Desde la
vuelta a la democracia en el Ecuador en 1979, tres hitos reflejan los vaivenes
en los que ha navegado la administración pública en materia de seguridad. El
primero corresponde a la era Febrescorderista de los 80 cuando el gobierno dotó
de armamento a la Policía Nacional, alineándola bajo una doctrina represiva justificada
por la premisa de “acabar con el terrorismo”. Lejos de cumplir cabalmente con
ese objetivo, en su lugar se impuso desde el régimen un terrorismo de Estado
cuyas consecuencias fueron el asesinato, tortura y desaparición de civiles.
El segundo
hito se enmarca en el contexto de la dramática desinstitucionalización del
Estado, cuyos efectos más devastadores se sintieron en los primeros años del
nuevo milenio. En medio de la ausencia de autoridad estatal y de legitimidad que
avalara esa autoridad, ocurrió lo inimaginable: la Municipalidad de Guayaquil,
con Jaime Nebot a la cabeza, estructuró su propio cuerpo de uniformados para
encargarse de la seguridad en la ciudad, desplazando a la policía y al mismo
Estado de una tarea que siempre le ha sido privativa por disposición
constitucional.
Como vemos,
los dos extremos (el de otorgar poderes armamentísticos y suprajudiciales a la policía,
en un caso, y el de marginarla por completo de su labor natural reemplazándola
por empresas privadas de seguridad, en el otro) sucedieron, paradójicamente,
cuando el mismo partido de derecha y sus líderes históricos estaban al frente
de la gestión estatal.
Mencionamos
estos hitos para poner en contexto los radicales desequilibrios que
caracterizaron el manejo de la seguridad y sus impactos que, a la larga,
siempre terminó sufriendo la sociedad civil.
Más allá de
las simpatías u odios que pueda generar el actual proceso político que vive el
Ecuador, es claro que el tercer hito está marcado por las políticas en
seguridad que ha promovido el gobierno que hasta hoy administra el Estado. Esa
política se ha basado en una gran inversión para mejorar infraestructura física
y capacitación del talento humano, tarea que va de la mano de un cambio de
viejas y viciosas estructuras y prácticas institucionales de entidades
involucradas en el tema seguridad tales como Policía Nacional, Función Judicial
y Rehabilitación Social.
Es así que
durante los 9 años del proceso político actual se han destinado 1500 millones
de dólares para fortalecer a la Policía no solamente en cuanto a equipamiento y
armas (como ocurrió en el gobierno de Febres Cordero), sino con la visión de
articularse a un Plan Nacional de Seguridad Integral que establece un sistema
técnico de distritalización del país. Es en ese marco que se han creado 469
Unidades de Policía Comunitaria (UPC) distribuidas en todas las provincias, las
cuáles, además de constituir una infraestructura potente que mejora las
condiciones de trabajo de los policías, son el soporte que sustenta la meta de
insertar la gestión policial directamente en el territorio. Todo esto forma
parte también del Sistema de Seguridad ECU911 que posee videocámaras de
vigilancia y monitoreo en todo el país.
Este es uno
de los muchos factores que han permitido al Ecuador colocarse entre los 3
países más seguros de la región, según un reporte de Naciones Unidas. Es
importante mencionar que en 2007 el país ocupaba el puesto 13 entre los 20
países más inseguros de la región.
Un indicador
que refleja de manera contundente el índice de seguridad de los países es la
tasa de homicidios. En el año 2006, el Ecuador tenía una tasa de 18 homicidios
por cada 100 000 habitantes. La tasa actual es de apenas 6.4 homicidios por
cada 100 000 habitantes.
En cuanto al
tópico de la administración de justicia existen también logros que no pueden
ser soslayados, más allá de la visión política que podamos tener: para 2006, la
tasa de caducidad de la prisión preventiva estaba en el 18% debido a la
inmovilidad y corrupción de un sistema que era incapaz de atender las causas.
Actualmente esa tasa se ubica en el 0.03%.
Igualmente,
los juicios sin sentencia que hasta el 2008 alcanzaban una tasa del 68% hoy
están en el 34% y por primera vez se revierte una tendencia de tres décadas: se
han comenzado a resolver más causas de las que ingresan y, por ende, a atender
aquellas que estaban represadas durante años. Esto ha sido posible gracias al
incremento en la tasa de jueces que se ubica en 12,55 magistrados por cada
100000 habitantes cuando el promedio de América Latina es de 10,78.
En cuanto a
Rehabilitación Social los avances son evidentes. Todos recordamos la indignidad
de centros carcelarios como la Penitenciaría del Litoral y el penal García
Moreno que se construyó hace 140 años y que hasta hace apenas dos seguía
funcionando en pleno Centro Histórico de Quito.
Esa nefasta
realidad de las cárceles ecuatoriana llegó al extremo de contener un
hacinamiento que alcanzaba hasta el 250%. Gracias a la construcción y
modernización de 53 centros carcelarios, esa tasa de hacinamiento se ubica en
la actualidad en apenas el 2%.
Es cierto,
son apenas pocos números los aquí expuestos pero dicen mucho de lo realizado en
materia de seguridad durante estos 9 años y que, sin duda, marcan diferencias
con el escenario anterior a 2007.
Redacción
Atento Ecuador
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