Quito, ¿modelo exitoso?


Hace dos años se posesionó como alcalde en el teatro Sucre, catapultado por un discurso escolar en el que destacaba que Quito era una ciudad infernal, que todo era un desastre y que él tenía la fórmula para vivir mejor. Sin embargo, con lo que no contó Mauricio Rodas fue que, pese a su perorata vacía de adolescente novelero que pretende hacerse de la presidencia del Consejo Estudiantil de su colegio por ganar popularidad, una circunstancia iba a jugar de forma determinante a su favor: la aversión del electorado contra el candidato oficial, Augusto Barrera.

Es importante tomar en cuenta este detalle pues constituye el origen de la realidad que actualmente vive Quito tras dos años de administración rodista.

Para nadie es novedad que cuando el electorado quiteño optó por Rodas en aquel febrero de 2014, la motivación principal fue el rechazo a Barrera, es decir hubo un pronunciamiento popular guiado por la visceralidad antes que por el sentido común.

Seamos realistas, muy pocos analizaron la propuesta campañera de Rodas (propuesta básica y desarticulada, además) como factor que decidiera su voto, pero muchos sí se dedicaron a destacar las deficiencias de la administración Barrera como el elemento detonante para decidir contra quién votar. Este escenario puede parecer insignificante pero en realidad es absolutamente elocuente pues la conclusión a la que nos lleva es que una gran porción de los electores quiteños sabía de antemano quién iba a perder pero nunca sospechó quién iba a ganar.

No debe sorprendernos entonces la cascada de frustración que se desató poco tiempo después de que el alcalde de SUMA asumiera una función para la que evidentemente no estaba preparado en lo personal, tampoco en lo profesional, ni hablar de lo político y de gestión, y menos aún en cuanto a equipo. No debe sorprendernos entonces que luego de dos años de “trabajo” una pregunta siga flotando en el ambiente: ¿qué modelo de ciudad es la que está implementando Rodas en Quito?

Esta interrogante reviste, indudablemente, una respuesta que va más allá de lo coyuntural. Implica una capacidad técnica de planificación atada a una orientación política de gestión urbana, algo que Rodas ha demostrado carecer en estos dos años de su administración. Quizá ni él mismo es capaz de articular verbalmente un argumento sólido que conteste a esta incógnita.

De todas formas lo que no puede verbalizar la limitada capacidad oratoria de Rodas, sí nos lo dice claramente el inocultable ADN político del que proviene. Eso explica por qué al no haber podido construir un modelo propio que distinga a su gestión, Rodas recurra a la práctica del remedo y que, siendo un socialcristiano de sangre aunque no de tienda política o de color, el referente al que imita sea Jaime Nebot y su “modelo exitoso” implementado en Guayaquil.

Solo dentro de esa lógica podemos explicarnos la persecución violenta que la administración Rodas hace contra los comerciantes sin explicar aún cómo va a resolver esa problemática (tal como lo hace Nebot); solo así podemos explicarnos la actitud matonil con la que ha revestido Rodas a los Policías Metropolitanos que en lugar de asistir a los ciudadanos los enfrentan (tal como la guardia pretoriana de Nebot); solo así se explica la inauguración de obras de “relumbrón” como la pista azul, la “nueva Carolina” o las luminarias del estadio del Aucas (tal como Nebot lo ha hecho con su Rueda Moscovita, la entrega de tablets baratas a estudiantes y sillas de ruedas indignas a discapacitados). Solo así se explica la ausencia de soluciones planificadas, serias e integrales a graves problemas como la movilidad, la recolección y disposición de basura y el crecimiento urbano sin control, y sin embargo recitar cada semana en un enlace radial (tal como lo hace Nebot) que todo lo que se ha hecho es “exitoso” y constituye una “excelente noticia para los quiteños”.

La ejecución del “modelo Nebot” que se aplica en Quito es tan evidente que, incluso, las estrategias de comunicación son exactamente iguales: mientras Rodas (al igual que Nebot) hace un monólogo semanal en el que relata cómo marchan sus “exitosas obras”, un frente de “medios independientes” se encarga de blindarlo para minimizar o simplemente invisibilizar las críticas a su gestión (calcado a lo que sucede con Nebot).

Por eso vemos en los canales de TV afines a Rodas que durante los reportes en vivo en los que muestran los problemas de los barrios, los periodistas jamás se refieren explícitamente al municipio (es decir a Rodas) como la entidad que debe resolverlos sino que recurren a la cansina, taimada y ambigua frase de pedir a “las autoridades” solución. Por eso leemos en los periódicos afines a Rodas que el enfoque dado a las noticias que se refieren a problemas en barrios o vías, está orientado a culpar a los ciudadanos en lugar de exigir trabajo al municipio (es decir a Rodas).

Apenas han pasado dos años pero aún quedan tres más de administración Rodas ejecutando el modelo Nebot en Quito. Sin embargo, ¿ya habrá analizado Rodas que el ciudadano de Quito tiene una cultura política, lecturas de la realidad, capacidad de exigencia a sus autoridades y límites de tolerancia diferentes a los del ciudadano de Guayaquil? Si todavía no ha medido ese factor, es hora que lo haga más aún cuando la propia ciudadanía le ha enviado un mensaje claro con la caída de su aprobación del 90% que tuvo en mayo de 2014 al 43% que logró en abril de 2016.

Pero, más allá de lo que Rodas y su séquito puedan analizar, ¿estamos los ciudadanos de Quito dispuestos a tolerar más garrote metropolitano, deslices de autoridades, evasión de responsabilidades, engaños groseros como la inauguración de un metro o de QuitoCables que no existen, o de supuesta reactivación económica de un sector porque se ponen luces a un estadio?

Cuando se lo eligió, Quito no sabía quién era Rodas ni sus alcances. Ahora que han pasado dos años, lo vamos conociendo y seguiremos descubriendo quién es realmente. El dilema es si, conforme pase el tiempo, nos guste o nos disguste más el tener a un pequeño Nebot manejando los hilos de la ciudad desde la vereda oriental de la Plaza Grande. Lamentablemente lo que nos sobra es tiempo: tenemos hasta el 2019 para averiguarlo.
 
Por Sergio Freire

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