia” en su postrero lecho y aferrándose al pasado con toda su fuerza.
Pongo como ejemplo el estado decrépito del expresidente Sixto Durán Ballén, a quien recientemente se lo sacó de la cama para convertirlo en “veedor” de un contrato del municipio de Quito. Encargo simbólico que tenía como objetivo mostrar, aunque sea de forma imaginaria, un traspaso de poder transgeneracional hacia el novato alcalde de Quito, Mauricio Rodas.
Menciono tangencialmente a algunos dinosaurios pues este espacio no permite un listado más completo. Miremos en qué han quedado los expresidentes Osvaldo Hurtado, Rodrigo Borja y Gustavo Noboa. A su vez observemos a gigantes de segundo orden a quienes nunca llegó su “turno” de ocupar el poder como Andrés Vallejo, Paco Moncayo, Roque Sevilla, Wilfrido Lucero, León Roldós, Francisco Huerta, Enrique Ayala Mora, Frank Vargas, Heinz Moeller y Marco Proaño Maya. Finalmente tenemos a Jaime Nebot Saadi quien ha decidido envejecer de manera pública en el Municipio de Guayaquil, pues el arrabalero socialcristiano que siempre vivió a la sombra de su mentor Febres Cordero, ha moderado su tono de voz, su caminada y su aliento. El cansancio se equipara a la sabiduría de haber navegado en el agua empantanada de la política ecuatoriana en sus momentos más críticos.
Todos estos hombres fueron integrantes de un Sistema Político decadente, cuyo principal motor era la bipolaridad Social Cristiana/Izquierda Democrática y la consecución de intereses sectoriales en un juego cuya dinámica putrefacta y excluyente permitía a las grandes fuerzas políticas turnarse el poder. La victoria de un populista como Bucaram, en su momento, rompió con esa lógica. A su vez, su indigna expulsión seis meses después de llegar al poder marcó el inicio de un proceso de desestabilización institucional que duró una década (desde 1996 hasta el año 2006). No es coincidencia que durante las mayores crisis de representación ocurridas en esa década nefasta, nacieran las mayores expresiones de movilización social que ha visto el país, pues la acefalía en la que se encontraba el Estado y sus instituciones impedía el funcionamiento básico de las políticas de bienestar.
La historia es conocida, 10 presidentes en 10 años, ingobernabilidad campante y más recientemente, la aniquilación de las organizaciones corporativistas que estos caballeros llamaban partidos. Así desaparecieron del registro oficial el Partido Roldosista Ecuatoriano, la Unidad Demócrata Cristiana (Ex – Democracia Popular), la Izquierda Democrática, el Movimiento Popular Democrático, el Partido Renovador Institucional Acción Nacional y aunque no ha desaparecido de los registros pero sí del imaginario público, el Partido Social Cristiano. A pesar de haber sido los causantes de su propia debacle, esos sobrevivientes de la partidocracia lucharon con uñas y dientes para no perder sus conquistas políticas. Anquilosados en la burocracia y esquinas gremiales se colgaban de lo poco que les quedaba.
La Izquierda Democrática, por ejemplo, intenta reincorporarse a la vida política. En la foto de la rueda de prensa se ven a cuatro abuelitos y un grupo de ilustres desconocidos. Es el mismo caso del Partido Social Cristiano cuyos representantes son nada más y nada menos que los mismos de hace veinte años; su reencarnación en Madera de Guerrero, más allá de un cambio de color en el membrete, no ha significado una transición generacional significativa.
El caso del PRE es distinto pues ha sido de los pocos que ha visto la necesidad de renovación generacional aunque sea de manera forzosa pues su líder máximo se encuentra exiliado en Panamá. Dalo Bucaram ha tenido la fortaleza y sabiduría de empezar de cero con partido nuevo y un trabajo de consolidación organizacional incipiente. El tiempo dirá si esta nueva propuesta, llamémosla neo-populista curuchupa, sintoniza con la ciudadanía.
Sin embargo, el resto de los abuelitos sufre de una amnesia desconcertante ya que se olvidan de las circunstancias que los obligó a desaparecer. Osvaldo Hurtado deambula despeinado por los medios de comunicación recitando un discurso estomacal de derecha extrema, muy diferente a aquel de corte académico que solía caracterizarlo hasta hace pocos años. Algo parecido sucede con su exvicepresidente León Roldós. Los otros veteranos asoman ocasionalmente porque ante la prensa siguen siendo “vacas sagradas” cuya perspectiva es evangelio, por más equivocada que sea. De todas formas y a pesar de la pleitesía que otros dinosaurios (no precisamente de la política sino más bien de los medios) les rinden, es inevitable notar que algunos parecen secarse ante la luz de las cámaras y que, con suerte, superan en vivo alguna crisis coronaria o de hipertensión cuando vemos que peligrosamente (para ellos y su precaria salud) se exaltan ante una pregunta incómoda.
El presente del “Loco que ama” es análogo al del sistema político al que perteneció: se encuentra reposando en su camilla, castigado por sus vicios, errores y arrepentimientos. Tanto el líder roldosista como el depravado sistema del que formó parte junto a los personajes descritos en líneas anteriores, espera una intervención quirúrgica de corazón abierto que salve su vida y lo reanime. Cuánto quisiera volver, pero el pasado ya le ha cobrado factura, su edad ya es muy avanzada y permanece desconectado de los nuevos tiempos.
Por Mateo Izquierdo
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