Retos de un sindicalismo anquilosado


Para nadie es desconocido que el permanente estado embrionario en el que durante décadas ha permanecido el movimiento sindical ecuatoriano se debe a la inexistente visión de su cúpula, en especial la actual (si tomamos en cuenta que esos dirigentes son los mismos que han conducido al movimiento desde hace dos o tres décadas sin dar paso a un proceso de renovación).

Sin esa visión, el movimiento se ha visto supeditado a actuar en función de la coyuntura local o la influencia internacional del momento, y desde el retorno a la democracia en 1979 ha sido una constante, el observar cómo la vigencia de las organizaciones sindicales, más que de sí mismas y su organicidad, ha dependido de factores tan pasajeros como el derecho laboral impuesto en determinado gobierno o el espíritu más o menos represor de algún régimen para acallar sus protestas. El Ecuador no ha podido ver el crecimiento real de un movimiento sindical robusto, protagonista en el contexto histórico y con una vigencia sustentada en una auténtica identidad clasista. Todo lo contrario: la presencia de liderazgos sindicales obsoletos que son el producto de estructuras de organización social caducas ha sumido al sindicalismo en un inmovilismo histórico que se refleja en su discurso decadente, anacrónico y nada conectado con los retos y las problemáticas actuales de los trabajadores.

No obstante, es imposible desconocer que medidas como las que adoptó Rodrigo Borja (1990) con la expedición de la Ley de Régimen de Maquila o la Ley de Zonas Francas que permitió que los contratos de trabajo sean temporales; o aquellas que implementó Gustavo Noboa (2000) como la Ley para la Transformación Económica del Ecuador que incorporó la contratación por horas, favoreciendo el despido intempestivo sin indemnización; o, incluso, las reformas que dieron paso a la intermediación laboral con Jamil Mahuad (1998) y la tercerización con Lucio Gutiérrez (2003) causaron severos impactos a la organización sindical en cuanto a una reducción de las afiliaciones de los trabajadores.

Los gobiernos neoliberales en el Ecuador aprovecharon el impulso de la globalización de la economía para promover la privatización, generando una tensión favorable para el mercado y no para el Estado. De esta forma los trabajadores tuvieron que ajustarse a las reglas de juego de la empresa privada, que vinieron de la mano de la precarización y sin garantías de seguridad ni de estabilidad laboral.

La modernización de las empresas vino de la mano de gobiernos pertenecientes a grupos económicos y de poder que beneficiaban a su sector y que generaron políticas de exclusión y discriminación de trabajadores, con una reducción de la mano de obra a la que reemplazaron por la tecnología. Se implementó todo un aparataje basado en la “producción eficiente”. El sector privado llegó a establecer legalmente empresas distintas que no superaban los treinta trabajadores en nómina para evitar la consolidación de los sindicatos. Fue entonces cuando la tercerización truncó aún más la organización de los trabajadores ya que estos pasaban factura por servicios prestados mientras los empleadores evadían, además, toda responsabilidad laboral como la seguridad social, pago de utilidades o elementales derechos como el pago de vacaciones o “conquistas laborales” de antaño como los sobresueldos.

Cabe preguntarse entonces ¿dónde estaban esos líderes sindicales que velaban por la lucha de clases? ¿Dónde estaban cuando el gobierno de Sixto Durán Ballén (1992-1996) convocó a un plebiscito para privatizar la Seguridad Social? ¿Dónde estuvieron cuando el gobierno de León Febres Cordero (1984-1988) pretendió mediante consulta popular penalizar la protesta social, prohibir la sindicalización de los empleados públicos y eliminar el derecho a la Seguridad Social administrada por el Estado?

La politización de los sindicatos en el Ecuador en las dos últimas décadas ha provocado que las organizaciones de trabajadores se movilicen sin una estrategia definida y huérfanas de propuestas de políticas laborales que se conviertan en el motivante de toda una clase obrera que luche por la reivindicación de sus derechos como objetivo prioritario, más allá de su participación como opositores a medidas económicas coyunturales y lineamientos políticos lejanos al contexto laboral.

La falta de otro mecanismo de acción además de la protesta en las calles muestra la decadencia de una organización sindical de trabajadores que se ha quedado fuera de los retos actuales de la clase trabajadora. Esto ha provocado que su fuerza movilizadora sea cooptada por partidos políticos cuya estrategia es utilizar a las bases sindicales como carne de cañón para medir fuerzas con los gobiernos de turno.

Esta ausencia de propuestas serias y actuales provenientes sindicalismo ecuatoriano es lo que ha llevado al Gobierno a ser el generador de un planteamiento que por muchos años estuvo congelado: la creación de una Central Unitaria de Trabajadores. Una organización que obligó a la burocracia sindical a acelerar la creación de un organismo que englobe a los diversos sindicatos como es el Frente Popular, el cual se ha convertido en una plataforma política que reúne también a facciones del movimiento indígena, jubilados y sector campesino.
   
Aun así, los liderazgos sindicales que durante años han permanecido en el poder no han logrado identificar los cambios estructurales a los cuales hoy se debe la organización, quedando atados a un ordenamiento sin contenido.

La capacidad de negociación de la organización sindical está debilitada por personas como Manuel Mesías Tatamuez Moreno, presidente de la Confederación Ecuatoriana de Organizaciones Clasistas Unitaria de Trabajadores (Cedocut) que, de acuerdo a su historial laboral, es, desde 1989, financiado por organizaciones sindicales sin ser un trabajador del sector privado o público. Aun así, dícese ser un representante de los trabajadores.


El discurso del sindicalismo ecuatoriano recae en una perorata vacía, sin planteamientos que reivindiquen las consigas de un frente clasista empoderado de las demandas obreras:

“CEDOCUT exige al gobierno archivo inmediato de todo proyecto de ley que afecte la vida del pueblo y derechos ciudadanos y derogue leyes que afectan a los trabajadores” (Cedocut, 19-04-2016).

Como esta confederación existen otras en el Ecuador en las que se tejen relaciones clientelares en función de los intereses políticos de los dirigentes sindicales.

La falta de visión ante los retos actuales deja de lado propuestas como la creación de sindicatos por rama de actividad que protejan a los trabajadores del sector privado y no solo fomenten la organización de profesionales que se encuentran fuera del sector público y que se encuentran dispersos y débiles frente a la voluntad de las empresas. Esto no implica obviar la visión de un desarrollo estratégico y crítico de la unidad sindical. Además es pertinente establecer procesos de alternabilidad y transparencia en el manejo participativo de los sindicatos.

¿Qué han planteado los sindicatos desde aquel noviembre de 1992, cuando la huelga obrera terminó con cientos de cuerpos arrojados al río Guayas? ¿Qué hemos aprendido desde la primera gran huelga de los obreros ecuatorianos en 1919? ¿Qué queda del movimiento sindical, las reivindicaciones laborales y de la organización social en Ecuador? Todas esas son reflexiones pendientes.

María Augusta Espín


Previous
Next Post »